El tobogán de la felicidad de país “emergente”

En un artículo publicado ayer en el diario Ámbito Financiero, titulado “Mercados: ¿Por qué pasa lo que pasa?” su autor intenta dar respuesta a la caída abrupta de la bolsa que produjo un miércoles negro a pesar de que Argentina acaba de estrenar su cucarda de país “emergente”. Contrario a la expectativa de que los capitales internacionales llegarían para reactivar los negocios sostenidos por un dólar estabilizado mediante la entrega descarada de 100 millones de dólares diarios, tirados a los especuladores para calmar su irrefrenable sed de apropiación de los esfuerzos de millones de argentinos trabajadores, siguiendo a pie juntilla la puntillosa indicación del FMI, la bolsa cayó irremediablemente a una profundidad récord en los últimos 10 años.

Se alejan los sueños del gobierno de lograr un terreno orégano para la sustracción de plusvalía a los enormes niveles deseados. Mucho más de lo que se llevan con el actual sacrificio del pueblo que hoy es muchísimo.

La traba manifiesta en la caída de la bolsa, el analista la atribuye a la batalla entre Estados Unidos contra China y explica, con agudeza que “esto afecta a terceros países: porque ya no existe una producción única de un país, sino que cualquier bien que se fabrique en un territorio tiene componentes multinacionales; y que, en general, son fabricados en plantas ubicadas en los países emergentes. Inclusive Argentina”.

Con verdadero talento, también describe la característica que personifica a los inversionistas a quienes califica de tener “memoria de elefante y valentía (cobardía) de un koala” cuando piensan más en la debacle del 2001 que en “las promesas de optimismo eterno de la coyuntura oficial actual”.  En buen romance, explica que los grandes capitales no confían en el gobierno a pesar de que se desvive por generar las políticas que aumenten sus ganancias.

A pesar de su agudeza, el escriba está limitado por su sentido burgués que no ve más allá que los fenómenos. Como no critica al capitalismo, trata de remendarlo, maquillarlo o, aunque sea, acomodarlo. Y, en caso de que no se pueda hermosearlo, advierte junto al experto en comercio exterior Marcelo Elizondo, a quien cita, que “el mundo actual muestra un nivel de comercio internacional del 30% de la producción global, cuando hace 10 años era de 20% y de 10% hace 20. Y el país se dirigía a ese mundo justo cuando estalló la batalla EE.UU. vs. China. Según advirtió el analista, lo que ven los operadores internacionales es que si la batalla se transforma en guerra, estará en serio peligro la estructura mundial que llevó años construir y que implica que podría desaparecer la producción de un bien de alto valor agregado (un automóvil, un electrodoméstico, una máquina de alta precisión, una computadora, un celular, un medicamento, un torno, una herramienta o una ventana para la construcción), distribuida por todo el mundo. Y los primeros afectados serían los mercados emergentes”.

Lo que no puede ni siquiera imaginar es que la producción colectiva internacional no tiene vuelta atrás y que el desarrollo imparable de la fuerza productiva social internacional hoy frenada por las relaciones de producción basadas en la propiedad privada capitalista va a encontrar los canales a través de los cuales consiga liberarse.

Tampoco advierte las razones que llevan al estallido entre Estados Unidos y China que en realidad es una sesgada mención de lo que en verdad es la profundización del estallido entre los capitales mundiales todos contra todos, porque su mentalidad despreciativa de la fuerza de los pueblos le vela y no le permite ver el protagonismo que estos ejercen en la lucha contra su clase antagónica, la burguesía monopolista. Esa lucha es la que determina el destino de las ya de por sí irresolubles contradicciones del propio sistema de producción basado en la apropiación individual de lo que producen masas organizadas de seres humanos.

Debido a ella, y a la esencia económica del imperialismo que es su base material, es imposible para los capitales monopolistas encontrar la tan ansiada unidad política y la paz de la sumisión de los pueblos a los dictados y urgencias de sus negocios de superexplotación. El capital, el cual es necesario poner en movimiento a través de su relación social con el trabajo asalariado, es una bomba que explota en las manos de la propia burguesía dueña del mismo. Esa clase está fraccionada en tantos pedazos como monedas acuñadas caben en sus volúmenes de dinero. Las batallas preanuncian guerras y esas guerras interimperialistas corren verdadero peligro, para la burguesía, de transformarse en guerras de liberación de la opresión.

Menos aún puede ver el articulista que la resolución del conflicto que analiza es posible verla hacia adelante con la superación de las relaciones capitalistas que traban el desarrollo de la fuerzas productivas y del ser humano entre ellas. Sólo puede imaginar el fin y la vuelta atrás. Absurdo ahistórico y antinatural gestado en un profundo miedo morboso a la revolución socialista.

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