¿Un nuevo “enemigo” para la humanidad?

La fuente de ganancia y riqueza de un burgués es la que se le extrae al obrero. En la época del capitalismo a la que asistimos se amplían desmesuradamente otras alternativas como el saqueo entre burgueses, aunque las mismas estén sujetas a la primera.

Hasta el hecho de “hacer plata de la plata” tiene su base en la extracción de valor que se le roba al que produce.

Este gobierno así lo entiende y afirma con sus políticas que la mayor productividad de cada trabajador es la fuente de toda riqueza, y bajo esa mirada clasista el obrero es una mercancía que está expuesta como cualquier otra. Toda política emanada de la actual administración apunta a resolver esta cuestión cueste lo que cueste y caiga quien caiga.

Sabedores desde donde enriquecen sus arcas, tienen algunos problemitas; algunos pasajeros y otros de carácter estructural.

La lucha de clases no les da tregua. Tienen derrotas y tienen victorias. Llevan sus planes adelante pero asimilan que las cosas no van tan bien; es el reflejo del sistema, anárquico como anárquico es el “dios” mercado.

Pero sí existe una tendencia histórica que es la que pesa, la que despeja el camino del análisis y nos saca del endiablado tiempo de nubarrones cotidianos.

Veamos:

Por un lado, los monopolios necesitan productividad del obrero. Por ejemplo que no falte tanto, que los tiempos de producción en un sector se reduzcan, ya sea que trabaje menos gente o que se incremente el ritmo al lado de la máquina y en la línea; a la vez esos monopolios necesitan incorporar nuevas y mejores tecnologías aplicar la ciencia a la producción y asçi competir contra otros monopolios. Lo curioso que esto es antagónico para el burgués puesto que, por un lado, necesita más robotización para mayor productividad de pocos trabajadores pero, por el otro, tiene que despedir obreros a los cuales les extrae la riqueza de su fuerza de trabajo (plusvalía).

En nuestro país el gobierno tiene un gran problema. Quiere que cada obrero produzca más y a la vez “culpa” a la tecnología de la desocupación. Nuestro vocero presidencial, reproductor de las políticas de Davos, encuentra a la tecnología y a la cuarta revolución industrial como enemiga acérrima de la humanidad.

En los países nórdicos existe otro cuento existe. Ronda una “idea” de Salario Universal; es decir, un desocupado tiene que cobrar un salario en forma obligatoria que le permita vivir toda una vida sin trabajar accediendo a las mismas oportunidades que se les brinda a toda la población ocupada. Una suerte de cementerio de los vivos.

Lógicamente que nada dicen desde donde se extraen esos recursos para sostener el sistema de esa manera. A modo de ejemplo: un monopolio como Shell asentado en una metrópolis como Estocolmo, cuyo valor de mercado es superior al de decenas de PBI’s de Estados en el mundo, realiza sus planes de superexplotación, o sea extracción directa de riqueza, de decenas de millones de trabajadores en las más disímiles tareas de producción y distribución de mercancías en el mundo. Salario Universal extraído de la sangre y el sudor de los pueblos del mundo. En sus fronteras el flagelo del suicidio. Una vida para la nada.

El capitalismo es uno solo, se disfrace de lo que se disfrace.

Y los pueblos se ¡rechiflaron!

Palabra muy ligera pero a la vez tan sentida.

Cuando aparece el Sr. “bombita” Trump y amenaza con cerrar fronteras, a la vez que tira por la borda todas las teorías de defensa del medio ambiente y promete avanzar a como dé lugar para producir a bajo salario en el propio terruño, aparece un fenomenal negocio de “brotes verdes”. Tesla, por ejemplo, se transformó en la empresa que más se cotizó en bolsa por sobre automotrices del tenor de GM o Ford. De un día para otro, el negocio viene “verde” y viene a “escupir el asado” una vez más. Las tecnológicas son un boom mientras que más de 4000 millones de seres humanos no acceden ni conocen Internet, o que una buena parte de la humanidad solo se encuentra en las fases de la primer revolución tecnológica, como en la India, donde los obreros industriales de las curtiembres aún trabajan descalzos en piletones contaminantes hasta el exterminio.

La tecnología es el nuevo enemigo a combatir”. El sistema capitalista, como nunca antes en la historia de la humanidad, ha hecho realidad “un imposible”: luchar contra la ciencia aplicada a la producción. ¡Irrealizable, es cierto! Pero no deja de ser curioso.

En la revolución industrial del siglo XIX era el obrero el que quemaba las máquinas; en nuestro país lo vivimos con las primeras corrientes inmigratorias de obreros europeos.

Pero se ha dado vuelta la tortilla. La clase dominante por un lado tiene que forzar más la ciencia y la técnica aplicada a la producción para competir y guerrear con otros monopolios por los mercados, y a la vez arrojar al vacío a miles de millones que estorban y son sobrantes en un planeta que para esos pocos deberían desaparecer, sin miramientos.

Muchas mentes del poder ansían guerras de extermino. Si no, ¿qué significó el brutal lanzamiento de la Bomba Madre en Afganistán y hacer realidad la tercera guerra mundial con un objetivo inmediato de ganancias del aparato industrial militar, pero a la vez como una solución para quemar fuerzas productivas hombre que tanto “gasto inútil” provoca?

Para nosotros, en cambio, la ciencia y la técnica aplicada a la producción no pueden ser un freno para el género humano. Por el contrario, son elementos liberadores para la humanidad cuando ese conocimiento se lo apropia el explotado y el oprimido, o sea la mayoría de la población mundial.

En nuestro país ese baluarte de la humanidad está concentrado en pocas manos y su único beneficio es la ganancia. Imaginemos entonces una revolución social en la que podamos aplicar ese conocimiento para que la sociedad pueda amigarse en un todo con la naturaleza, de la que somos parte, y con una tecnología que no lastime ni hiera de muerte a ese todo tan preciado.

La lucha por el poder, por la construcción de una nueva sociedad, implicará liberar fuerzas productivas que hoy están literalmente frenadas. La producción consumista instalada por el sistema capitalista, con una crisis de superproducción a cuestas, lleva a una “mágica” situación en donde los pueblos no acceden a lo que producen. Los caminos llevan a “la nada”.

Se necesita pensar de otra forma muy lejos de todo el idealismo que tiene el pensamiento burgués de que el capitalismo es la única salida a tal embrollo planetario.

Nuestros obreros, nuestros trabajadores en todos los niveles, nuestros ingenieros, técnicos, docentes, médicos, enfermeros, quienes distribuyen las mercaderías, quienes están abocados a las tareas del mantenimiento ciudadano; en fin, una sociedad que ha tocado un piso necesario de socialización de trabajo, necesita liberar fuerzas que hoy están contenidas con solo fin de la ganancia de unos pocos. La tecnología aplicada a la producción no es el principal enemigo de la humanidad sino el capitalismo que, en esta etapa histórica, hace que todo el andamiaje superestructural de los Estados hoy constituidos no permita adecuarlos a las necesidades del género humano. Allí está la contienda de fondo y esa batalla, que es política e ideológica, es irrenunciable porque es irrenunciable la lucha por el poder para la liberación de fuerzas inconmensurables. 

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