Las jornadas laborales hacen nuestros días cortos, hacen que el tiempo se nos escape como se nos escapa la vida minuto a minuto en las eternas horas en los galpones fabriles. Allí donde nos curtimos el lomo produciendo y produciendo… generando riquezas que van a parar a las arcas de patrones, que se dan la gran vida con nuestra fuerza de trabajo, con nuestra salud, con nuestra juventud; y con la consecuente carencia de elementos básicos que son arrancados a nuestras familias.
La burguesía basura, escoria de la sociedad, sólo nos ven por arriba, por abajo, por delante y por detrás como meros números para la acumulación de sus ganancias. Pero en el suelo, donde solemos volar los dignos, donde se teje la Historia, la de las clases y no la que nos cuentan como algo inalcanzable o solo alcanzable para «grandes hombres», allí se mueve, se planifica, se escucha, se rebela, se discute, se arma al Hombre.
La única ley que comprendemos los obreros en las fábricas es que si mejoramos nuestras condiciones de vida, es a través de la lucha, que lleva aparejada la agudización de las contradicciones irreconciliables de clases. Y es ahí que esa cháchara de nuestra exclusión de la historia tiene respuesta: «El primer hecho histórico es, la producción de lo medios indispensables para la satisfacción para la vida material misma». Como clase y como pueblo, lo plasmamos día a día; no así la burguesía que no produce y satisface sus necesidades con nuestro trabajo
Dentro de las paredes de las fábricas, no ocurre lo que intentan demostrar en sus vuelos discursivos, tanto el gobierno de los monopolios como los monopolios mismos. Allí, los ritmos son agobiantes, la contaminación de nuestra salud crece al ritmo del tiempo que estamos frente a la máquinas, las condiciones son paupérrimas, los riesgos a perder un dedo, un brazo o hasta la vida, están siempre al caer. A todo esto hay que sumarle el maltrato, la altanería y soberbia de los jefes, quienes se la arreglan para manosearnos pagando en negro, robando horas laborales, no pagando nocturnidad y horas extras como corresponde, retrazando las fechas de cobro a su antojo, en fin, fieles a su clase, experimentando y experimentando.
Ellos creen que pueden convencernos con discursos hipócritas, echándole la culpa a los accidentes o a nosotros mismos; como en el caso de la muerte de un obrero en el ingenio de Villa Ocampo, donde una de las máquinas se lo llevó de la peor manera. Toda la culpa al obrero por trabajar con campera – dijo la burguesía – a lo sumo un accidente, un descuido. El caso es que las condiciones lamentables en que se trabaja en esa planta – y en la mayoría – no cumplen ni siquiera con sus propias leyes de seguridad. Por eso, que la burguesía hable de accidentes siendo la responsable directa de lo ocurrido, da más asco aún.
Hace poco más de un mes, muere un obrero de la textil Avellaneda, propiedad del grupo Vicentin, ubicada en el parque industrial de Reconquista, en un accidente ocurrido antes de ingresar al predio. El caso es que el compañero llegaba tarde y se confronta con otro vehículo y ahí pierde la vida. La reacción inmediata de la burguesía y todo su coro de alcahuetes fue: «llegaba tarde, ocurrió afuera» y pasa a policiales. Cuentan los obreros que allí trabajan, que el régimen fascista que se vive te satura, tanto lo mental como lo físico. Eso lleva a que vivamos poco y mal, o a vivir un poquito más y descansar prácticamente nada.
Y desde las distintas fábricas, los trabajadores vivimos esto con auténtico dolor, maldiciendo cada actitud de toda la reacción burguesa, y se nos pasa por la mente que inevitablemente, cualquier día, la próxima victima de este sistema puede ser uno de nosotros. La solución no está en el sistema, esta en nosotros y en nuestra lucha cotidiana, con las herramientas que vamos jalonando como clase y como pueblo.
Unidad y autoconvocatoria, son los fantasmas que pesan y mucho sobre la burguesía.