Las ganancias para pocos nos cuestan hasta la vida…

A las 00.00 horas de hoy se inició el paro en el ferrocarril Sarmiento, lanzado luego de la muerte del trabajador Sebastián Carranza quien estaba realizando trabajos en la altura y cayó por falta de las medidas de seguridad. Porque el aumento de las tarifas en los trenes es inversamente proporcional a las condiciones de seguridad de trabajo que la empresa debe brindar y no lo hace.

Ayer mismo se realizó una huelga de 24 horas en los yacimientos de Vaca Muerta, en la provincia de Neuquén, debido a la muerte del obrero Marcelino Sajama. Los trabajadores denuncian que ya son siete los operarios muertos desde que en esos yacimientos se trabaja con el llamado “blindaje” que firmó el sindicato manejado por Guillermo Pereyra (no es un error que no lo llamemos siquiera sindicalista) y las empresas del sector, que modificaron los convenios para “garantizar” las inversiones. O sea, ganar fortunas sin importar ya no la salud sino la vida de los trabajadores.

En enero de este año se produjo la muerte de un trabajador de 18 años en la empresa Angiord, en el departamento de Maipú, provincia de Mendoza.

En febrero un obrero tercerizado que trabajaba en Fate se descompuso en la fábrica y, por ser precisamente tercerizado, el servicio médico de la empresa le negó atención y falleció camino al hospital.

El año pasado los docentes de Moreno muertos por una explosión de la instalación de gas fueron la expresión más visible de algo que se repite y se repite. Hoy las escuelas siguen en estado deplorable.

Lo que está claro es que cuando la burguesía monopolista reclama la modificación de los convenios (siempre a la baja) con el consiguiente cambio en las condiciones de trabajo, lo que prima es la ganancia; aunque argumenten que la necesidad de los cambios viene de la mano de mejoras y beneficios, lo que traen es más explotación y, como consecuencia, más muertes.

Según la Superintendencia de Riesgos del Trabajo (SRT), en 2017 murieron en el trabajo 743 personas; esto representó un 5% más que en 2016.

Paremos a pensar un momento que en pleno siglo XXI mueren más de 2 hermanos de clase por día (según las cifras oficiales), mientras tenemos que escuchar a los empresarios quejarse por el ausentismo por enfermedad. Esto es una verdadera infamia para la clase obrera y trabajadores en general. Porque las muertes se producen tanto allí donde las reformas de convenio fueron “legalizadas” como donde no lo fueron, lo que implica que la burguesía aplica, de hecho, las reformas que no puede aprobar en el parlamento. El poder del Estado monopolista no necesita de leyes para aumentar la explotación, como está visto, porque es el propio Estado de los monopolios y sus gobiernos los que avalan tal explotación y, por ende, los accidentes y muertes laborales.

Ni que hablar del papel de los sindicatos y sus jefes, que corren presurosos ante cada embestida patronal a firmar acuerdos para “garantizar” el trabajo, lo que no incluye garantizar la vida humana.

La clase obrera está huérfana así en el sentido más amplio de la palabra; no sólo que los que dicen defender sus derechos no los hacen, sino que hasta ponen en riesgo la vida del laburante.

De allí que no hay nada que esperar de la lacra sindical ni mucho menos exigirle que cumplan un papel que ya hace tiempo han traicionado. La organización desde la base para construir verdaderas herramientas de lucha de y para los trabajadores debe también tomar como un eje de reclamo contundente la seguridad laboral. Para ello, ninguna modificación de convenio ni cambio en las condiciones de trabajo cotidianas deben ser toleradas.

Para ellos está en juego su ganancia y para los trabajadores las condiciones de vida, y hasta la vida misma.

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