El terreno al que la burguesía más le teme

El régimen de explotación capitalista tiene en la democracia burguesa su más afinada forma institucional de preservar las condiciones políticas de su dominación de clase.

Su institucionalidad no está desconectada de las condiciones económicas generales del sistema, no es ajena a la competencia intermonolpolista y la concentración que dominan el escenario. No es ajena  a los planes de mayor explotación y extracción de plusvalía, ni al ajuste, ni a la inflación, al empeoramiento de las condiciones vida, a la pobreza y a la pauperización de grandes masas de la población.

Como mencionamos en el artículo de ayer, la institucionalidad no es ajena a la concentración política por el contrario, en los marcos del sistema capitalista la base material para expresarse en política es a mayor concentración económica mayor concentración política; es decir, el actual proceso de concentración en la producción, en la centralización de los capitales, de la comercialización de los productos, en todas las áreas de salud, vivienda,  educación etc., el poder burgués  necesita en el plano político mayor concentración, la democracia burguesa necesita del voto para implementar más y más autoritarismo. 

Las apelaciones a la paz social y al sostenimiento de la democracia burguesa y de su  institucionalidad, no es una muletilla periodística de los defensores del sistema, expresa una clara preocupación por las condiciones en las que se desenvuelve la lucha de los trabajadores y el pueblo. La apelación de que el voto lo decide todo y que ello por si solo avala los dictados del capital y su autoritarismo, es producto de la desesperación.

La democracia directa y asamblearia, y la autoconvocatoria, que en conjunto son un denominador común en incontables luchas obreras y populares, no sólo son de por sí, un cuestionamiento a la institucionalidad burguesa y su clara imposibilidad de resolver las demandas planteadas, no sólo son expresión de una nueva institucionalidad -germen del Estado revolucionario-, sino que a raíz de ello, son una enorme traba al desarrollo de sus planes económicos. 

El cuestionamiento de hecho desde la acción y las iniciativas desde abajo, ha provocando que  la relación entre las condiciones políticas y su base económica quede expuesta. Por abajo no se vive el cuestionamiento a la economía y a las condiciones políticas y participativas alcanzadas por su impronta de democracia directa, como dos aspectos ajenos a la conquista de sus demandas, sino como una sola iniciativa que irrumpe los planes de sometimiento y engaño, como expresiones del sostenimiento de sistema de explotación y de sus condiciones de reproducción económica.

La democracia directa legisla y ejecuta y se ve en las resoluciones asamblearias de un paro u otras luchas prácticas, una decisión política única. No desmembra la integridad de esas decisiones en sus partes.  El eje de acción y la forma de cómo se resuelve, son uno. Coexiste este aspecto tan decisivo y constructivo de la unidad con la forma de lucha.

Frente a la lucha de clases, el poder en la voz de todo su aparato ideológico y propagandístico, se ve obligado a mostrar las ambigüedades y las contradicciones de sus discursos. Busca desintegrar lo que en la vida practica esta unificado, busca poner un freno a un movimiento de luchas en alza, busca dividir y entablillar la iniciativa viva de las masas.

Por ello divide el juego en estos dos aspectos. La economía y la política: critican a una para sostener a la otra o viceversa. Una y la otra no son todo lo bueno que pueden ser por sus deficiencias. Sin el sostenimiento de la democracia burguesa como el mundo ideal, los planes económicos no funcionan; o estos fallan por la falta de eficiencia de la democracia burguesa y de sus propias instituciones. Divididas sus partes pueden abonar críticas, soluciones y reformas de todo tipo a este u otros defectos. Con tal de poner un freno a la mirada  de conjunto y al movimiento general, pueden permitirse inclusive abonar el camino de sus promesas con ideas socialistas y relacionarlas con el capitalismo, siempre y cuando la cima de la civilización (que es la explotación del hombre por el hombre y todo lo que se monta sobre él) no sea cuestionado.

La propia concentración a la que inevitablemente avanzan, no puede estar teñida de esta  disociación que permanentemente expresan y con la que trabajan ideológicamente desde sus medios, para dividir. Por el contrario, una política de clase es una política de clase.

Y esta verdad es tan cierta para la burguesía como para el proletariado revolucionario. De allí que el terreno que se gane con la democracia directa es un terreno que se gana en unidad política, y el que se conquiste con la construcción revolucionaria es un terreno no sólo de la unidad política sino del poder revolucionario de la clase obrera y el pueblo. Es el terreno que la burguesía mas teme.

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