Nuestra dignidad no se negocia

Los políticos del sistema continúan en su ardua tarea de tratar de convencer al pueblo de que la realidad nacional sucede a partir de sus chanchullos y componendas; como si los trabajadores y el pueblo no supiésemos que todos ellos –más allá del color de camiseta con que se vistan, defienden los intereses de una misma clase: la clase burguesa.

No sorprende que desde que comenzó el año las sesiones del Congreso hayan sido prácticamente nulas y que las promesas de leyes supuestamente a favor del pueblo brillen por su ausencia.

El gobierno de Macri tilda a la “oposición” de querer desestabilizarlo y de poner palos en la rueda a su gestión… Como se dice popularmente, es el perro queriéndose morder la cola: unos que sí, otros que no, y viceversa, se acusan, se pelean, se amigan, y las necesidades y urgencias del pueblo, bien gracias…

Porque mientras tanto, la vida sigue su curso: los monopolios, verdaderos dueños del Estado y de las decisiones políticas (que representan y defienden en uno y otro bando), continúan explotando y oprimiendo al pueblo trabajador. Esa es la única verdad, la verdad de la milanesa, como se dice.

Es ingenuo pensar que todos estos nefastos personajes desconocen la realidad, por el contrario, no sólo la saben perfectamente sino que son los responsables de los pesares que padecemos a diario. El cinismo con que anuncian “sus planes” (empresarios, gremialistas y gobierno) deja claro que son representantes de la clase social que explota el trabajo asalariado y decide con cuántas migajas deberemos vivir los trabajadores.

Por eso decimos que ya no les sirve para nada mentir tan descarada e impunemente, ni hablar de “cambio”, ya no confunden a nadie con estadísticas ni datos macroeconómicos. Ya nadie se traga el anzuelo. La producción y las riquezas que generamos colectivamente los trabajadores en nuestro país alcanzarían para lo que quisiéramos. Desde trabajar muchas menos horas diarias, tener sueldos superiores a la canasta familiar, para que los jubilados perciban el verdadero 82% móvil y para que los 40 millones de habitantes tengamos una vida digna. Cualquier otra cosa es robo y explotación descarada.

Todos los días, millones de argentinos salimos a trabajar para ganarnos el pan para nuestras familias. Somos nosotros los verdaderos hacedores de las riquezas, los que generamos el gran banquete que están disfrutando otros.

Nuestra realidad es cruda, y vemos cómo nuestro nivel de vida decae en todos los aspectos. Lo que debiera resultarnos cada día más fácil se torna un calvario, porque lo que nos ofrecen estos mercaderes de la vida humana es muy poco, nada nos queda por disfrutar o esperar hacia el futuro.

La gran mayoría sabemos que nada podemos esperar que ellos nos garanticen; mucho menos nuestro destino. Pero mal que les pese, también todos los días, al tiempo que como pueblo salimos a ganarnos el sustento, estamos forjando, junto a nuestros pares, algo que todavía no se ve, pero se percibe cada vez con más fuerza. Nuestra dignidad no se negocia.

Y se expresa en la lucha cotidiana contra toda injusticia y por nuestros derechos, en todos los planos, frente a cada avasallamiento. En los últimos meses, mientras los profesionales de la política “hacen” que gobiernan y dictan leyes a favor de los monopolios, los trabajadores y el pueblo estamos luchando y vamos conquistado parte de los que nos pertenece, demostrando todo lo que ellos son incapaces de hacer.

La importancia de este proceso de luchas, aunque todavía aisladas pero en camino de unificarse, representan para nosotros, el pueblo argentino, el capital más importante con el que contamos y con el que estamos gestando los grandes cambios; tengamos la certeza de que este camino es al único que debemos darle importancia y el que hay que profundizar.

El Gobierno y todas las oposiciones son enteramente gestores y garantes de los intereses monopolistas, más allá de los discursos y las peleas para la tribuna.

No nos van a regalar nada, no vamos a conquistar nada si no se los arrancamos con la lucha. Por eso decimos que el presente y el futuro están en nuestras manos. Luchar por condiciones dignas de vida supera ampliamente los reclamos por mejorar nuestra situación personal, implica reclamar mejoras y progresos a nivel social, mejoras y respuestas a las necesidades colectivas, el progreso de nuestros compañeros, de nuestros barrios, de nuestras comunidades.

Enfrentamos a un poder que se sostiene –precisamente- porque nos condena, y por eso apuestan a mantenernos divididos, a embretarnos en sus problemas, en sus discusiones, en sus componendas; para que nos olvidemos de lo que verdaderamente tenemos que resolver, que es nuestra organización unitaria, independiente de toda tutela burguesa.

La unidad por abajo y en todas sus formas, estrechar filas a la hora de pelear por lo que nos corresponde, por nuestros derechos, es la mejor medicina para este virus con que nos ataca: la burguesía monopolista.

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