La caldera de la lucha de clases en ebullición

Achicar el costo de la producción para el sostenimiento de sus ganancias es el plan de la burguesía monopolista a nivel mundial y por ende, también en nuestro país. La llamada «reconversión» no es otra cosa que producir más con menos personal. De eso se trata, fin de la historia. No hay problemas «de producción», ni «de inversiones de capitales». El «problema» -por así decirlo- es cómo achicar la masa salarial lo más rápido posible.

Más allá que pueda analizarse que este gobierno supo moverse bien en el terreno electoral, desde las necesidades de la burguesía es evidente que lo que no puede pilotear es la lucha de clases. Su deterioro político se expresa -entre otras cosas- en cómo se cae a pedazos su confiabilidad. Todas sus medidas son en contra del pueblo y los trabajadores: hoy nomás, aumento en el transporte, de los servicios básicos, combustibles, medicina, entre otros.

El avance sobre determinadas áreas del Estado, despidiendo trabajadores sin ninguna causa o «coherencia», no pudo ser tapado con el demagógico anuncio de correr a familiares de funcionarios de puestos públicos: lo único que se le ocurrió salir a decir al presidente frente a la nacionalización de varios conflictos. No solamente el del INTI, sino también el de Río Turbio, el del SENASA, el del Posadas, Fabricaciones Militares, FADEA Córdoba, entre otros.

Esta especie de «cruzada» en contra de los trabajadores no sólo busca resolver el problema que tienen, planteado al inicio de este artículo, sino además, es una búsqueda desesperada por tratar de llegar al mes de marzo con el movimiento de masas adiestrado y disciplinado: la discusión salarial (que todavía denominan «paritarias») en un marco de creciente inflación, será un punto de inflexión y marcará sin dudas el escenario político de todo este 2018.

No podemos dejar de mencionar que las conductas de las burocracias de toda laya es evitar el enfrentamiento. Sus discursitos combativos no pueden esconder el papel conciliador que juegan negociando a espaldas de los trabajadores, lo que no hace más que profundizar el quiebre que existe entre los verdaderos intereses de los trabajadores y las necesidades de una cúpula funcional al sistema, cada vez más ajada y desprestigiada.

Pero la caldera de la lucha de clases toma ebullición no sólo en el ámbito estatal. Los conflictos en los Ingenios del norte del país, en la alimenticia Ilolay y en la aceitera Cargill también son algunos ejemplos de lo que decimos.

El conflicto generado por el despido de 44 trabajadores de la multinacional Cargill en sus plantas de Villa Gobernador Gálvez y Alvear recrudeció ayer cuando la compañía incumplió con el mandato de la conciliación obligatoria dictada en horas de la mañana por el Ministerio de Trabajo de Santa Fe. La empresa impidió el ingreso de los cesanteados desconociendo la instancia ministerial y colocándose en una manifiesta ilegalidad de sus propias leyes burguesas. La multinacional Cargill -en conjunto con sus gobiernos- tomó la decisión de militarizar la empresa con efectivos de Prefectura Naval, como una muestra más de su ensañamiento en contra de los trabajadores y de cómo actúan como clase cuando así lo necesitan.

Señala un reciente comunicado de los obreros: «No encontrándose brindadas las garantías mínimas tanto operativas por la falta de trabajadores que cumplen tareas clave en la planta, como por la presencia de fuerzas de seguridad en los sectores de trabajo, la asamblea de trabajadores decidió permanecer en el ingreso de la planta»…. Los obreros volvieron al paro y al acampe fuera del predio.

No sólo en este conflicto sino en varios de los que mencionamos, la moneda está en el aire. Pero como lo venimos señalando durante todo este verano caliente,  los conflictos se ganan con masividad a la hora de la discusión, la decisión y de la ejecución de las acciones.

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