La reducción de los salarios no es ajena al marco de concentración del capital

A mediados de diciembre del 2018, el reclamo de los voceros del capital monopolista fue apremiante y definitorio: para imponer la reforma laboral hay que modificar la relación de fuerzas frente al rechazo que generan -en el seno de la clase obrera- estas reformulaciones laborales más esclavizantes para la fuerza de trabajo.

Un consejo de “notables” integrado por CEOS nacionales e internacionales, abogados gremiales, laboralistas, economistas, consultores empresariales, directivos de industrias y dirigentes sindicales, junto a Dante Sica y toda la cofradía del Ministerio de Industria y parte de lo que queda del ex Ministerio de Trabajo, tiene la misión de avasallar los Convenios Laborales y las conquistas de la clase obrera, con el fin de reducir aún más los costos productivos. Lo que en castellano significa ni más ni menos que reducir los salarios.

Es de conocimiento general que la reducción de los salarios por medio de la devaluación,  los ajustes y la inflación significan un demoledor ataque al bolsillo.  Más aún si se agregan los tarifazos e impuestazos  que mes a mes nos imponen (frente a las demandas de ganancias del capital monopolista) inmerso en una aguda disputa por la concentración y centralización del capital a escala internacional y local. Techint y la baja de subsidios al petróleo-gas son un ejemplo). Tales salarios -en promedio- representan aún -según sus intereses- un costo elevado.

Si la crisis ha promovido -además del quiebre de muchas empresas medianas y pequeñas- el abaratamiento en términos de valor de mercado de otras empresas de mayor envergadura, vinculadas a las órbitas de la producción trasnacional, susceptibles de ser absorbidas por el capital monopolista para ser productivas en términos de generar ganancia, o para ser liquidadas porque representan un gasto superfluo para sus intereses; y si la unidad de costos que expresa la relación entre capital constante (infraestructura, maquinaria, impuestos, inversiones tecnológicas, etc.) y capital variable (salarios) no está adecuada a este marco de concentración y guerra intermonopolista, es decir, a un escenario de creciente incertidumbre, es claro que buscarán viabilizar -en una nueva vuelta de tuerca- las llamadas reformas laborales.

La flexibilidad que implica las reformas laborales busca adecuar las condiciones de trabajo en las empresas a estas condiciones de inestabilidad y de anarquía, a las variaciones de precios y a una fuerza de trabajo prácticamente descartable y reutilizable según los caprichos de la burguesía monopolista.

La modificación de los Convenios implica que camadas nuevas de obreros se incorporen al trabajo asalariado esencialmente bajo estas condiciones de inestabilidad.

Por ello, si la relación entre Capital Variable (CV) y Capital Constante (CC ) además de estar desfasada en contra de los trabajadores, no está lo suficientemente flexibilizada en las empresas monopolistas, si ese desfasaje salarial que implica una ínfima porción del capital y es enteramente desproporcionado respecto de las ganancias que genera como fuerza de trabajo, no está lo suficientemente asegurado desde las condiciones políticas, es un costo que el capital monopolista no quiere pagar, aún a pesar del abaratamiento que tales empresas representan como valor en el mercado.

En función de las ganancias, y como prenda en la lucha por la concentración, -que implica también destrucción de fuerzas productivas-, los popes del capital monopolista y del gobierno de turno intentan desplegar todo su ataque a la clase obrera con nuevas embestidas.

La reducción de los salarios no es ajena al marco de concentración del capital que se despliega con toda virulencia en todo el mundo, que exige y reclama -por consecuencia- la chatura salarial como condición ineludible para la obtención de ganancias.

El cierre de empresas, los despidos, las suspensiones de trabajadores, son una realidad ineludible del capitalismo, es un flagelo tan agudo como las catástrofes naturales que atacan sin cesar la vida de los pueblos.

Sin embargo, en esta situación de crisis estructural y en el marco de la concentración y la lucha intermonopolista, de la mano del Estado a su servicio, esta dura realidad es utilizada como una condición extorsiva a la clase obrera y al pueblo.

Con la reafirmación de las reformas laborales, la burguesía monopolista deja en claro que está muy lejos de buscar resolver estas situaciones. Por el contrario, se exponen casi a diario para aprovecharlas e instalar la noción de que hay que ceder a sus demandas.

Su objetivo es hacernos retroceder en las conquistas salariales, laborales y los derechos políticos alcanzados desde nuestras propias organizaciones, para profundizar la explotación de la mano de la productividad.

Por ello, las reformas laborales buscan reducir a un máximo las remuneraciones después de cumplidas las horas de trabajo, aumentar las jornadas, cambiar el marco salarial por categorías, no pago de indemnizaciones, etc., que ya se están practicando en algunas empresas.

Este escenario se inscribe también en lo que ellos llaman “correlación de fuerzas”, a la que buscan darle entidad política y jurídica para viabilizar sus ataques desde una aparente legitimidad.

La cofradía de personeros de la burguesía (la llamada santa alianza de monopolios, Estado y sindicatos) aggiornada a esta situación de crisis, pretende sacar ventajas de todo su andamiaje de descomposición política y económica.

No les ha bastado con el blindaje de Vaca Muerta como ejemplo de lo que hay que hacer. Ahora -inscriptos en la guerra intermonopolista y con verdadero desparpajo- buscan borrar lo que hace escasos 4 meses han rubricado con gran pompa con los convenios petroleros.

Esta realidad -que es una declaración de guerra a la clase obrera- muestra de cuerpo y alma a los monopolios, al Estado, a las burocracias y sus crisis. No hay absolutamente ningún atisbo de la menor coherencia política, y menos aún de capacidad para llevar este estado de cosas a buen puerto. La paz social se les escurre entre los dedos sin poder contenerla todavía, a pesar de los esfuerzos y los apoyos explícitos de la llamada oposición.

¿Qué exige esta situación? Que las bases obreras avancemos de forma independiente a la unidad política en las propias empresas y la unidad con otras fábricas, en los parques y con las barriadas.

Que frente a las acechanzas de más reducción salarial y superexplotación, desde nuestras propias y genuinas organizaciones de base, se desarrolle el protagonismo de los trabajadores para enfrentar todas estas políticas, que sólo buscan prolongar indefinidamente la esclavitud asalariada.

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