No culpes a la lluvia…

Las catástrofes llamadas «naturales» nos muestran con toda crudeza la cara más terrorífica del sistema capitalista. Eso es lo que ha pasado en estos días con las inundaciones sufridas, fundamentalmente, en el sur de la provincia de Santa Fe.

Esta última es la tercera ocurrida, en este verano, en la zona. Poblaciones enteras inundadas, muertos, heridos, evacuados, pérdidas mil millonarias de cultivos, ganado diezmado, tambos destruidos, rutas y tendidos eléctricos devastados, etc.

Los gobernantes se lamentan de las inclemencias del tiempo echándole la culpa al dios de la lluvia, y cuando se ven acorralados por la crítica a semejante argumentación, se echan la culpa mutuamente: los intendentes y presidentes comunales le reclaman a los Estados provinciales, los gobernadores a la Nación y a sus pares de las provincias más altas de donde cae el agua hacia el sur este, y el gobierno nacional les vuelve la pelota diciendo que ellos son los responsables de no haber hecho las obras de prevención. Es el juego del gran bonete, que nadie tiene.

Varios productores agropecuarios afectados critican el «modelo productivo» y proponen cambiarlo dentro del funcionamiento del régimen privado de explotación de la tierra. A ellos se suman algunas ONG’s aportando cifras sobre los perjuicios que ocasiona la siembra directa. De la vereda de enfrente le contestan que la siembra directa es beneficiosa porque el rastrojo conserva los nutrientes evitando que se pierdan con la roturación.

Se critica el monocultivo de soja y se propone la rotación de los sembrados incluidos las pasturas para el ganado. Inmediatamente le salen a contestar otros argumentando que lo que produce las inundaciones no es el monocultivo sino la cantidad de canales que los productores agropecuarios hacen en sus campos para que el agua baje y no inunde el propio.

También apuntan señalando a la eliminación de recolectores naturales de agua (lagunas) a fin de habilitar campos para la siembra o para escurrir agua y realizar emprendimientos inmobiliarios o rutas que terminan convirtiéndose en diques que embalsan el agua en sectores en donde antes no se acumulaba.

Pobladores y comunicadores bien intencionados denuncian el desmonte indiscriminado para la hotelería, construcción de grandes regiones turísticas, y la agricultura lo cual ha significado que la absorción de la tierra haya disminuido un 70% haciendo precipitar el agua de lluvia a zonas más bajas. A eso también suman que se han construido grandes diques y represas sin planificación medioambiental, lo cual ha cambiado el clima en sus alrededores aumentando la humedad y tornando lluviosa zonas que antes eran más secas.

En medio de toda esta parafernalia de argumentos, nadie que ejerza el poder intenta destejer el enredo para desentrañar las causas. En el mundo del capitalismo, que los inversores y los Estados (nacional, provincial y comunal) han creado, «nada es verdad ni es mentira, todo depende del cristal con que se mira».

Qué bien que calza el guante de la relatividad de las cosas y de la vida a la competencia intermonopolista y al sostenimiento del sistema capitalista. Nada es absoluto, TODO es relativo. Tu opinión vale tanto como la mía. Si estoy en el poder hago la mía y cuando te toque (si es que te toca), poné en práctica la tuya y se verá cuál es la más acertada. Siempre hay que volver a empezar. El conocimiento elaborado y atesorado en millones de años de existencia del ser humano no vale de nada. El hombre y la naturaleza que lo rodea no son nada frente a la magnitud de los negocios millonarios que no hay que perder ni hay que dejar pasar.

El pensamiento burgués monopolista resume lo siguiente: El agua va a bajar y sus consecuencias van a arreglarse. Total, los grandes capitales no sólo se restituirán sino que, además, van a tener libre el espacio que ocupaban otros pequeños que molestaban su paso arrollador. Asimismo, como ocurre con toda devastación, habrá más negocios para poner en pie todo lo destruido. Cuán sabia es la naturaleza que actúa justo cuando las fuerzas productivas son tantas que es necesario destruir en masa parte de las mismas para volver a producir en un escalón superior y con mano de obra más barata a consecuencia de las necesidades creadas por la destrucción.

El caos de todo lo descrito no es debido a los efectos descritos sino las causas que lo generan. Y esas causas son el régimen privado de explotación de la tierra, la propiedad privada inmobiliaria, el capital privado de préstamo y la producción para emprendimientos que tienen efectos ambientales en amplios sectores del país, etc. y la falta de una planificación racional de toda la producción y obras de infraestructura para satisfacer las necesidades inmediatas y a largo plazo de la población, el cuidado y aporte a la sustentabilidad de la naturaleza para el desarrollo de la sociedad. Esto sólo es posible a partir de los bienes comunes y de los beneficios comunes que esos bienes pueden significar para toda la sociedad. Y eso se logrará únicamente cuando el proletariado y el pueblo en el poder, eliminen la propiedad privada de los resortes fundamentales de la producción del país.

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