Populismo y Capitalismo Monopolista de Estado

El populismo es la expresión política que intenta, por todos los medios, imponer el gobierno actual de los Fernández. La base material de esta posición ideológico política es la pequeña burguesía compuesta por pequeños empresarios, profesionales, trabajadores de ciertos servicios, cuentapropistas, etc., que tienen aspiraciones de ascenso en la escala social, aunque su realidad sea la del más brutal declive. Sin embargo, su influencia supera a esta capa social y se instala también en sectores proletarios.

Se caracteriza por desconocer la contradicción antagónica entre la burguesía y el proletariado y, sobre todo, la fase imperialista del capitalismo en la época actual. Critica las aristas más duras del sistema tales como la pobreza, el hambre, las desigualdades, la injusticia, las carencias educacionales, de salud, seguridad, etc. A esto se debe que su discurso impregne a sectores importantes de las mayorías laboriosas que, en su descenso económico social, aspiran a un cambio de situación.

Asigna a los gobiernos y, fundamentalmente a los personajes políticos, el poder de decisión sobre las políticas de Estado. La labor permanente de los propaladores de esta concepción ideológico política, se encargan de esta tarea que ejercen a través de sus cargos en las instituciones, en las agrupaciones políticas, gremiales, sociales y religiosas, y en los medios masivos de comunicación.

Estas usinas, son las que esconden, tapan, difuminan, y entorpecen la visión cruda de la realidad sustentada en la disputa antagónica entre los intereses de la clase burguesa más concentrada, la oligarquía financiera, y los sectores obreros y populares que son las víctimas de aquella.

Precisamente son los sectores políticos que responden a los intereses de la burguesía monopolista u oligarquía financiera, los que fogonean el populismo que encuentra eco, rápidamente, en las ansias de reivindicación de las masas postergadas que, por propio desconocimiento, ignoran la mecánica de las contradicciones de clases sociales y atribuyen a la gestión de líderes políticos las posibilidades de cambio o de continuidad.

La intelectualidad populista, esos idiotas útiles al servicio de la burguesía más concentrada, ayudados por los auténticos amanuenses de los monopolios, son todos verdaderos bomberos de la rebeldía social.

Es lógico que los escribas pagados por los monopolios así lo hagan, pero el papel de los idiotas útiles, muchos de ellos a sabiendas de que la lucha de clases es el motor de la historia, es patético y refleja el miedo a los enfrentamientos entre las clases antagónicas y al proceso revolucionario en el que desembocarán. Es por eso que a ese sector y sus ideas hay que combatirlo tan firmemente como a los primeros, como parte esencial de la lucha política que el proletariado y el pueblo deben librar para lograr su liberación de toda explotación.

Ante la alternativa del discurso populista (los Fernández), o pro burgués más franco (Macri y compañía), estos propagandistas del populismo empujan la idea de que un gobierno como el actual nos acercará a los cambios que dignificarán a las masas populares y que hoy no se puede, ni siquiera, hablar de revolución. Eso, dicen, es idealismo. Pero acaso, ¿es posible el tránsito hacia el beneficio social bajo el poder del capitalismo monopolista de Estado? ¿Puede un gobierno no representar los intereses del conjunto de los monopolios y sostenerse en la casa rosada? ¿Los bancos, los productores de medios de producción que acaparan las fuentes de materias primas, las empresas industriales y comerciales más concentradas pueden aceptar una disminución en sus ganancias en medio de la agudísima competencia internacional por la supremacía de los negocios? ¿Se puede desmonopolizar lo monopolizado?

Ellos pretenden convencernos, por ejemplo, entre otras cosas, que la deuda externa fue adquirida por préstamos de la banca internacional para beneficio del país y que el dinero no supo destinarse a donde debiera habérselo hecho y, en consecuencia, a pesar de la ausencia de beneficio para la población, ahora hay que pagarla de todos modos.

No saben, no quieren saber o esconden arteramente (para el caso, los efectos serviles son los mismos), que la deuda fue la forma en que los capitales más concentrados mundialmente, con la complicidad de los funcionarios estatales hicieron y harán por años una extracción enorme de plusvalía generada por el esfuerzo de 20 millones de trabajadores argentinos quienes, bajo condiciones extremas de labor intensiva, dejan girones de sus vidas propias y de sus familias, cada día. Cierran los ojos e intentan hacer lo mismo con la población, ante la decisión del gobierno actuar de convalidar todas las leyes fundamentales que garantizan las ganancias y la continuidad del sistema, promovidas por los anteriores.

Así como cada empresa monopolista que pone sus garras en cualquier terreno, subsuelo, fuente da agua, o de hidrocarburos, instala una unidad fabril o comercial, o emplaza un banco o entidad financiera, lo hace con el único fin de acumular y centralizar capital a costa de la integridad humana y natural de cualquier forma de vida o de existencia y no de generar “fuentes de trabajo”, bienestar y desarrollo para el país, como aseguran, ante esa cruda realidad que cada vez se hace más evidente para las mayorías populares, no hay posibilidad alguna de que las aristas más duras se limen o suavicen. Por el contrario, se harán más agudas y llevarán inevitablemente a la contienda más abierta.

Ahora, lo que no puede evitar esta tendencia histórica a la que nos lleva el sistema capitalista en su fase imperialista que sostiene la burguesía monopolista es que los medios de producción social, que son de propiedad privada de la oligarquía financiera, son manejados y movidos por masas de trabajadores que producen también socialmente y cuyo fruto no gozan, lo cual genera un nivel de tensión social irremediable que encontrará más temprano que tarde la puerta de salida a esa insoportable contradicción.

Es labor de los revolucionarios hacer y mostrar picadas que lleven a la clase obrera y al pueblo a ese ancho camino de progreso histórico. Porque la salida para los pueblos es hacia adelante y nunca intentando frenar el proceso histórico, peregrina idea que alienta esta peste ideológica a la cual hay que combatir consecuentemente: el populismo.

 

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