Acá nadie mueve un dedo sin organizarse…

La lucha de clases es implacable. Y cuando se producen momentos de intensidad en el enfrentamiento, la responsabilidad de los revolucionarios se acrecienta, son momentos donde la convicción en el proyecto revolucionario y la confianza en las masas están sometidos a toda prueba,  se van templando las nuevas fuerzas políticas, barriendo la vieja maleza, se van dando nuevos saltos simultáneos, tanto en la calidad como en la cantidad.

Para la clase obrera y el pueblo son tiempos de fortalecimiento, más allá de los errores o deficiencias que vayan surgiendo.

Para la burguesía monopolista, cuando la lucha de clases se intensifica, cruje todo su andamiaje, comienzan a improvisar, y toman decisiones que producen nuevos surcos favorables a la revolución, que le hacen explotar miles de contradicciones que se le tornan absolutamente inmanejables.

Lejos de adormecer a las masas, queda blanco sobre negro la imposibilidad que tienen como sistema de vida de solucionar los más mínimos problemas que padecemos.

Para el pueblo, todo está marcado por la ganancia de unos pocos, sostenida en la explotación y la institucionalidad del sistema. No pueden esconderlo ni disfrazarlo. Están en un franco retroceso y se les profundiza la crisis política.

Clase obrera y burguesía pujan, unos para quebrantar la correlación de fuerzas a su favor y pasar a situaciones superiores; los otros, para hacer los negocios a toda costa, aunque se estén cavando su propia tumba.

La clase dominante busca reducir al mínimo la conflictividad. Pero la lucha de clases va barriendo con todo, le va quitando espacios a la burguesía dejando a la vista que ya no les alcanza con viejas estructuras sindicales, policías contra los trabajadores.

No obstante, la burguesía se ve empujada por los ritmos que le impone el proletariado y apela a cualquier recurso tratando de seguir engañando y confundiendo. Reformismo y oportunismo le dan una mano, desconocen a las masas como las hacedoras y protagonistas de los cambios históricos.

En última instancia, de lo que se trata es de tener con quién negociar donde no hay nada que negociar, porque el Estado no es árbitro ni neutral, todas las instituciones están supeditadas a los intereses de los monopolios.

Lo que no pueden permitir los monopolios es la independencia política de la clase obrera, porque de la mano de esa independencia viene la Revolución.

Existen delegados o comisiones internas honestas que no tienen nada que ver con los gremios y eso es muy alentador. Partimos de la idea que para nosotros la honestidad en estos casos no es el “no enriquecimiento” sino cuando estos representantes están supeditados a la voluntad y decisión de los trabajadores en su conjunto, cuando se pone por delante la democracia directa.

Y allí es donde se chocan frontalmente con los intereses de la clase dominante. Por eso bastardean la experiencia con vagos argumentos como que no puede haber democracia directa con organización, cuando bien sabido es que por la histórica influencia industrial de nuestro país, que acá nadie mueve un dedo sin organizarse.

El famoso tironeo entre las diferentes CGT o las CTA es una puja de intereses económicos donde el gobierno de los monopolios está tan débil que no puede recostarse sobre ninguno de ellos, y usan pretextos tan ridículos como la división de los trabajadores, cuando hace décadas que la tarea central de la burguesía fue justamente eso: darse toda una política de división y fragmentación recontra conocida.

Efectivos, contratados, tercerizados, de planta, diferentes ramas, flexibilizados…por categoría, por sector, etc. Infinitas veces lo hemos planteado: la organización independiente, de clase y desde abajo, el ejercicio de la democracia directa sector por sector, es el camino que debemos transitar los trabajadores y el proyecto revolucionario como parte de esa experiencia, única posibilidad de darnos una política de unidad de toda la clase obrera en la lucha por el poder. Todo lo demás, son fuegos de artificio.

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