Si uno se guiara por la propaganda oficial, pareciera que vivimos en el mejor de los mundos. Todo funciona, todo lo hacemos entre todos… un mundo de armonía, una paz total.
Está tan bien el país, que al gobierno hasta le queda tiempo para reparar daños históricos, viejas heridas sin cicatrizar…
Un ejemplo de esto son las medidas oficiales para solucionar los padecimientos del pueblo, con «una política de inclusión social«. Como si se tratara de gente recién llegada, que hay que hacerle un lugarcito…
Una de esas medidas es la asignación universal por hijo, que es presentada con bombos y platillos como la solución, una compensación histórica a los mas necesitados.
Tengamos presente que el primero que planteó esto fue la iglesia, preocupada por el estado de ánimo y de lucha de gran parte del pueblo argentino. La iglesia siempre tuvo una atención especial a lo que bulle en el seno del pueblo, y se ha caracterizado por proponer parches para que el agua no llegue al río.
La asignación, con un valor de 180 pesos, es un paliativo para el difícil momento que viven las familias argentinas, y su valor ha quedado absolutamente pulverizado por la estampida de los precios, como los mismos medios burgueses han tenido que reconocer.
La otra gran medida es el «fomento al trabajo» del Plan Argentina Trabaja.
Si se mira con los ojos cerrados, ¿quién puede estar en contra de él?
La necesidad de trabajo es una realidad palpable que padecen millones de compatriotas, y recurrir a estos planes es lógico desde sus urgencias, no hay nada criticable en ello. Pero ponerle el titulo de progresista a esta serie de emprendimientos esta muy lejos de lo serio.
Si hacemos un poco de memoria, en Estados Unidos durante la gran depresión, el presidente Roosvelt fomentaba el trabajo social de miles de ciudadanos, y por ejemplo, se formaba un grupo que hacía pozos… y detrás de ese grupo venía otro que los tapaba… Daba la sensación que estaban trabajando, de hecho si uno hablaba con las personas que realizaban esas tareas, efectivamente habían trabajado, pero sin ningún valor, sin ningún interés.
Las mismas medidas fueron adoptadas en Chile por Pinochet, que a comienzos de los ´80 contrató a miles de chilenos para este tipo de tareas, y lo mismo hizo Bussi en Tucumán durante la dictadura en nuestro país.
Como podemos ver, basta repasar los nombres para ver qué progresistas han sido los precursores del plan Kirchnerista…
Lo peor de todo es que en muchos lugares, los miembros de las cooperativas son presionados por los punteros del PJ para que no trabajen, ya que si lo hacen dejan pegados al lumpenaje oficialista.
Las tareas que realizan las cooperativas son presentadas como comunitarias, pero en ningún lugar se debatió cuáles eran las necesidades, cuáles eran las prioridades. Lo mismo pasa dentro de ellas, no hay ninguna planificación, ningún debate, es cumplir y nada más, con la esperanza de quedar en el futuro en la planta permanente de los municipios.
Que la necesidad del pueblo lleve a presionar por la apertura de estos planes es totalmente legítimo, pero que organizaciones se propongan como política de cambio estas conquistas, demuestra hasta dónde cala el reformismo y el posibilismo.
No se puede subestimar al pueblo, y mucho menos mentirle: estas medidas son sólo un paliativo, útil para resolver las urgencias, pero sin ninguna clase de expectativa futura, ni para los beneficiarios de estos planes, ni para la comunidad.