Imaginemos que el planeta está envuelto en una carcasa…

Y que esa carcasa tiene como función frenar el impulso interior de diversas fuerzas que tienden a romper esa poderosa estructura… ¡Ahora dejemos de imaginarlo! Esa estructura opresora tiene nombre y apellido y se llama capitalismo.

Lo que está dentro, lo que está frenado, lo que aún no puede expresarse, son las fuerzas productivas. Las mismas están oprimidas, encerradas en ese “frasco chico”; limitadas a fronteras empequeñecidas para la necesidad del Hombre.

Los dueños de los medios de producción cada vez están más concentrados, y si quieren seguir vivos tienen que apostar a concentrarse más, a matarse unos pocos contra otros pocos y entre todos. Los une el espanto. Su poder económico está dado por la ganancia que le roban al obrero, al verdadero productor, al generador de la riqueza, y como “premio” a ello, el capitalismo en su época más concentrada necesita achatar el salario universalmente.

Pero, ¿qué pasa cuando esa carcasa comienza a agrietarse?

Desde hace más de quince años el mundo se ve conmovido por grandes fenómenos políticos, económicos y sociales de distinto tinte; años que precedieron a grandes procesos de globalización iniciados en reuniones entre EEUU-China que aún no comprendíamos en toda su magnitud. Eran los años 70-80 y los 90. Tres décadas de cambios sustanciales en el sistema capitalista. La carcasa política debía responder planetariamente al interés de la clase dominante (la oligarquía financiera) y desde allí facilitar lo que posteriormente íbamos a soportar los pueblos del mundo.

Gran parte de la humanidad siguió el camino de la proletarización. Y una mayoría  de los más de 7.000 millones de habitantes, formaría a la postre un gran ejército de proletarios, abarcando países impensados en esa gran cruzada por achatar el salario.

De una u otra forma fueron décadas muy complejas, y la burguesía pudo y supo contener la permanente ebullición que provoca la lucha de clases, aún en épocas en donde todo aparece gris y oscuro para las mayorías sufrientes.

Décadas en donde las fuerzas productivas Hombre fueron aprisionadas al máximo y en donde aún la superestructura política podía maniobrar con cierto aplomo.

Pero la lucha de clases, decíamos, existe independientemente de los estados de ánimo. Y en ese deambular de infinitos actos de los pueblos, en sus prolongados silencios, en sus experiencias cotidianas de “vivir” el sistema capitalista, fue golpeando la carcasa, el encubrimiento que rodea la explotación y la opresión de las grandes mayorías. Actos de todo tipo comenzaron a sucederse desde hace más de una década, se fueron tejiendo en el mundo del trabajo similares situaciones, vidas comunes despreciadas por el capital, por el negocio y el mercado.

Infinitos actos, de los resonantes y de los otros, de las protestas cotidianas, fueron uniendo una consigna que castigó al sistema capitalista: la lucha por la dignidad.

Son muchos años en donde el poder no puede encontrar un remanso, no puede centralizar sus políticas tan necesarias para continuar por un camino de concentración económica virulento. “No hay explicación” del porque tanto resquebrajamiento luego de una larga primavera de avance sostenido en la dominación. Vienen pasando hechos que en su apariencia no tienen “sentido”. Así, los pueblos cuestionan todo, no creen en las instituciones establecidas. La democracia representativa está manchada de corrupción, los parlamentos, la justicia y los poderes ejecutivos aparecen a los ojos de los pueblos del mundo como lo que son: instrumentos de los monopolios más concentrados.

En los últimos tiempos la lucha de clases se va montando sobre otra calidad.

Aquí y allá esos centenares de millones de proletarios que -de una u otra manera- comienzan a irrumpir en la escena mundial. Ya no bastan explosiones de protestas sociales que agrietan la carcasa desde hace años, comienza a tomar cuerpo el verdadero enfrentamiento clasista. Las fuerzas se quitan los velos y la historia de la sociedad humana se presenta tal cual es. La burguesía monopolista va por lo suyo, pero la clase obrera y los pueblos no están dispuestos a soportar nuevas décadas de mentiras, populismos o engaños. La experiencia está hecha.

Por todos lados las consignas de lucha política se van elevando y son parte de esa lucha por la dignidad; se prueban fuerzas por cambiar el estado de cosas, ir a lo más profundo… Todos los torrentes populares que se movilizan en el mundo van por sus derechos políticos.

Ya no sólo se sabe lo que no se quiere -como sucedió en los últimos tiempos- sino que (de una u otra forma) los pueblos comienzan a dar los primeros pasos de por dónde ir.

Lo cierto es que ese paso se está dando: la movilización ha ganado las calles, del estado deliberativo a la conquista del derecho político se transita con la lucha. Aparecen en el horizonte los movimientos proletarios que se fueron amasando en años de acumulación en todos los continentes. El sello de clase se comienza a presentar  abierto, sin tutelas.

Cambios de gobiernos (todos en defensa del sistema capitalista) sufren a diario crisis políticas por las razones expuestas. Es que por abajo nadie quiere seguir viviendo como se vive.

Es en éstas circunstancias históricas que los pueblos buscan, prueban, experimentan y dentro de ellos reverdecen las ideas revolucionarias. Ideas que por décadas se fueron manteniendo a pesar de la ofensiva política e ideológica de la burguesía.

Son innumerables las luchas y los enfrentamientos. Las crisis políticas del poder se han vuelto estructurales por éstas razones, pero aún tienen el poder; la dominación está en sus débiles manos pero aún la salida revolucionaria en épocas de revolución no ha cristalizado. Ellos no pueden, pero los proletarios y pueblos tampoco.

Es en éstas circunstancias históricas es que hacemos el XVIº Congreso de nuestro Partido, en donde se pondrá a prueba nuestra aspiración de poder.

Llevar el torrente de masas por el camino de la revolución socialista, de la lucha por el poder requiere de nuestro Partido un papel excepcional. La clase obrera argentina como parte de toda la clase obrera del mundo ha comenzado a dar pasos cualitativos y superadores, de años y años de luchas, pero de extensos “silencios” como clase. Aún el peso de décadas en el plano ideológico-político y orgánico del poder burgués frena el impulso de la lucha por el poder.

No se sale de esta situación en donde el poder no puede y los de abajo tampoco, por fuera de una salida política revolucionaria. No es suficiente acumular fuerzas, probarlas, si en ellas no crece el contenido revolucionario de las mismas. Las metodologías de las masas, las organizaciones que se van dando las mismas, en fin, esa riqueza que contienen los pueblos enojados, no será suficientes para quebrar la dominación de clase.

El próximo Congreso deberá poner un acento especial en la herramienta política del Partido Revolucionario capaz de poner sobre la mesa de las grandes mayorías la lucha por el poder. La política revolucionaria es para las más amplias masas y cuando ellas la toman adquieren la fuerza que se necesita para el triunfo de la revolución. Para ello se necesita más partido y más organización política de masas, en todos los planos.

Nada podrá sorprendernos de la historia futura. Estamos en épocas de cambios. Muchas cosas se vienen anunciando y otras (en sus silencios) pesan más de lo pensado. Las resultantes del descalabro que genera el sistema decadente se irán viendo en lo cotidiano, no habrá largas esperas, como lo demuestra la realidad en el mundo, pero de lo que sí estamos convencidos es de las tareas que los revolucionarios tenemos que realizar. Allí tenemos certezas, muy lejos de cualquier dogmatismo.

El timón de la lucha por el poder tiene que estar firme. Nuestro Partido -con todos sus avatares- ha demostrado que superó mil batallas en épocas muy complejas; supimos sostenernos, pero eso ya es historia. Manos a la obra la revolución está en marcha.

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