La guerra, un negocio con pies de barro

El ataque con misiles del 6 de abril sobre Siria ha desatado un desmedido recrudecimiento de la guerra. El abuso de los bombardeos con bombas de racimo, altamente destructivas, se lleva a cabo sin miramientos sobre poblaciones enteras y, sin lugar a dudas, acrecienta las posibilidades de más y más demandas de armamentos. El bombazo del jueves sobre Afganistán, con la madre de todas las bombas, tiene el mismo propósito; hacer recrudecer la guerra que había entrado ya en un periodo de remanso y con ello mantener vigente el negocio mostrando el poder destructivo del “nuevo juguetito”. Todas las expresiones políticas enfrentadas entre sí en Afganistán condenaron al unísono el bombazo de Trump; según ellos las fuerzas del ISIS estaban diezmadas. Sin embargo, los más conspicuos representantes del poder monopolista apenas si objetaron la cruenta decisión. La falta de seriedad para justificar los bombardeos en Siria respecto de las armas químicas, como las que argumentan el ataque contra el ISIS en Afganistán apuntan con toda claridad a cercenar toda posibilidad de finalizar la guerra. Por el contrario, buscan incrementarla. Sólo así se justifica que en 2016 los ataques con bombas que EE.UU. lanzó en esa región y en Medio Oriente totalicen, según información periodística, 26.172 bombazos que equivalen a más de 71 bombas lanzadas por cada día del año.

Algunos datos que grafican el fomento a la guerra (1).

El volumen de producción de armamentos y de su exportación crece a un ritmo de casi 3 % anual. En el periodo 2012 – 2016 dicho aumento representa un incremento significativo muy superior a otras etapas, que alcanza a un 9 %. En ese mismo período Asia, Medio Oriente y África pasaron a ser el destino del 50% de toda la producción armamentista mundial. Según datos aproximados la facturación anual ya supera los 100 billones de dólares. En los últimos 5 años Medio Oriente se ha convertido en el jardín del Edén para la industria militar y en un infierno para sus pueblos. Las expresiones burguesas dominantes de esos países pasaron a ser, por razones obvias, los compradores más compulsivos de armamento que haya tenido lugar en los últimos 50 años. Para la oligarquía el negocio de la guerra es tan lucrativo en esa región que todas sus políticas buscan a como dé lugar la promoción de la guerra. En los últimos cuatro años, por ejemplo, Arabia Saudita aumentó en un 245% la compra de armas, seguida por Qatar, que las incrementó en un 215%. Ellos detrás de la India, que es el principal importador de armamento del mundo.

Los principales productores y exportadores de armamento a nivel mundial son, por orden de importancia, EE.UU., Rusia, China, Francia y Alemania, que juntos representan el 74,5% de la producción mundial. El crecimiento más significativo de armamento fue impulsado en el último período presidencial del “premio Nobel de la paz” Obama. En los últimos cinco años el crecimiento de la exportación y producción de armamento de los monopolios y la industria militar de EE.UU. creció un 21% y, en la actualidad, es el mayor exportador de armamento a nivel mundial llegando a proveer de los mismos a más de 100 países. Casi la mitad de las armas que produce van a parar a Medio Oriente. El 33% de todo el negocio de producción y exportación armamentista nivel mundial lo hegemoniza EE.UU., seguido por Rusia con el 23% del mercado y en tercer lugar por China con un 7% del mismo. Pero con la particularidad que este país depende cada vez menos de la importación porque ya produce cada vez en mayor escala su propio armamento, situación que lo ha colocado en un competidor serio y claro exportador de armas superando a Alemania y Francia que conforman respectivamente el 6% y el 5.5% del mercado.

En el marco de una feroz guerra intermonopolista a nivel mundial, podemos deducir de estos datos que sobreabunda la producción de armamento que necesitan realizarse como mercancía. Estas guerras interimperialistas que ventilan la competencia y la lucha por la dominación de territorios, recursos, etc. tienen como trasfondo, y valga la redundancia, la guerra contra los pueblos en su más cruenta expresión. Entrega como resultado de sus negocios, como producto final, como realización por este comercio atroz, la suma de masacres, matanzas y destrucción de millones de seres humanos y al mismo tiempo la destrucción de bienes de todo tipo, es decir implican la destrucción de fuerzas productivas. Sin embargo, y pese al descomunal poderío del armamento actual, ocurre que la destrucción de todas estas fuerzas productivas acotan las posibilidades futuras del negocio armamentístico; por lo tanto acotan las posibilidades de poder reproducirlo como tal. Es decir el sostenimiento indefinido de la guerra como condición para sostener el negocio del armamento genera como contrapartida más y más crisis política y lucha, más enfrentamiento a su dominación de clase. No son casuales las masivas movilizaciones en EE.UU. contrarias a la guerra en Medio Oriente y opuestas al aumento de los presupuestos militares que decretó Trump a pocos días de haber asumido como presidente. Esta contradicción no pueden resolverla. Aquí ya no domina únicamente el afán de las ganancias extraordinarias y rápidas con la guerra sino las perspectivas del propio sistema capitalista que por imponer su dominación hace cada día más masiva y más justa la guerra de los pueblos contra toda esta inmundicia. La desesperación política del poder monopolista mundial y de sus núcleos más maniáticos y asesinos, que se ven acorralados por la crisis estructural irreversible y por la acción de los pueblos que no dan plafón ni consenso de ningún tipo a todos estos atropellos contra la humanidad, los ha desquiciado. A medida que avanza su desesperación por sostener el capitalismo lo destruyen. Su punto débil es la masividad y su subsistencia como clase pero sólo el enfrentamiento y la lucha revolucionaria los hará caer. La acción multiplicada de los pueblos es más poderosa aun que la locura desquiciada de una clase dominante en putrefacción.

(1) Las cifras que se mencionan son aportadas por el Instituto para la Paz de Estocolmo (SIPRI).

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