La revolución y el socialismo sólo serán posible con la clase obrera y su partido a la cabeza del pueblo

En los últimos tiempos, reverdece en el mundo la idea de la revolución y el socialismo. De estar arrinconadas en el más oscuro lugar del olvido y cercadas por la virulenta voluntad de la burguesía y su séquito de propaladores que no han descansado en intentar desterrar o, al menos, esconderlas, estas dos palabras unidas, expresión histórica del fin del capitalismo, rasgan nuevamente la superficie de la tierra y comienzan a brotar en un campo mundial más fértil aún que lo que era hace decenas de años atrás.

Sin embargo, en el imaginario social, estas palabras que constituyen el paso histórico a dar, aún no están asociadas suficientemente a la clase obrera y su partido revolucionario.

De eso también se encargó la burguesía con todo su enorme aparato publicitario y mentideros a sueldo. Aunque también ha contado con la inestimable colaboración de ciertas organizaciones políticas llamadas de “izquierda” y “progresistas” a las que hay que calificar sencilla y rotundamente de retrógradas porque, a pesar de su discurso revolucionarista pretenden volver atrás la rueda de la historia haciendo que el proceso de concentración económica se desconcentre o sosteniendo la idea que es posible llegar al poder obrero y popular a través de elecciones y venerando a la legalidad e instituciones burguesas.

Así como Penélope destejía durante la noche lo que había tejido durante el día para prolongar indefinidamente su tarea mientras esperaba a Ulises. Estos emuladores de la heroína de la Odisea, pretenden hacernos creer que es posible desarmar la concentración de la riqueza, y medios de producción en manos de la oligarquía financiera con medidas políticas gubernamentales que no apuntan a extirpar las usinas generadoras que las reproducen constantemente: La propiedad privada capitalista y la competencia intermonopolista, con un Estado República a su servicio.

El coro o, más bien, la desalineada murga (dicho con respeto a las verdaderas murgas de artistas populares callejeros), que acompaña esa voluntad-miedo de salvaguardar el sistema, avienta a toda hora y en todo lugar, cualquier insinuación de ir hacia adelante, es decir, a terminar abruptamente con lo que está llamado a desaparecer: el trabajo asalariado a favor del capital, para transformarlo en trabajo productivo a favor de la sociedad.

Pero la realidad es más dura que las peregrinas ideas que pululan las mentes obcecadas de la burguesía porfiada en mantener su sistema de producción y dominación de las mayorías, y el propio funcionamiento del capitalismo en su fase imperialista crea las bases materiales para que el presente, con su producción cada vez más socializada en manos de los obreros, avance hacia el futuro inexorable.

La revolución y el socialismo, que es precisamente ese paso histórico inevitable, sólo será posible con el liderazgo de la clase obrera. Y esto es lo que llamativamente aún no aparece claramente en el ideario social.

Y la cuestión no depende de una discusión de ideas o experimentos de múltiples factibilidades y diversos caminos a optar. Es una ley de la naturaleza histórica y humana que, como un imán, hace que lo que estaba unido y ahora existe separado, tienda a unirse tan inevitablemente como real será: el productor social que no puede más que hacer funcionar cualquier medio de producción en forma social, se apropiará más tarde o más temprano de su producción social. Y ese productor social no es más que el proletariado.

No es trabajo lo que busca como objetivo la clase obrera ni lo que deba prometérsele desde la altura del trono de la propiedad de los medios de producción, o desde los gobiernos de turno serviles al interés monopolista. Lo que requiere la clase obrera para su realización y libertad es el fruto social resultado de su producción también social.

Y es ésa la razón de su protagonismo y vinculación inseparable a la revolución y el socialismo, porque la clase obrera es la productora de todos los bienes materiales.

La teoría científica revolucionaria nos ha enseñado esa ley histórica y es la que nos marca claramente el camino a recorrer como revolucionarios que tenemos el deber de hacer penetrar estas ideas en la clase potencialmente revolucionaria.

Pero esa potencialidad deberá pulirse en la acción cotidiana, en la acumulación de fuerzas, en la unidad en sí y con los sectores populares para sí.

Este camino ha comenzado a transitar, sobre todo en este último año, la clase obrera en nuestro país. El paso a un nivel superior de su comprensión para su liberación del yugo del capital, requiere la multiplicación de las batallas que está dando a las que hay que seguir sumándoles las ideas revolucionarias del marxismo leninismo. Las ideas de Santucho y el Che y otros revolucionarios de nuestro país y del mundo, algunos conocidos y referentes y la mayoría desconocidos y anónimos.

Avanzar pasos hacia el objetivo revolucionario hoy es, precisamente, en medio de las luchas y la práctica necesaria e imprescindible que está realizando la clase obrera que se ha puesto al frente de toda la resistencia popular a las políticas de los monopolios y su gobierno, levantar firmemente que a la toma del poder y al socialismo sólo llegaremos con la conducción de la clase obrera y su partido revolucionario en unidad con las masas populares oprimidas.

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