La lucha por nuestra liberación

Parte esencial de la dominación de la burguesía monopolista es la transferencia de su ideología a todo el pueblo.

Sin darnos cuenta, aprendemos en forma escrita y verbal que el Estado es la institución que nos representa como país. Supuestamente, es el órgano madre de todas las instituciones que nos gobiernan, legislan, aplican justicia, vela por nuestra seguridad y organiza las vidas de todos los individuos. El Estado, nos dicen, resuelve en forma ecuánime los conflictos de todo orden, además de proteger las vidas de los habitantes de la Nación.

Sin embargo, en tiempos de crisis como el actual, las instituciones del Estado comienzan a mostrar a quiénes sirve y de quienes se sirven. Y esto no es reciente, pues la decadencia viene desde décadas atrás y avanza hacia su putrefacción total.

Tal es la cuestión a develar para que surja claramente cuál es el papel de cada quien en nuestra sociedad y qué intereses defiende el Estado y el gobierno de turno que lo administra.

Primero debemos aclarar que la crisis no es pasajera. Por el contrario la crisis es estructural y todos los aspectos económicos que crujen y nos hieren cotidianamente tienen su base y fundamento en una disputa de intereses entre grupos sociales que conforman clases bien definidas.

Por una lado, la burguesía monopolista, la clase de los dueños de las acciones de las grandes empresas transnacionalizadas y su corte de alcahuetes, funcionarios, gerentes (empresarios o gremialistas traidores). Esta gente no trabaja para la sociedad. Si aparecen en oficinas y despachos no es que están haciendo una labor para la sociedad sino que están cuidando sus intereses privados, es decir, viendo y especulando a dónde van a colocar sus capitales para obtener el máximo de beneficios. Nada les importa en donde los invierten pues les da lo mismo en un lugar u otro, en una rama o en otra, en nuestro país o en otro, si el beneficio es el más conveniente. En suma, no trabajan. Son parásitos, sólo piensan en sí mismos, no contemplan ningún objetivo de tipo social.

Son los causantes de todo el desbarajuste que gobierno a gobierno se viene profundizando desde años, a costa del cual los trabajadores y el pueblo venimos sufriendo y no vemos perspectivas de salida mientras ellos decidan sobre nuestras vidas.

Las leyes, la justicia, las decisiones del poder ejecutivo (aumento del dólar, inflación, aumentos de tarifas, intensificación de la productividad del trabajo productivo que hacemos nosotros, disminución de salarios, etc.) todo funciona para sostener el poder de esos monopolios y aumentar sus ganancias.

A pesar de los avances del mundo, de la tecnología, la ciencia, etc., estamos privados, por ejemplo de tener luz, gas, servicios de salud, educación científica y al servicio del pueblo, los alimentos cada vez son más caros, etc. ¡Eso suena contradictorio con el hecho de que el Estado fuera imparcial y ecuánime para todos, porque ellos no se privan de nada y, es más, gozan de lujos!

Es que la mentira radica en ello. El Estado está para ordenar la vida de la población al molde de sus intereses, para que los trabajadores sigan trabajando para esa casta de zánganos parásitos garantizando sus ganancias, y aumentándolas.

El Estado defiende los intereses de esa clase minúscula y muy poderosa. Las clases sociales se enfrentan por la riqueza producida y está todo al revés. Los que producen no tienen nada. Sólo su salario cada vez más flaco. Los parásitos son los dueños de todo el país, fábricas, medios de transporte, tierras, energía, y todo cuanto hay existente o plantado en el territorio e incluso del Estado con todas sus instituciones.

Como trabajadores es muy útil saber que los intereses de ellos son opuestos a los nuestros para estar seguros de que todas sus decisiones, sus gobiernos de turno, los legisladores que les sirven, la justicia, la policía, los contenidos de la educación, etc., van a estar destinados a consolidar o, al menos, sostener sus podrido sistema que hace agua por todos lados y cada vez, sus astillas penetran con más profundidad en nuestra piel.

Con ese conocimiento en nuestro haber, el que debemos levantar como bandera, orientaremos más precisamente la mira de nuestras acciones a fortalecernos como pueblo.

Pelearemos con más convicción por nuestros derechos que son contrarios a los de ellos, no los dejaremos gobernar en nuestra contra, destaparemos cada una de las mentiras que encierran y nublan nuestro futuro, uniremos sin dudar ni un poco todas las fuerzas necesarias para oponernos a cada una de sus decisiones, extenderemos y profundizaremos el germen del nuevo Estado que representa los intereses de los trabajadores y el pueblo con la práctica de la democracia directa y las decisiones asamblearias que se viene dando en cada lucha popular y contribuiremos a la formación de una fuerza organizada nacional que pelee con las armas de nuestra verdad de clase basada en que somos quienes todo lo producimos y deberemos llegar a ser quienes todo lo decidamos en nuestro país.

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