Sobre la actual situación política

La seguidilla de discursos pronunciados el viernes por Fernández, Larreta y Kicillof anunciando el paso del ASPO a la DISPO[1], o sea, de cuarentena “obligatoria” a distanciamiento social, lejos de ser una medida de carácter sanitario, es la continuidad de una política trazada por la burguesía, cuyo origen podríamos definir en la carta pública de Cristina Fernández de Kirchner. La competencia inter burguesa por los negocios es una constante en el capitalismo, constituye una de sus leyes fundacionales. En los períodos de crisis económica mundial, como el que asistimos, esa competencia naturalmente se agudiza. Se agudizan las disputas por el erario público, las medidas políticas para beneficiar a uno u otro sector de la burguesía, y se agudiza también en el propio plano de la concurrencia, donde grandes empresas entran en procesos de reestructuración, vendiendo algunas unidades de negocios, y otras, por el contrario, avanzan adquiriendo nuevas empresas, ampliando su capacidad productiva, etc.

Pero en esta disputa inter burguesa, donde el salario pasa a constituirse en la variable de ajuste central para sostener la tasa de ganancia ante la crisis, la propia anarquía del sistema se apodera no solo del mercado mundial, sino también de sus partes constitutivas: el mercado interno. Ante la volatilidad de los negocios en Argentina –cruzados a su vez por una conflictividad laboral que se manifiesta en ascenso- la carta de Cristina constituye la línea política de la burguesía de “ponerse de acuerdo” en algunos elementos mínimos para garantizar una estabilidad económica, no para el bolsillo de los trabajadores claro está, sino para el desarrollo de los negocios de la burguesía –que son dos cosas distintas, uno realizado en detrimento del otro-.

Tras “la carta” se sucedieron los acontecimientos de Guernica, y el orquestado “desalojo” de Grabois, un mismo día, como una escena perfectamente preparada. La misma semana el ministro de economía Guzmán lanza un paquete de medidas económicas, poco anunciadas, por cierto, consistente en incrementar la deuda pública a través de la emisión de bonos e intervenir directamente en el mercado del blue a través de terceros. Es decir que, la bajada del dólar se sigue financiando con fondos públicos, herramientas diferentes a las utilizadas anteriormente, pero que patean el problema para adelante. No nos interesa aquí detenernos en esto, pero es preciso señalarlo puesto que este paquete de medidas se da a posteriori de “la carta” y en la misma semana de las represiones.

A continuación, la iniciativa del gobierno fue tender puentes más sólidos con algunos grupos económicos que se presentaban “hostiles” y con los amigos de siempre: Magneto (Clarín), Paolo Rocca (Techint), Alfredo Coto, Federico Braun (Galicia), Bulgheroni (Pan American Energy), y gerencias de empresas como Toyota entre otras. El pedido de los empresarios “hostiles” al gobierno fue un rápido acuerdo con el FMI. Tras cartón, tanto oficialismo como oposición agitan la necesidad de contraer un nuevo préstamo con dicha entidad. O sea, arreglar, para pedir más… pero bueno, esa temporada de la serie todavía no está disponible.

En ese contexto se da el anuncio de la DISPO y la seguidilla de discursos donde se pretendió imprimir “emoción” anunciando la llegada de la vacuna, a un pueblo que vio caer su salario en más del 75% en dólares en los últimos cuatro años, con una caída del poder adquisitivo en pesos superior al 40% -según sus propias cifras- que se profundiza día a día y crecerá todavía más a partir de la liberación de precios de los servicios el 1 de enero, sumado a otras tarifas como las obras sociales, cuyos aumentos ya han sido autorizados. La idea: unidad entre oficialismo y oposición, con un discurso que pone toda la responsabilidad de la propagación del virus en la población ¡Sí, la responsabilidad de los contagios es tuya, ciudadano! No, las fábricas de automóviles, la minería, la fabricación de plásticos, de autopartes, etc., no son responsables de los contagios: ¡la culpa es tuya, trabajador! Eso sí, el Estado se guarda todo lo bueno: ellos “dieron” cuarentena y algunos mínimos protocolos en algunas ramas laborales –no es que la consiguió el pueblo, mediante la presión desde abajo, la negativa a acudir a trabajar, etc., como se dio en numerosos sectores estatales al principio, y luego, con mucha mayor fuerza, en sectores industriales, a pesar de la débil organización en la que se encuentran los obreros fabriles en general-.

En el centro de la disputa discursiva, el problema de la educación, generando una polarización bien aprovechada por ambos sectores: el anuncio del regreso a la presencialidad en CABA, aprovechado para generar esas infinitas polémicas televisivas, constituye una reedición del bochornoso regreso a los 5º y 6º años de escuelas secundarias, donde no se cumplió ningún protocolo y fueron los propios padres, alumnos y docentes, quienes de manera espontánea realizaron asambleas y reuniones para informarse y decidieron, no en “una proclama asamblearia” sino en la práctica misma, no reiniciar las clases presenciales. Es que algo que no informa Larreta –ni Fernández, ni nadie- es que para asistir a la escuela el Estado no se hace responsable ni por los docentes ni por los alumnos. Un lavado de manos hermoso. De nuevo ¡La culpa es de usted, señor ciudadano, no del Estado!

En el caso que con esta nueva apertura (la DISPO), de las vacaciones de verano, etc., se disparen nuevamente los casos, y aparezca el mentado rebrote, y se saturen los hospitales –esos que no han reequipado en 6 meses de pandemia-, llegado el caso ¡La culpa será de usted, señor ciudadano!

El acuerdo al que llego la burguesía, en sus diferentes facciones enfrentadas, es un ajuste en el disciplinamiento del pueblo trabajador: represión para las tomas de tierra; vuelta progresiva a todas las actividades laborales (sin la vuelta de las escuelas, verdaderas guarderías para los proletarios, resulta imposible la vuelta total a la actividad) para mantener la disciplina laboral, aumentar la productividad y reactivar el mercado interno, sobre la base de los bajísimos salarios “post pandemia”; acuerdo con el FMI y posibilidad de tomar más deuda; negocio con las farmacéuticas (capítulo aparte, porque las vacunas –la rusa, la china, la yanqui… todas-  se compran y se pagan antes de ser correctamente testeada).

Pero ese ansiado regreso a la presencialidad total en todas las áreas (educación, estatales y labores de oficinas privadas, porque el resto de los trabajadores privados hace rato que ya volvieron a la presencialidad, o nunca se fueron) no solo traerá contagios, sino sobre todo un nuevo salto en la lucha de clases, porque en estos sectores que se encuentren físicamente y vuelvan al trabajo colectivo, necesariamente se catalizará la rabia frente a estas políticas de beneficio al gran capital, sobre todo, la baja salarial.

El sistema capitalista no puede, de ninguna manera, afrontar esta pandemia con una política correcta, con una política que le dé respuesta a las aspiraciones de los pueblos. Los protocolos de sanitarios en las fábricas fueron un chiste, o una formalidad, desde el día cero. Es que para la burguesía eso no es salud, sino costos de producción. Los fondos estatales que podrían haber sido destinados a salud, fueron a parar a pagar deuda externa, subsidiar salarios de grandes empresas, otorgar exenciones impositivas, etc., etc., etc. La propia investigación de la vacuna se realiza en un entorno de tremenda competencia inter monopólica mundial para ver qué laboratorio se queda con el negocio, en lugar de aunar esfuerzos comunes para afrontar el desarrollo involucrando universidades, institutos y laboratorios de menor tamaño. Lo mismo sucede en los hospitales, atomizados según sean públicos o privados.

En una economía de mercado, la cuarentena en sí ha empobrecido a enormes capas de la pequeña burguesía, los autónomos y, sobre todo, los sectores asalariados en negro más precarizados. Contradictoriamente, la no cuarentena con una inversión igual a cero en hospitales, es sinónimo de catástrofe sanitaria.

El sistema capitalista no puede dar respuesta a ninguno de estos problemas. Todas las “salidas” a la crisis propuesta por la burguesía son contradictorias, están en un pantano: cada paso los hunde más, en Argentina, como en el mundo. El descontento crece más en unos u otros sectores de acuerdo a cuál sea el paso que den, pero el descontento crece, independientemente del paso dado.

La crisis actual va a profundizarse en todos los planos: economía doméstica, cuestión sanitaria y crisis social. Y no solo en Argentina, los acontecimientos mundiales trazan esa tendencia (ver la crisis institucional en Estados Unidos, por ejemplo). Pero ésta crisis se da, de manera distintiva a la del 2008, con un ascenso de las luchas a nivel mundial, y en particular, con un ascenso de la clase obrera que, si bien todavía está en resistencia y no ha pasado a la ofensiva, se encuentra cada vez más movilizada por abajo. Cada iniciativa de la burguesía en las fábricas tiene nuevas respuestas por parte de la clase, cosa que hace unos años no sucedía, y mucho menos de manera tan generalizada. Así lo demuestran los numerosos conflictos que surgen semana tras semana, con un condimento especial que empieza a despuntar: la búsqueda de los trabajadores de sus propias herramientas de lucha. Estamos hablando de experiencias como la de Algodonera Avellaneda (donde desconocieron al sindicato textil), la de Dánica (donde obligaron a renunciar a la comisión interna), la del Frigorífico Bermejo en Salta contra despidos políticos, la actual lucha de Danone contra el despido de un compañero, la lucha de Gri Calviño, la reciente movilización de los ferroviarios a la Unión Ferroviaria, y así podríamos continuar un rato enumerando conflictos.

Estamos en una etapa de acumulación de todas estas fuerzas, que rápidamente puede generalizar los conflictos laborales, aunque sea mediante la masividad de una resistencia verdaderamente activa. El acuerdo de la burguesía podrá dirigirse en una u otra dirección, pero sus planes de explotación estarán atravesados por esta situación, en una economía mundial muy volátil, con luchas inter burguesas tremendas, y en una economía nacional particularmente inestable y con los salarios más bajos de América Latina.

[1] ASPO: Aislamiento social, preventivo y obligatorio.

DISPO: Distanciamiento social, preventivo y obligatorio.

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