Las tareas grises de la revolución tienen un fuego que nadie podrá apagarlo

Un delegado recién electo, propuesto por el gremio, no tuvo mejor ocurrencia en su inocencia de preguntarle a un compañero de trabajo (que no tan coincidentemente era su referente natural por los conocimientos que portaba), qué debía hacer ahora que lo habían elegido.  A lo cual, tal referente le manifestó: “lo primero que tenés que hacer es pedirle a los del gremio el Convenio, así lo conocemos todos los trabajadores, para saber dónde estamos parados con la patronal” . A lo cual, el delegado la primer tarea que hizo fue recurrir a su seccional gremial y solicitar el Convenio. La respuesta era la de esperar de semejantes burócratas: «¿y para que lo querés?».

– «Para que lo conozcan los compañeros y saber dónde estamos parados en la fábrica”

– “Bueno, no es necesario que vos estés al tanto», replicó el funcionario. «Eso lo maneja el secretario general, tu tarea ante cualquier problema es comunicarnos a nosotros y te sacamos un peso de encima, igual me parece piola tu inquietud que te vayas preparando, así que te lo vamos a dar, pero tené en cuenta que esto lo manejas vos con nosotros, no sale de aquí es un tema exclusivo del sindicato, los trabajadores no tienen por qué conocerlo”.

La historia sigue y es larga, porque ese trabajador devenido en “delegado” al ser manipulado y como instrumento al servicio de la burocracia sindical, terminó quedando entre dos fuegos. El referente, un hombre con aspiraciones y formación revolucionarias, y el aparato de un sindicato, hecho que lo llevaba a escuchar dos versiones antagónicas sobre una misma cuestión.

Afortunadamente, su transparencia lo llevó a la consulta permanente del referente y comenzó a darle la espalda  a la desfachatez de los otros, en una actitud hasta conspirativa. Y este buen hombre terminó tomando posturas cada vez más proclives a la defensa de los intereses de sus compañeros de la fábrica, dando un primer paso y haciendo un sinnúmero de copias del Convenio y repartiéndolo entre sus compañeros.

Lo que contamos no es una fábula ni sacado de una mediocre novela. Sucedió y sucede cotidianamente en muchos establecimientos en nuestro país, donde no alcanza que los trabajadores tengan conciencia social por su práctica social. La burguesía -como sabemos- no duerme un segundo, no sólo en hacer sentir su dominación, sino que hace todo lo posible desde su labor ideológica para corromper y cooptar las organizaciones de los trabajadores y hacer así que esta les resulte ajena a las masas obreras, para alejarlos de cualquier intento de crear su independencia como clase.

Y es aquí en dónde aparece el gran interrogante de las tareas de los obreros revolucionarios en la construcción del poder de la clase obrera. Donde una cosa es -como diría Marx- que “la práctica social genera conciencia social” y otra muy diferente es la toma de conciencia de clase. Pues el trabajador, en la anécdota citada, probablemente por intuición de clase y por la conducta y puntos de vista del revolucionario, encontró un punto de apoyo donde comenzó a comprender que los trabajadores son una clase. Y el revolucionario avanzó en hacerle tomar conciencia de ello, es decir, conciencia de clase. Una situación que nos deja la enseñanza, aparentemente tan simple y supuestamente comprendida, que la labor hoy de los revolucionarios en el corazón de la clase obrera es precisamente avanzar con los trabajadores en la labor de crear conciencia de clase para comenzar a crear las organizaciones reivindicativas, pero fundamentalmente políticas independientes. Estas tareas que, aunque parezcan grises y sin tantas luces, son las que van a destapar el protagonismo de la clase obrera en la escena política del país. Son las que hoy ayudan a organizar la lucha de clases, constituyéndose en una tarea indelegable de los obreros revolucionarios.

Es en tal comprensión donde surge como una necesidad imperiosa la construcción del partido revolucionario en el seno de la clase obrera y trabajadores en general. Hoy la revolución necesita (como el agua para el pez) que nuestra clase se identifique como tal y esa es una tarea ineludible de todos los revolucionarios.

Son estas sencillas anécdotas de la lucha las que nos reafirman esas ideas tan poderosas. Como siempre decimos: luchas va a haber siempre y nuestro pueblo no le pide permiso a nadie para ello; pero otra cosa muy diferente es luchar para que triunfe una revolución.

En los años 60 y 70 nuestra clase obrera había tomado conciencia de clase, eso hoy lo debemos conquistar de vuelta, y sin ninguna duda, lo vamos a lograr.

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