Si hoy padecemos una vida indeseable, la necesidad de la revolución es hoy

La noticia del diario «La Capital» de Rosario, dice textualmente: «En los primeros nueve meses del año, una empresa de emergencias médicas recibió 1.500 llamados que reportaban dolor de pecho, de tórax, palpitaciones y temblores en el cuerpo, síntomas entendidos como de un inminente infarto. Sin embargo, el 80 por ciento de los pedidos de auxilio fue diagnosticado como crisis de angustia o trastorno de pánico. Los coordinadores de estos servicios coinciden en advertir un crecimiento en la demanda de atención de urgencia relacionado con trastornos de ansiedad».

Inseguridad en el sentido amplio de la palabra que incluye el riesgo físico de la vida propia y de la familia, inestabilidad laboral, falta de perspectiva para la continuidad y desarrollo de la vida, riesgo diario y permanente a perder en un segundo lo que fue conseguido tras años de trabajo y sacrificio, miedo al deterioro de la salud y a la desprotección frente al trauma y la vejez, desprotección jurídica ante cada injusticia vivida, vacío inminente y cercano que se presenta frente a la persona que sólo cuenta con sus brazos, piernas y cerebro para ganarse el sustento diario pero no encuentra en donde emplearlos, etc. Estos y otros síntomas constituyen esta realidad inexorable de la sociedad en que vivimos. Esto no es vida y todos lo sabemos. Esto es un problema social y no se cura con médicos, sicólogos ni siquiatras, ni tratamientos individuales ni búsquedas de mejores trabajos, ni juegos de lotería.

Sin embargo, no todos sufrimos lo que acabamos de describir. Esta situación agobiante sólo es vivida por la clase obrera y los trabajadores en general a quienes se suman los desocupados y jubilados, y aquellos que tienen un pequeño capital con el cual trabajan. Esto es la mayoría de la población que es la que sólo cuenta con su fuerza de trabajo y no tiene más recursos para vivir que sus brazos, piernas y cerebro puestos a trabajar diariamente a cambio de un salario con el que apenas se llega (¡¡¡si se llega!!!) a fin de mes.

Aquí se dividen aguas con la clase social que posee los grandes medios de producción que se ponen en funcionamiento con el trabajo de decenas, centenas y miles de personas. La clase dueña de los capitales que masivamente circulan en el mercado interno o se trasladan hacia el exterior en constante flujo de ida y vuelta según convenga a su crecimiento. Los «dueños» del dinero, los bancos y otros monopolios. En una palabra: la burguesía monopolista.

Ellos, como clase, no sufren absolutamente ninguno de los padecimientos descritos más arriba porque han edificado sus vidas sobre el sufrimiento de los obreros y el pueblo trabajador.

Diariamente millones de trabajadores crean con su trabajo el capital social que se apropian los dueños de los medios de producción que también son sociales porque sólo pueden ser puestos en movimiento por muchos trabajadores.

Capital social… ¿A dónde va el capital social? ¿A qué se destina el capital social? ¿Quién dispone del capital social? ¿Quién se apropia del capital social? Si el capital es social porque todos hemos contribuido a crearlo, no debería tener más dueño que la misma sociedad trabajadora. Sin embargo no es así, y no estamos descubriendo nada al afirmarlo. Pero lo que se confirma una y mil veces con esa afirmación es que ello constituye la base material sobre la que se asienta la penuria de la mayoría de la población y el disfrute de un puñado de burgueses. Y esto precisamente es el motivo, lo que genera, la lucha de clases.

La lucha de clases entonces es mucho más que una lucha por conseguir mejores salarios y mejores condiciones económicas. La lucha de clases es una lucha por cambiar esta vida agobiante y enfermante.

La necesidad de la revolución supera la idea del sueño de un mundo mejor a futuro. La necesidad de la revolución es la lucha cotidiana hoy vigente por terminar con esa vida agobiante a la que nos somete el sistema de organización social capitalista. La necesidad de la revolución no puede esperar mejores condiciones que nunca van a llegar si no pateamos el tablero porque, por el contrario, el curso y la continuidad de este sistema de explotación profundizará la actual situación generando peores condiciones para el pueblo. Sólo la lucha contra este sistema enfermizo y enfermante abrirá posibilidades de cambio y hará posible los mismos hasta lograr el cambio definitivo que ponga las cosas al derecho y como deben ser: los que trabajamos y creamos el capital social (que ya no será capital sino producto social) decidiendo sobre el destino y el reparto del mismo, sobre nuestra forma de ganarnos la vida y sobre la calidad que esa vida debe tener para nosotros y las generaciones que nos sigan.

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