Aunque la mona se vista de seda…

La lucha de clases es implacable. Cuando avanza somete a severas pruebas a las vanguardias, aunque estas sean arte, parte y producto del mismo proceso de dicha lucha de clases.

Cuando la intensidad del enfrentamiento tiende a crecer la responsabilidad de los revolucionarios es mayor, el nivel de compromiso se acrecienta, son momentos donde la convicción en el proyecto revolucionario y la confianza en la clase obrera está sometida a todas las pruebas. Todas esas experiencias se van templando como fuerzas políticas, al tiempo que barre la maleza que nos vamos encontrando en el paso de la lucha. Nos impulsa de hecho a nuevos saltos tanto en la calidad como en la cantidad. Debemos estar atentos porque en general ese proceso nos indica que entramos en tiempos de fortalecimiento, más allá de los errores o deficiencias que puedan surgir mientras convive lo nuevo con lo viejo.

En cambio, para la burguesía monopolista, cuando la lucha de clases tiende a intensificarse cruje todo su andamiaje, improvisan y toman decisiones que producen nuevas “grietas” entre las clases y aparecen más contradicciones. Y se pone blanco sobre negro la imposibilidad que tienen como sistema de vida de solucionar los más mínimos problemas que padecemos.

La responsable es la institucionalidad de un sistema en donde todo está signado por la ganancia de unos pocos. No pueden esconderlo ni disfrazarlo de ninguna forma.

Esto que expresamos muy sintéticamente intenta dejar claro que la situación de fondo es la de dos sectores enfrentados antagónicamente, donde la clase obrera y la burguesía monopolista pujan, unos para quebrantar la correlación de fuerzas a su favor y pasar a situaciones superiores, los otros para hacer los negocios a toda costa, aunque se estén cavando su propia tumba.

No es de extrañar entonces que vuelvan al redil (una vez más) aquellos agentes de la burguesía blandiendo “soluciones” para los trabajadores en lo que respecta a nuestra organización, tratando de darnos “consejos” en el terreno sindical para que todo quede en los carriles de siempre, o sea, los del poder. Mientras todo se desarrolle en los marcos institucionales del sistema, de su legalidad, todo vale y hasta sostienen o aprueban experiencias de tinte “progre” o de “izquierda”. Lo importante para ellos es reducir al mínimo la conflictividad, y la burguesía sabe que cierto progresismo, al igual que la izquierda reformista y oportunista, siempre terminan priorizando la herramienta, ya no sólo como un fin en sí mismo sino como parte de su superestructura política.

Niegan y combaten a las masas como las hacedoras y protagonistas de los cambios históricos. “No saben, no entienden, no tienen conciencia”, es la concepción que tienen de los pueblos, tergiversan su rol como partido y terminan reemplazando a las masas, cocinándose en su propia salsa.

La burguesía –aunque incipiente- siente el empuje del proletariado y apela a cualquier recurso tratando de seguir engañando y confundiendo. Y en esto, el reformismo y el oportunismo le dan una mano bárbara. En última instancia de lo que se trata es de tener con quién negociar donde no hay nada que negociar, porque el Estado no es árbitro ni neutral, todas las instituciones están supeditadas a los intereses de los monopolios.

Lo que no pueden permitir los monopolios es la independencia política de la clase obrera, porque de la mano de esa independencia viene la Revolución. Les jode que existan delegados o comisiones internas honestas que no tienen nada que ver con los gremios, partiendo de la idea que para nosotros la honestidad en estos casos no es “no enriquecerse” sino estar supeditados a la voluntad y decisión de las bases desde la democracia obrera. Esos compañeros delegados que van interpretando que los gremios están frontalmente en contra de los intereses de los trabajadores, son parte de la vanguardia.

A ellos les preocupa y siguen operando. No sorprende entonces que aparezcan “autoconvocatorias” truchas que de democracia directa no tienen nada. O que nos sigan “corriendo” con divisiones totalmente falsas, que efectivos y contratados, que tercerizados y de planta, que diferentes ramas, que ropa de distinto color por categoría o sector.

Infinitas veces hemos planteado esto, como infinitas veces plantearemos que la democracia obrera es el camino que debemos transitar. Y que un partido revolucionario en ella y con ellas, es el único capaz de darse una política de unidad de todo el proletariado en la lucha por el poder. Todo lo demás son fuegos de artificio que nada tienen que ver con los más profundos y sentidos intereses de la clase obrera y el pueblo.

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