El pasado 20 de abril explotó y se hundió la plataforma de petróleo Deepwater Horizon, propiedad de la empresa British Petroleum, localizada en el golfo de México.
El accidente dejó once muertes, de las que muy poco se habla, además de daños ambientales de una magnitud inédita en la historia.
Desde la fecha del accidente hasta hoy, más de 76 millones de litros de crudo (equivalentes a 478.000 barriles) se han derramado en el golfo, esto significa entre 12.000 a 19.000 barriles diarios; la mancha de petróleo afecta más de 110 km. de las costas de Luisiana y su tamaño equivale al territorio de Jamaica; científicos descubrieron columnas de petróleo de hasta 35 kilómetros ubicadas a 1.066 kilómetros debajo de la superficie del Golfo; son incalculables las consecuencias para la flora y la fauna marinas, que tendrán impacto directo en la economía de las miles de familias que viven de la pesca en esas costas.
Ni toda la tecnología y recursos disponibles por la empresa y el Estado norteamericano han podido siquiera frenar el derrame, que se calcula recién terminará a principios de agosto.
Empresas y estados no hicieron nada más que lamentarse y echarse culpas mutuas. El gobierno de Obama y British Petroleum se acusan mutuamente, tratan de despegarse del desastre. Imposible. Ni siquiera pueden alegar desconocimiento.
La empresa Transocean es la dueña y operadora de la plataforma (por cuenta de BP) y Halliburton es la responsable de la cimentación del pozo. Estados y trasnacionales de la mano, con el único fin de la ganancia voraz. Existen pruebas fehacientes de que el desastre pudo haber sido evitado. Sólo el uso de una válvula acústica, cuyo costo es de 500.000 dólares, hubiera evitado el accidente, mientras que BP el 27de abril, una semana después del hecho, informó a sus accionistas que en el primer trimestre de este año sus beneficios se habían duplicado respecto al mismo período del año anterior.
Una nueva muestra de la verdadera cara del capitalismo.