Entre burgueses, nadie puede acusar a nadie de traición

Es una ley no escrita de la política argentina que, cuando un gobierno se encuentra debilitado políticamente, llama a la búsqueda de consensos entre todas las facciones de la clase dominante. Ni más ni menos que eso es el llamado del gobierno de Macri de impulsar un “gran acuerdo nacional”, anunciado por el jefe de gabinete Marcos Peña, quien aclaró que el mismo debe ser para elaborar un presupuesto para el 2019 que termine con el déficit fiscal.

En otras palabras, el gobierno solicita a los demás representantes de su clase que se comprometan a realizar lo que siempre fue su plan de achatar salarios, aumentar la productividad y avanzar sobre las condiciones de vida de la población trabajadora; mucho más ahora cuando se acudió a la “ayuda” del FMI y este organismo pondrá como condición fundamental el avance de esas políticas.

El llamado de Macri es lo mismo que si un condenado a morir en la hoguera, mientras las llamas lo rodean, pidiera que se acerquen a darle el último abrazo. De la boca para afuera, todos los exponentes de su clase estarían dispuestos a acompañarlo. Pero sólo de la boca para afuera. Porque mientras le prometen acudir a ofrendar el abrazo entre las llamas cada facción de la burguesía monopolista está más preocupada por cómo quedar mejor posicionada en la encarnizada puja interburguesa; y allí es cuando se acaban las palabras y lo determinante son las acciones que cada actor ejecuta. Y entre burgueses nadie puede acusar a nadie de traición pues su carácter de clase explotador justifica sacar del camino hasta a los propios integrantes de su clase.

Contradictoriamente, la clase dominante teme el fuego que se reanima por abajo aun cuando lo intenten ningunear y subestimar. Es así que se acrecientan las contradicciones entre respaldar al capitán del navío antes que éste naufrague. Se reaviva de esta manera la crisis política estructural de la burguesía monopolista en la Argentina.

En el campo de la clase obrera y el pueblo, como lo afirmamos en el artículo publicado ayer en este medio, en estas últimas semanas los grupos monopolistas se han apropiado de grandes porciones de riqueza. Al mismo tiempo, desde principios de enero hasta hoy, el salario en dólares se devaluó un 34%. Todo esto acrecienta y acrecentará las penurias del pueblo trabajador. La intervención del FMI en las decisiones económicas y políticas del gobierno auguran una profundización de la búsqueda por reducir el “costo laboral” argentino. En su informe de diciembre de 2017 el organismo advertía que el peso estaba sobrevaluado un 25% y “sugería” medidas para “incrementar la competitividad”. Dichas medidas son modificar el cálculo de las indemnizaciones, limitar la extensión de la cobertura de los convenios colectivos, disminuir las contribuciones patronales, reducir el empleo público y ampliar el alcance del impuesto a las ganancias.

Una nueva andanada de medidas de ajuste es lo que se viene. Para esto anuncia el gobierno su gran acuerdo nacional. La hoja de ruta de la burguesía está escrita.

La implementación de la misma será el tema. No dudamos que los trabajadores y pueblo en general darán batalla contra estos propósitos, como lo viene haciendo en un alza persistente. En ese marco de la lucha de las clases, el proletariado debe elaborar su propia hoja de ruta con dos objetivos principales: detener el ataque de la burguesía monopolista y, en ese camino, profundizar la construcción de sus propias herramientas de lucha y de organización que sirvan para que los trabajadores y el pueblo tengan voz y voto en la contienda política desde la lucha de calles, la huelga, los piquetes, las movilizaciones masivas y toda acción que sirva para acrecentar un gran movimiento político-reivindicativo que, desde el ejercicio de la democracia directa, comience a mostrar un camino diferente al que proponen todas las variantes de la política burguesa.

En este momento es más que necesario e imprescindible redoblar la construcción de un sindicalismo revolucionario que se debe caracterizar por el protagonismo más amplio y participativo de la masa de trabajadores y la unidad de acción desde abajo.

Nos referimos a la constitución de una fuerza capaz de pararse, desde un poder contra poder, a la burguesía monopolista y sus políticas. Una fuerza que vaya al encuentro de las más amplias masas obreras y trabajadoras que sirvan para la organización en cada lugar de trabajo y, desde allí, ampliar su acción y construir la unidad con otros centros laborales y con organizaciones populares de toda índole de una zona o región.

Las intenciones de la clase dominante no son caprichosas; apuntan al deterioro de la vida de toda la población mas su principal batalla seguirá siendo apropiarse de más plusvalía de su clase antagónica, la clase obrera.

Desde esa clase debemos pararnos y enarbolar un verdadero proyecto de clase que sea capaz de aglutinar la fuerza y la lucha de la gran mayoría del pueblo argentino.

El sindicalismo revolucionario debe asumir esta necesidad histórica e imperiosa en un momento de la lucha de clases en la que debemos tener claridad del camino a seguir y la determinación para concretar los pasos necesarios.

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