El discurso presidencial oculta el problema de fondo

Habló el presidente en la inauguración de las sesiones anuales del Congreso y, por los ecos que tuvo, a favor y en contra, en la amplia gama de medios masivos, pareciera que la política gubernamental gira alrededor de las decisiones que emanan del gobierno, y que las disputas son entre el ejecutivo y la oposición o entre los poderes institucionales del Estado. Al menos eso es lo que la institucionalidad burguesa nos quiere hacer creer.

La pobreza de contenido de sus palabras y lo superficial de las críticas de la oposición, sin embargo, muestran que, sin bien hay disputas entre ellos, la crisis política institucional del sistema se profundiza hondamente y que las determinaciones del rumbo que van tomando los acontecimientos tienen dos fuentes contrapuestas, dos fuerzas enfrentadas que van delineando un campo de batalla muy diferente al de las instituciones que parecen regir los destinos del país. El discurso del presidente se detuvo particularmente en las automotrices y la agroindustria, haciendo eje en dos sectores monopolistas centrales a la hora de ejecutar los planes de la burguesía.

Por un lado, tenemos el mandato de la oligarquía financiera, como sector de clase en el que anidan infinitas contradicciones en la disputa de los beneficios de la producción basada en la extracción de plusvalía a niveles crecientes e impensados tan sólo hace décadas atrás.

Por el otro, el germen aún, pero de desarrollo constante, de las luchas populares que en los últimos tiempos tiene al frente a la clase obrera tras la cual se van plegando distintos sectores con sus demandas de vida digna y libertades democráticas, ambas negadas por el actual sistema regido por los gobiernos de turno.

Este enfrentamiento, es el causante de todos los movimientos políticos en las cúpulas institucionales que involucra no sólo al poder ejecutivo, al legislativo y el judicial, sino también a toda la institucionalidad del sistema incluyendo a los sindicatos empresariales y burocráticos reproductores del mandato de la democracia burguesa que no es democracia para el pueblo.

No hay metodología ni iniciativa alguna a través de la cual el gobierno de turno pueda disciplinar a los distintos sectores en pugna de la burguesía monopolista u oligarquía financiera. La puja es tan pareja y violenta que nadie puede ponerle el cascabel al gato. En las alturas del poder, la economía manda a la política y esto es irreversible en esta fase decadente podrida del sistema capitalista. La rapiña es la característica esencial. Sólo hay cierta “armonía” cuando se trata de enfrentar las luchas populares.

Desde abajo, por el contrario, el único camino que pueden tomar, y de hecho lo vienen haciendo, la clase obrera y sectores populares es el de la acción política de masas, para lograr no sólo las mejoras en las condiciones materiales que apunten hacia la meta de una vida digna, sino al despojarse definitivamente del yugo de la explotación infinita y la opresión de una vida agobiante encadenada a la supresión de libertades y derechos conquistados a través de sangre, sudor y lágrimas.

Precisamente éste es el camino que van tomando los últimos acontecimientos los cuales venimos detallando en distintas notas en esta misma página.

La unidad indisoluble entre la movilización autoconvocada y la organización  independiente de la tutela de toda institución burguesa (abierta o disimulada bajo la mascarada de nacional y popular, izquierdista, socialista y oportunista, ya sea que se presente como partido político, sindicato u organización que defiende algún aspecto de los tantos derechos conculcados), es la nota sobresaliente de las últimas luchas, parte de las cuales dábamos cuenta en la nota de esta misma página publicada en la víspera.

La autoconvocatoria y el ejercicio de la democracia por abajo, la democracia obrera, la genuina que surge de lo más profundo del sentimiento de las bases trabajadoras, son la expresión de ese intento de tránsito independiente, de organización independiente, la cual es ineludible para poder aventar cualquier entrega y traición de parte de la institucionalidad que intentará siempre desviar el curso de la lucha hacia la maraña electoral institucional.

En esa autoconvocatoria se despliega con necesidad y fuerza la democracia obrera y popular. No hay otra alternativa para que las masas movilizadas decidan el camino a seguir. No se trata de sólo una metodología a aplicar, lo cual se viene haciendo desde hace tiempo, sino de una práctica que implica un aprendizaje de la verdadera democracia en donde la minoría acata lo que resuelve la mayoría y luego actúan todos en unidad. Una maduración en la práctica de la democracia directa, de la toma de decisiones sin patrones ni dirigentes paracaidistas, de la necesidad y posibilidad de resolver los problemas que nadie va a resolver por nosotros. El fogueo en una práctica que va a cumulando fuerzas y solidificándolas para los futuros enfrentamientos. El moldeo de una conducta social en donde no se espera ninguna solución desde el Estado burgués sino se gana con lucha.

A esa autoconvocatoria, a esa práctica de la democracia obrera y popular que se contrapone a la falsa democracia burguesa que termina en un muro sin salida para nuestras aspiraciones, es necesario sumarle la organización política permanente que le dé continuidad y establezca la nueva institucionalidad que el pueblo y, sobre todo, la clase obrera deben poner en lo alto de sus luchas.

Esta organización permanente debe ir gestándose desde las propias luchas, desde lo local, dotando de poder a ese conjunto de la clase y las masas populares que se van alineando detrás de sus objetivos de mejoras en las condiciones de vida y de apertura del camino hacia la liberación definitiva del poder de la burguesía.

Trabajar denodadamente, desde la movilización y las luchas, en la construcción de esas herramientas políticas son las tareas esenciales que el partido del proletariado y todos los luchadores obreros y populares debemos encarar para poder avanzar, a través de la experiencia de la verdadera democracia y la independencia política. Ésa es, a nuestro entender, la verdadera unidad nacional que debemos ir construyendo desde cada fábrica, barrio, escuela y zona, entre la clase obrera y demás sectores populares.

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