No hay igualdad, sólo lucha de clases

La embestida de la burguesía monopolista contra la clase obrera y el pueblo es la condición de su existencia como clase. La burguesía no puede ser ella misma si no profundiza la explotación, el saqueo y la miseria, si no aplica desde el gobierno y desde el Estado a su servicio las políticas que viabilicen y sostengan sus ganancias.

El sostenimiento de la propiedad privada de los medios de producción, de distribución y cambio, da lugar a una furibunda lucha por la concentración y monopolización de los mismos en cada vez menos manos. Es la base donde se sustentan las condiciones materiales para sostener las condiciones económicas y jurídicas que viabilicen sus ganancias. La acción económica es el leiv motiv de clase de la burguesía, pues esta constituye su razón de ser como clase dominante.

Todo el embate por la cristalización de las reformas laborales, previsionales, tributarias y fiscales y demás en danza, que desde el poder se intentan ahora, pero -que no es la primera vez que llevan adelante- se asientan en el sostenimiento de las condiciones económicas.

Condiciones que lejos de ser un lecho de rosas se asientan en un cuadro de anarquía desenfrenado imposible de revertir. No obstante, tales embates están acompañados de fundamentos políticos e ideológicos que implican en esencia someter a los dictados del capital monopolista a una mayor subordinación de la clase obrera y el pueblo, en función de sus necesidades económicas. Sin embargo, tales fundamentos y expresiones ideológicas son reflejo de la anarquía imperante producto de la lucha por la apropiación y concentración de la ganancia, y aunque le rindan culto a la explotación del hombre por el hombre, todas tributan en función de su propio interés particular, resultando ser un cuadro donde la centralización política cede el lugar a la guerra de todos contra todos.

Por ello, aun a expensas de saber que las masas le tienen picado el boleto como expropiadores de la riqueza generada por el trabajo social, todas estas expresiones monopolistas insisten en victimizarse frente a quienes son realmente los explotados, aduciendo crisis, salarios altos, leyes injustas para ellos, la falta de garantías jurídicas, etc. El negocio del biodiesel, la producción de gaseosas, los negocios de las petroleras, el monopolio de la industria lechera, todos separados por las ventajas de sus propios negocios, pero victimizándose frente a la clase obrera para profundizar su explotación.

En sintonía con estas premisas se inscriben los informes y análisis de los medios, que intentan mostrar un cuadro de cosas buenas que pueden hacerse si los empresarios pagan menos salarios, aumentan la edad jubilatoria, etc., etc., poniendo como ejemplo regiones de Europa o algún país asiático. Con estos planteos, su objetivo es que con la anuencia de la clase obrera apropiarse de más trabajo social para incrementar mayores ganancias.

En el marco de la victimización a la que le rinden culto los medios a su servicio, como parte de su pantomima ideológica, buscan establecer con las reformas laborales un carácter de igualdad entre los empresarios monopolistas y los trabajadores, como si en verdad estas dos clases contrapuestasy antagónicas poseyeran dentro del régimen burgués iguales derechos.

El solo hecho que la clase obrera y la inmensa mayoría de los trabajadores de nuestro pueblo posea como único medio para subsistir a cambio de un salario -su fuerza de trabajo- es decir sus músculos, sus condiciones físicas y mentales y su experiencia laboral, careciendo de cualquier otro medio para procurarse el sustento diario, habla de la desmesura de sus pretensiones.

El desmedido acrecentamiento de la propiedad privada concentrada en manos de la burguesía monopolista y del empresariado del que forma parte, o sea la propiedad de los bancos, de la empresas industriales, la propiedad inmobiliaria y de los campos, del comercio, de los medios de comunicación, del transporte etc., puestos en un mismo plano de igualdad con quienes están despojados de toda propiedad sobre los medios sociales de producción, que no sea su fuerza de trabajo, pone de relieve el ocultamiento ideológico desde el poder para evitar mostrar una situación que contrasta violentamente con la situación real. Este solo planteo es una fantasía que la burguesía ha construido en torno al empresariado, como los verdaderos hacedores de las cosas. Esta reforma -sin dudas- es un llamado a profundizar la lucha de clases.

Toda la reformulación del régimen de trabajo, de contratación, de pago de salarios, más el sistema de indemnizaciones, está plagado de contradicciones, que se asientan en la lucha por la ganancia y la anarquía derivada de ello.

El empresariado -al ver reducido los costos salariales y por añadidura los de indemnización por despidos- al tener un marco jurídico de contratación precarizado y a su vez, respaldado por la reducción de los montos de los juicios, no tendrá empacho en despedir; es más, utilizará aún más el despido como arma extorsiva contra los obreros. Lejos de ser una alternativa al desempleo, atenta violentamente contra las condiciones y las conquistas laborales alcanzadas. En detrimento de la calidad laboral se acentúa el ritmo de trabajo extenuante, con lo cual se subordina la propia organización fabril que representaba un avance con la célula de trabajo, al trabajo contra reloj. Se exigirá más a menos obreros, en función de la cantidad.

Menor salario, más productividad con menor cantidad de obreros, esa es la fórmulade la burguesía monopolista que se plantea aprobar antes de fin de año. Pero la jurisprudencia y la Constitución, las normas de trabajo, i la propia fisonomía del capitalismo en nuestro país, muestra ya este desparpajo. Si sus propias reglamentaciones y leyes son tan violentados por la desmesura y el parasitismo de los monopolios, si la aparente armonía de la legalidad burguesa ha sido quebrantada por la desesperación económica de un puñado de magnates en perjuicio de la amplia mayoría de los trabajadores y el pueblo, ello no significa otra cosa que las condiciones económicas alcanzadas hasta aquí están llegando a un extremo que implican la necesidad de un cambio revolucionario.

Que no vendrá sino producto de la acción presente, de la organización, la movilización y acción política permanente y sin respiro; en suma, del contraataque que desde el seno de la clase obrera en sus lugares de trabajo y desde el seno de nuestro pueblo en las barriadas, se constituya como un gran torrente que prepare el camino a un cambio de poder. Al contrario de la burguesía, la lucha y la acción política es nuestra mejor arma para enfrentar la decadencia a la que nos quieren llevar.

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