El Estado burgués nunca nos ha cuidado. Ahora tampoco

En el día de ayer se registró en nuestro país un récord de 23 personas fallecidas por el coronavirus. Ya son 344 los decesos por la pandemia y se confirmaron 316 nuevos casos positivos, lo que lleva el total de infectados a 6.879.

Como ya lo hemos señalado en más de una oportunidad y más allá de los discursos presidenciales y gubernamentales de todo tipo, a la burguesía monopolista y a su Estado no les interesa la salud de la población. Nunca le ha interesado. Una de las pruebas más brutales de ello quizás sea lo que está ocurriendo en los hospitales y con el personal de la salud, en la primera línea del combate de la pandemia: crecen los casos de infectados así como crecen los reclamos por la falta de insumos y elementos de seguridad.

El pueblo ha asumido que desde el punto de vista sanitario la cuarentena es la forma de evitar más contagios y está haciendo hasta lo imposible para intentar sobrevivir en este contexto. Por eso el gobierno de lo único que se agarra para intentar sostener su discurso es de la cuarentena. Pero la extorsión a la que estamos siendo sometidos para que se vuelva a producir de cualquier manera pone las cosas blanco sobre negro y deja a la vista que cada paso que dan los monopolios y su gobierno pone en evidencia que están utilizando la pandemia que azota al mundo entero para sacar ventaja, en un contexto de crisis capitalista a nivel planetario. El sostenimiento de sus ganancias y negocios, avanzar sobre los derechos de los trabajadores y eliminar a lo que ellos consideran “población sobrante” son sus prioridades. Ni cuidarnos ni salvarnos de este virus ni de ningún otro.

También aprovechan para embocarnos de nuevo con las “mieles” de un hipotético Estado presente. Un Estado que en realidad es el reflejo de la caduca y moribunda sociedad capitalista que va a contramano del proceso histórico. Y su sostenimiento es en realidad lo que ahoga la posibilidad de desarrollo del ser humano.

La producción de alimentos, vestimenta, viviendas, caminos, redes eléctricas, hidráulicas, gasíferas, medios de locomoción, escuelas, hospitales y cuanto bien en general existe se realizan en forma social. Todos los días millones de personas contribuimos a la fabricación de esos bienes. Sin embargo, a la hora del goce de lo producido, en vez que el producto vuelva socialmente a manos de quienes lo produjeron socialmente, va a parar a manos individuales de quienes no lo produjeron: la clase burguesa propietaria de los medios de producción. Esta clase minoritaria distribuye también los productos según su propia necesidad basada en la acumulación capitalista de dichos bienes con el único objetivo de obtener más ganancias, no de resolver los problemas del pueblo laborioso.

Las instituciones del Estado protegen esa relación social injusta y ante el antagonismo actúa en forma represiva para sostener el orden capitalista de la sociedad. Todas las esferas en las que el Estado rige el funcionamiento de la sociedad responden a la imagen y semejanza de la burguesía y más precisamente de la burguesía monopolista.

Los crímenes sociales que la burguesía ejecuta a diario provocan muertes por causas evitables, enfermedades, miseria, despojos, saqueos de bienes y de la dignidad popular. Todo esto queda impune hasta que el conflicto social les planta bandera.

Por eso toda la fraseología de igualdad, democracia, justicia social, y libertad sucumben frente al enfrentamiento entre los antagonismos de clase. La igualdad, la democracia, la justicia y la libertad sólo la gozan los burgueses, y más precisamente, los burgueses más poderosos. El resto de la sociedad queda sometida a los designios de los capitalistas.

En conclusión: el poder de la burguesía se instrumenta a través del Estado que legaliza, sostiene y reproduce el poder burgués, que va a contrapelo del desarrollo histórico y el progreso humano. Todo el aparato estatal responde a los intereses económicos, políticos y sociales de la burguesía monopolista, porque fue armado durante años para ese fin.

Bajo este principio toda idea basada en la participación del pueblo en la “ampliación o profundización” de esta democracia, el reclamo por la presencia del Estado para que regule las relaciones sociales, la estatización de resortes económicos, la controversia famosa de estatal o privado, no sólo es falsa y anodina sino que encubre el problema central y desvía el eje de la lucha contra el poder burgués.

El clamor sobre la presencia del Estado o el reclamo por el Estado ausente se transforma en un salvavidas de plomo. Cuando el Estado interviene lo hace para bloquear, ahogar o reprimir las luchas del pueblo contra el poder de la burguesía y nunca para resolver los problemas sociales, salvo cuando la lucha del pueblo lo determina de otra manera.

Sólo la lucha contra el poder burgués, el enfrentamiento a sus planes de más explotación, la organización para avanzar hacia una mejor vida por parte del pueblo, son la única herramienta efectiva para alcanzar mejores condiciones de vida, conquistas políticas y sociales, etc., en el período que le queda de vida a este sistema capitalista que resiste a su eliminación.

Un camino independiente del poder burgués parido desde la autoconvocatoria y sobre todo con el ejercicio de la democracia directa es el que va dejando en descubierto el instrumento que usa la burguesía para sostener su dominación: el Estado.

La lucha por la revolución y por el poder para la clase obrera sólo puede concebirse como lucha por la destrucción del Estado capitalista, como paso previo a la construcción de una nueva sociedad.

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