Mientras la prensa mundial se entretiene ocultando que fueron el pueblo chileno, los familiares de los mineros y los propios involucrados los que pudieron salvar sus vidas; y que, justamente, los que promueven el espectáculo fueron los principales responsables de la atrocidad en que trabajan esos trabajadores, en condiciones infrahumanas, sometidos y explotados a los caprichos de esos gobiernos que son serviles a las empresas, otro hecho de magnitud recorre el mundo, alarmando a toda la oligarquía financiera mundial.
Por primera vez en varias décadas, desde muchos gobiernos se habla de “guerra de divisas” y “guerra comercial”. ¿En dónde han quedado los años dorados de la globalización interplanetaria, capaz de mantener a los pueblos del mundo, en opulencia y pacificación?
La asamblea anual del FMI concluyó sin consenso sobre la “guerra de divisas”. El director gerente, Dominique Strauss-Kahn, dijo que «la papa caliente queda en manos del G-20», que se reunirá en noviembre. El comunicado final pide una «acción urgente» para aumentar la supervisión.
Lo cierto es que se están cayendo todas las caretas; la globalización es, en realidad, una socialización de la producción, a la vez que se produce una apropiación cada vez mayor de las riquezas que generan los pueblos del mundo, en manos de menos contendientes.
Existen dos enfrentamientos: uno el que se expresa en la oligarquía financiera, que se disputan en guerras abiertas de divisas, comerciales y armadas en donde se puja por una centralización política, en épocas de una anarquía mayúscula que genera el capitalismo en su atapa imperialista. Esa guerra no tiene vuelta atrás; son varias décadas en la que se viene expresando de una u otra manera, que ha generado fenomenales crisis económicas y políticas, pero que hoy tiene contendientes de peso cada vez más enfrentados por poseer la dominación de los negocios en juego. EEUU quiere cerrar sus fronteras a los productos del mundo; China no revalúa su moneda, transformándose en este semestre en la potencia mundial número uno, dejando a Alemania en el segundo puesto; a la vez que los mal llamados países emergentes se bambolean, vacilan ante futuras e inmediatas definiciones que adoptarán EEUU, Japón, Europa, China.
La otra contienda es la de clases; la burguesía monopolista y el proletariado se encaminan a un nuevo giro de tuerca, comienza una nueva ola de procesos huelguísticos, de paros, movilizaciones, luchas que están poniendo en jaque las iniciativas de la clase dominante. No hay continente que no esté conmovido por estos enfrentamientos de clase, se aclara el panorama de los pueblos que no están dispuestos a seguir perdiendo conquistas e ir por más.
La reunión de los “20” en el mes de noviembre no dará ninguna solución a los problemas entre el propio poder dominante ni soluciones para los pueblos. No hay acuerdo entre capitalistas pues no son señores, son malandras, imponen por la fuerza de las armas, de las guerras de todo tipo, sus propias discusiones. Eso es lo que se viene para ellos. Para nuestros pueblos sufrientes vienen aires de cambio, de revolución, pues los contextos se ven favorecidos por décadas de experiencias de lucha y por un ascenso inusitado de los pueblos del planeta.
Cabe a los revolucionarios del mundo una acción firme junto a sus pueblos para que esta oleada, que se mantendrá, desemboque en los retoños de un futuro digno para la Humanidad.