La propiedad privada de los medios de producción es la causa de la desocupación

A principio de enero de este año, la revista Apertura (vocera de la burguesía monopolista), publicó un artículo titulado “¿Cómo impactará la automatización en el mercado laboral?”.

En la nota se daban detalles del grado de automatización a fecha del año 2020 y posteriores, según las estimaciones fundadas en el desarrollo actual de las nuevas tecnologías, maquinarias y procedimientos. En relación a la mano de obra, describía cómo ésta es y será desplazada cuanto mayor sea la automatización incorporada a la producción. Los números que indicaba la nota eran los siguientes: a principios del 2020 la incidencia será del 3%, pero a finales del mismo año alcanzará el 20%, con lo cual se desplazaría, al principio del mismo año, un 4% de mano de obra y a fin de ese año quedarían sin trabajo un 23% de trabajadores.

A mediados de la década del 2030, se estima una automatización que alcanzaría 30% dejando sin trabajo a 26%. Pero no deja de ser interesante también que dentro de los trabajadores que serían desplazados (es decir, tomando esos universos de 2%, 16% y 34% respectivamente), la división por género ubica la incidencia en los siguientes porcentajes: Varones afectados al principio del 2020: 2%, a finales de 2020: 16% y a mediados del 2030: 34%.

Por diferencia, la cantidad de mujeres trabajadoras afectadas al principio de 2020 serían 98%, a finales del mismo año: 84% y a mediados de 2030: 66%. Siempre tomando en cuenta los universos indicados más arriba.

Ahora, tomando en cuenta que, en términos actuales, las mujeres tienen un salario 33% menor al de sus compañeros varones, la disminución de la mano de obra va de la mano de una disminución de la masa salarial absoluta por remplazo de una fuerza de trabajo más cara por una más barata.

Para la burguesía esto se trata de un proceso natural en donde el avance de la ciencia y de la técnica así como de los procedimientos de producción emanados de ella, generan ese efecto. El sentido común no desmiente esa idea y, por lo tanto, se repite como letanía la supuesta verdad que reza que el avance de la fuerza productiva provoca un retroceso en la mano de obra, o lo que es lo mismo, ocasiona desocupación.

Pero el sentido común burgués no hace más que reproducir los conceptos de esa clase estampándose en cada, libro, manual, cátedra y cuanto medio masivo de difusión que refleja la ideología de esa clase la cual baja como cascada desde las alturas del Estado hacia el valle de toda la sociedad.

Sin embargo, esa lógica se revierte cuando se cuestiona la propiedad privada de los medios de producción fundamentales en manos de la clase minoritaria y parásita de la sociedad: la oligarquía financiera.

Porque los burgueses dueños de los grandes medios de producción que ocupan grandes cantidades de mano de obra, se empeñan en abaratar sus costos de producción pagando salarios cada vez menos voluminosos, y reemplazando la mano de obra por máquinas que realicen el trabajo más rápido, preciso y eficientemente, todo con el objetivo de incrementar sus ganancias[1].

Ésta es la razón que lleva a la lógica de la eliminación de mano de obra y a la reducción permanente de sus salarios.

Para esta sociedad capitalista, el avance en la producción significa penurias y privaciones para las mayorías productivas y mayor goce para la minoría parasitaria.

Ahora, si los medios de producción fueran sociales y no tuvieran dueños privados, tal como es la producción (no existe prácticamente, en el mundo, producción que no sea social), el avance de la automatización, la tecnología aplicada a la producción y las mejoras en la organización fabril e industrial, llevarían a que la mayor cantidad de producción generada por esos avances pudieran ser gozados por toda la población laboriosa con productos más baratos y menores tiempos de trabajo social para todos, con lo cual habría más tiempo para el cultivo espiritual, familiar, social y placentero. Y esto sería para todo el conjunto social, ya que la mujer, como fuerza productiva social, al igual que el varón tendría un ingreso igualitario sin diferenciación de género, pues es otra gran mentira la menor productividad femenina.



[1] A pesar de ello se encierran en sus propias contradicciones y aunque aumenten su masa de ganancia, sin quererlo, hacen disminuir sus porcentajes de beneficios en relación al capital invertido.

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