Desde las crisis periódicas, a la crisis crónica y permanente del capitalismo

(Artículo Publicado originalmente en la revista La Comuna N°64, en el mes de agosto 2012. También incluido en el libro Las Huellas del Futuro (pág. 181) que nuestro partido editara a propósito de su 50° Aniversario en el año 2015)

Desde sus orígenes, el sistema capitalista de producción ha generado crisis periódicas. Éstas son consecuencia esencial del caos generado por la motivación para producir que mueve los engranajes del sistema: la obtención de ganancia. No se produce para cubrir y satisfacer las necesidades y aspiraciones humanas. Éstas no son el objetivo de la producción.

En el sistema capitalista las necesidades humanas son sólo la referencia para la producción de mercaderías destinadas a venderse y así poder realizar la ganancia buscada a fin de acumular más capital y volver a reproducirlo iniciando así un nuevo ciclo en una cadena que se pretende infinita. Este tema fue amplia y profundamente estudiado por Marx quien lo expuso en forma brillante en su libro El Capital.

Esa característica le confiere a toda la burguesía, sin excepción, la impronta de la especulación. La burguesía es esencialmente especulativa y en política eso se refleja en la mentira, el doble discurso, el ocultamiento.

Las crisis de superproducción y el mercado externo

En épocas en que el capitalismo se desarrollaba fundamentalmente, aunque no en forma exclusiva, puertas para adentro en cada país, el mercado externo (es decir con otros países) servía para colocar los excedentes de producción y entonces constituía una  válvula de escape a muchas de las contradicciones que el propio sistema tiene en sí mismo, entre ellas, las crisis periódicas de superproducción. Cabe aclarar que, en la producción capitalista, se entiende como excedente de producción la masa de bienes y artículos que no encuentran quién los compre en el mercado, no nos referimos a que las necesidades de los pueblos están satisfechas y entonces las mercaderías sobran.

Cuando la producción de mercaderías superaba las posibilidades de consumo al interior de las propias fronteras, los productos encontraban nuevos consumidores en el exterior, dado lo cual, las crisis de superproducción encontraban una forma de atenuarse (aunque lejos de solucionarse o evitarse). Claro que esto sólo ocurría con productos que pudieran encontrar esos mercados y que, además, no fueran perecederos.

La anexión de territorios, las guerras de conquistas, la eliminación violenta de todo régimen de propiedad y de producción remanentes de formaciones socio económicas anteriores, hizo que el capitalismo fuera configurando un solo mercado mundial, que en estos últimos años, sobre todo a partir de la caída del muro de Berlín y de la gran proletarización de Asia (con China e India a la cabeza), tuvo un avance aceleradísimo e impensado hace algunas décadas.

La imposición del sistema de producción capitalista en todo el mundo fue producto fundamentalmente de dos de sus propias leyes, el desarrollo acelerado de las fuerzas productivas y la concentración del capital.

Este proceso cuyo inicio podemos ubicarlo a principios del siglo XX y que fue críticamente estudiado a fondo por Lenin, en su libro El imperialismo fase superior del capitalismo, fue traccionado por el sector más poderoso de la burguesía: la oligarquía financiera.

La oligarquía financiera y su incidencia en las crisis capitalistas

Este sector compuesto por los magnates de las finanzas fue naciendo al influjo de los dos movimientos simultáneos de la concentración capitalista, la acumulación y la centralización.

La acumulación que es el movimiento que refleja el crecimiento del capital individual (de persona física o jurídica) tiene un desarrollo más paulatino que la centralización que es el movimiento que refleja la absorción de los capitales más débiles por los más poderosos (lucha intercapitalista) y que, como consecuencia, va generando esa “casta” superior de la burguesía a la que denominamos oligarquía financiera, de características sumamente violenta y destructiva tal como la determina su propia génesis basada en la eliminación, por cualquier medio, de capitales competidores. De la misma manera arrasa con pueblos enteros, y con los elementos naturales (la tierra, el agua, el aire, y todo ser viviente), en pos de nuevas propiedades y riquezas.

Nacida en los países más altamente desarrollados, la oligarquía financiera fue apoderándose de los Estados de los países en los que nació y se desarrolló, y de los países que fue conquistando, en beneficio propio, contra los pueblos e incluso contra el resto de su propia clase.

Este sector altamente concentrado de la burguesía es la fusión del capital bancario con el capital industrial. Recauda y centraliza capital a través de los bancos y de sus propias industrias, volcándolo nuevamente a la producción a fin de acrecentarlo y reproducirlo. El crecimiento de los medios de producción no sólo hizo necesaria la unificación de capitales a través de este mecanismo en donde los capitales más reducidos siempre pierden, sino que a la vez ese crecimiento de los capitales le dio más exclusividad a ese círculo cerrado de burgueses financieros, haciendo cada vez más difícil para los capitales menores acceder a ese nivel, a la vez que agranda la distancia entre esos enormes capitales y los ingresos destinados a trabajadores y pueblo en general. Los medios actuales de producción son tan grandes que requieren de masas monumentales de capital las cuales están en manos exclusivas de los bancos y los Estados a disposición de las grandes industrias monopolistas.

En sus primeras manifestaciones, el imperialismo, se caracterizó por la dominación de los Estados más desarrollados por sobre otros Estados menos desarrollados. Con la utilización de esos Estados a su servicio fue conquistando territorios, sometiendo a través de la utilización indistinta o combinada de los resortes políticos, económicos y militares a pueblos y países enteros.

La exportación de capitales no sólo le permitía ganar nuevas fuentes de materias primas y mano de obra barata para la producción de más volúmenes de plusvalía, sino que también le daba la oportunidad de recostar sus propias crisis periódicas de los países altamente desarrollados, en los países y pueblos a los que sometía.

El contar con los Estados a su servicio, le permitió también aplicar ciertas regulaciones a partir de la fuerte intervención estatal en los mercados y la actividad económica en general, instalando no solamente sus negocios externos en territorios alejados a su lugar de nacimiento sino instalando bases de producción y de irradiación de negocios allí en donde la infraestructura y una más barata mano de obra lo posibilitara con la obtención de mayores porcentajes de plusvalía.

Paulatinamente, la característica que mostraba el imperialismo de mediados de siglo XX fuertemente marcada por la existencia de la gran industria (en el sentido amplio de la palabra y no limitada al sinónimo de fabril) y grandes bancos en los países altamente desarrollados, fue cambiando su fisonomía con la implantación de industrias y bancos en diversos países en los que se encontraba una abundante oferta de mano de obra dispuesta y barata, producto de la gran expropiación previa que la había dejado sin medios de producción a merced de la venta de su fuerza de trabajo (tales como ha ocurrido recientemente en China e India), o países con capacidad de producción por la existencia de cierto desarrollo de infraestructura adecuada y la calificación obrera con costo de mano de obra relativamente inferior al de los países centrales tales como los casos de varios países de Latinoamérica, algunos africanos, o los países de Europa del Este, el extremo oriente asiático y la propia Rusia.

El mercado único mundial y el “encierro” de las crisis capitalistas

Esa nueva configuración del imperialismo derribó fronteras políticas y económicas constituyendo un solo mercado mundial.

Pero ello trajo aparejado otros inconvenientes para la oligarquía financiera, producto de las propias leyes inexorables del sistema de producción capitalista.

Un nuevo problema que hoy afronta la oligarquía financiera mundial es que ya no existe mercado “exterior” sobre el cual recostar las crisis de superproducción mundial. Sólo le queda ganar mayores terrenos en el único mercado mundial. A la finalización de la Primera Guerra Mundial, Lenin expresó lo siguiente: “Los imperialistas han culminado el reparto del mundo, pero eso no quita que en poco tiempo más vuelva a recrudecer la lucha por una nueva redistribución.”1

Pero ganar mayores porciones del mismo territorio en disputa significa profundizar y ampliar la lucha interimperialista y contra los pueblos.

“Los capitalistas se reparten el mundo, no debido a una particular perversidad, sino porque el grado de concentración a que se ha llegado los obliga a seguir ese camino para obtener beneficios; y se lo reparten ‘proporcionalmente al capital’, ‘proporcionalmente a la fuerza’, porque no puede existir otro método de división bajo la producción mercantil y el capitalismo.” 2 “Los países exportadores de capital se han repartido el mundo entre sí pero el capital financiero ha llevado al real reparto del mundo.” 3

Lo cual significa que la preponderancia no es de los propios Estados sino de los monopolios y bancos.

La oligarquía financiera hoy no sólo ha puesto a los Estados a su disposición sino que ha superado la influencia de los propios Estados, constituyéndose en un poder absoluto que desde las oficinas de sus monopolios o sus bancos decide e impone los negocios a los Estados quienes los ejecutan y desarrollan, llevando a los pueblos gobernados por esos Estados a situaciones límites y a padecimientos extremos. El único límite que conoce la oligarquía financiera es la lucha de clases.

En los últimos años, hemos comprobado un mecanismo, hasta esos momentos inédito, y que se puso en práctica en varios países castigados por las crisis en las que sucumbieron como consecuencia de la aplicación de decisiones políticas y económicas que sólo beneficiaban a los negocios monopolistas. Se trata de los salvatajes financieros a bancos, mediante los cuales, se realizan transferencias nunca vistas de recursos billonarios que van a parar a los fondos financieros que saquearon previamente a los pueblos de esos países. Este mecanismo se ha generalizado y hoy, quizá constituye una de las más usuales herramientas de acumulación y centralización.

La esquilmación financiera es la palanca fundamental de apropiación de plusvalía en el imperialismo. En países como el nuestro, hasta los sueldos de los trabajadores está en manos de los bancos.

Dichos sueldos sólo pueden ser retirados en partes y nunca todos juntos, salvo que los mismos sean muy bajos.4

En manos de los bancos, esa masa de dinero es reciclada en la industria en donde vuelve a ser motivo de producción de plusvalía, y los dueños de esos sueldos (los trabajadores) invertidos en la producción no son compensados con ningún pago en concepto de  interés.

Por el contrario, sin embargo, cada vez que el capital financiero hace un negocio, agrega al mismo la cuota de interés a percibir como parte de su ganancia.

El agregado del interés a devengar, le permite al capital financiero contar como realidad una mera especulación de un negocio que todavía no hizo, y eso es legalizado por la contabilidad institucional y hasta cuenta con respaldo judicial, pues en las sentencias judiciales se calcula el interés que podría haber percibido tal capital durante un tiempo determinado.

En la fase actual, la especulación ha llegado a ser el factor más característico de la economía capitalista. Ya no sólo forma parte del mecanismo de la economía capitalista sino que es el eje sustancial de la misma. Lo cual alienta el parasitismo, la corrupción y la descomposición social llevándola a niveles superlativos.

En la fase imperialista no es el capital industrial lo característico sino el capital financiero. Pero, contrariamente a lo que los sectores oportunistas de la burguesía pretenden hacer creer, el capital financiero no se opone al capital industrial sino que está fusionado con éste (pues los dueños de los monopolios industriales son también dueños de bancos y entidades financieras internacionales) y es en la producción de bienes en donde se genera la plusvalía que luego circulará y se distribuirá con formato de divisa a través de los canales financieros, según la ley del tamaño y la fuerza, favoreciendo y acelerando aún más la concentración capitalista.

Los “salvatajes” a los bancos profundizan y extienden las crisis

Estos mecanismos de salvataje superan grandemente los famosos empréstitos mediante los cuales la banca financiera internacional ahogaba y saqueaba a los pueblos y que desde principios del siglo XX hasta finales del mismo fueron perfeccionados a través de organismos internacionales tales como el FMI, Banco Mundial y entidades de “ayuda para inversiones” como el BID y otras.

Así como la producción industrial caótica del capitalismo genera crisis de superproducción de mercaderías, la existencia del capital financiero, genera, además,  crisis de “superproducción” de capital monetario.

Esto es que un mismo producto o bien cualquiera sea su índole, se vende infinidad de veces, antes de llegar a manos de su consumidor, generando superfluas ganancias que son contadas como reales de la misma manera en que el interés supuesto es agregado a la ganancia capitalista. Es lo que se conoce con el nombre familiar de burbujas financieras. Estas burbujas, llegan a un punto que explotan, ni más ni menos que lo que pasa con una pompa de jabón, y como ellas, cuando se destruyen, muestran su verdadera realidad: puro aire.

En Estados Unidos y en Europa, fundamentalmente el caso de España, ocurrió con las operaciones inmobiliarias. Los bancos que otorgaron los préstamos para la compra de viviendas a personas que se sabían insolventes para pagar tales préstamos y sus intereses crecientes, vendieron las deudas a otros bancos, éstos a otros y así sucesivamente. Al explotar la burbuja, los títulos que respaldaban esas deudas, no tenían valor alguno y los bancos que la tenían en mano requirieron ayuda a los órganos financieros internacionales quienes instrumentaron los famoso “salvatajes” para que el sistema no quebrara. De tal forma los negocios financieros son pagados varias veces con el sacrificio de la población. Un ejemplo de esto en nuestro país, fue la crisis del 2001, cuando los bancos confiscaron el dinero de millones de ahorristas. El Estado argentino emitió el Boden que respaldó esa deuda y que recientemente terminó de pagar con el orgullo y satisfacción de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. De tal forma los bancos hicieron doble negocio: la primera vez, al quedarse con la plata de los ahorristas y, la segunda, al recibir del Estado el pago de los Boden, pues son los mismos bancos quienes tenían dichos bonos en su poder. Dicho sea de paso, la misma presidenta en el acto de pago de los Boden, reconoció el fraude de la maniobra, pero no hay ningún banquero preso ni enjuiciado.

La fusión de los mercados internacionales en un solo mercado mundial, la existencia de los monopolios en ramas enteras de la producción, la apropiación de la plusvalía a través de mecanismos financieros que la multiplican en forma ficticia, no sólo no evitaron las crisis periódicas que parecían atemperar, sino que las han intensificado y acortado sus repeticiones en el tiempo, a tal punto que la crisis actual se ha transformado en permanente y estructural carcomiendo aún más la base de sustentación del sistema capitalista.

La burguesía es impotente ante la crisis estructural capitalista

Si los monopolios imperialistas han llevado sus industrias y negocios desde los países centrales hacia los países llamados periféricos en busca de menores costos de mano de obra para la obtención de mayores ganancias, ¿es posible que las tensiones generadas, en estos últimos, por la mayor explotación y miseria se resuelvan volviendo a llevar sus industrias a los países centrales?

La pregunta que surge automáticamente es ¿con qué margen de maniobra cuenta hoy la oligarquía financiera para atenuar las crisis de superproducción?

La respuesta es inmediata y clara: sus márgenes son cada vez más pequeños. Esto no es otra cosa que la ley del embudo. La misma ley que determina que las fuerzas productivas pugnen por liberarse hace que éstas sólo encuentren freno y destrucción en este sistema.

Simultáneamente esa misma ley de acumulación capitalista es la que hace que la producción sea cada vez más social, determinando que para la elaboración de un producto intervengan socialmente masas organizadas de obreros y trabajadores en general no sólo para producirlo sino, también, para transportarlo e intercambiarlo y acondicionarlo en los puestos de venta y oferta al consumo del público con una precisión propia de la tradicional y conocida relojería suiza.

Este orden social impregna la conducta de todos los seres humanos quienes en sus vidas han incorporado como natural la producción social, la colaboración, la ejecución de la producción planificada, precisa y a tiempo en las distintas ramas de la producción  5.

La cooperación industrial ha llevado a la formación de células y equipos de trabajo al interior de cada fábrica poniendo en manos de los propios obreros la resolución de problemas que antes estaban en manos de los inspectores y funcionarios de la empresa. El nivel de involucramiento en las decisiones diarias de la producción que debió trasladar el burgués al obrero, le confiere a éste una visión más universal de los problemas sociales contribuyendo a una visión política más elevada. La cooperación y el trabajo social generan una conciencia democrática que pone bajo un prisma crítico a la democracia burguesa formal y torna violento e insoportable el sostenimiento de las decisiones autocráticas propias de la oligarquía financiera que, en política, tiende a la reacción en todas sus líneas.

La pequeña producción, fuente de una conciencia estrecha e individualista sólo existe como satélite de la gran producción industrial tanto en la ciudad como en el campo. Haciendo que sea pequeña sólo desde la óptica individual del empresario, pero la misma forma parte de una producción extensiva y monopolista mundial, lo cual también incide en la conciencia social de los oprimidos.

Los llamados nichos de producción pequeña, prácticamente no cuentan en lo que es el proceso productivo de los países.

Los sectores medios entre la burguesía y el proletariado tienden a proletarizarse cada vez más e incluso capas de la burguesía que en el proceso de monopolización son saqueadas y despojadas de su capital, siendo expulsadas de su clase, terminan engrosando las filas del proletariado.

Las características de la producción social de las que hablaba Marx a las que llevaría el propio capitalismo son hoy una realidad. Lenin, calificó al imperialismo como el umbral del socialismo. El muro que aún se mantiene en pie y que es el dique de contención sobre el cual se frena el ímpetu del desarrollo al que tiende toda la sociedad, es la propiedad privada de los medios de producción. Rompiendo ese dique, el proletariado y los pueblos, encontrarán la libertad social que posibilitará el desarrollo de todas las potencialidades humanas que hoy se encuentra ahogadas por este oprobioso sistema capitalista.

El capitalismo en su etapa imperialista ha alcanzado un punto de encerrona, un cerco tan estrecho, un desfiladero tan angosto, que no sólo preanuncia su etapa cúlmine, su bancarrota, su descomposición, la irracionalidad de su sostenimiento, sino que transita el fin inexorable de sus días. Es imprescindible para la humanidad su destrucción y cambio por un sistema socialista de producción, el cual ya tiene bases de sustentación generadas en este sistema capitalista. Un sistema socialista cuyo motor sea la satisfacción de las necesidades y aspiraciones de las grandes masas laboriosas y populares habitantes de un solo mundo, para lo cual es imprescindible avanzar, fronteras hacia adentro, en la revolución que lo haga posible en el interior de cada país como contribución a la revolución mundial sumamente necesaria para la vida del género humano y la subsistencia del planeta.

1 Lenin: “El imperialismo fase superior del capitalismo”

2 Lenin: “El imperialismo fase superior del capitalismo”

3 Lenin: “El imperialismo fase superior del capitalismo”

4 De las cajas de ahorro sueldo sólo pueden retirarse por día $ 2.000,00, debiendo esperar su dueño al día siguiente si quiere retirar más dinero.

5 Es necesario aclarar que simultáneamente a la mayor precisión en la planificación de la producción en todas sus fases de las ramas industriales, no existe en la sociedad capitalista un plan de producción global que siga el patrón de las necesidades de la población lo cual lleva a las crisis de superproducción.

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