La última dictadura militar eliminó violentamente la jornada de ocho horas que los trabajadores habíamos conquistado con luchas y sacrificios. Durante el gobierno de Menem se avanzó en el proceso de reglamentación y legalización de la quita de las conquistas laborales. El gobierno de De la Rúa, con la Banelco en la mano, aprobó las leyes de “flexibilización laboral”. Así, la burguesía monopolista pretendió eternizar la alargada jornada de trabajo y todas las variantes de superexplotación. Ningún gobierno, incluido el actual de los Kirchner, ni la CGT, movieron un dedo para eliminar las leyes de flexibilización laboral.
Hoy, la jornada de trabajo es de 10 horas o más.
Ahora, los trabajadores debemos luchar, para que, ganando el mismo sueldo diario que completamos con horas extras, la jornada laboral se reduzca a ocho horas.
El camino hacia nuestra liberación de toda explotación está jalonado por múltiples batallas. Tenemos experiencia en hacerlos retroceder por cada conquista que logramos en esa ruta.
Con presión, descontento manifiesto, amenazas de huelga y paros activos, hemos logrado romperles el techo del 20% de aumentos que los monopolios pretendían imponer para las paritarias de 2010.
Ahora vamos por más. Las ocho horas son necesarias y para conquistarlas debemos unir en un solo reclamo la fuerza aún dispersa de todos los trabajadores. A la unidad en el eje de acción, debemos agregarle la unidad en organización. Una organización que ya se ha empezado a construir diariamente desde cada fábrica, en el parque industrial, en la región, en el país.
Las ocho horas no son una lucha gremial. Las ocho horas son el grito digno, la aspiración masiva de todos los trabajadores del país.
Con unidad en la lucha debemos lanzarnos a conquistarlas.