La cronología de los hechos es más que elocuente. El 19 de noviembre se reunió la OTAN en Lisboa para declarar con bombos y platillos el nacimiento de la “Nueva OTAN”, con “un nuevo concepto estratégico que le permita actuar en cualquier lugar del mundo”. Agregamos: es lo que están llevando adelante en Afganistán y antes en Irak, no con muy buenos resultados para sus intereses.
Luego, el último fin de semana se conoció que un científico nuclear estadounidense anunciaba que había visitado una planta de uranio enriquecido en Corea del Norte. Acto seguido, el martes los noticieros de todo el mundo nos hicieron saber que tropas de ese país habían atacado una isla en Corea del Sur. Lo que no nos informaron es que el gobierno surcoreano reconoce ahora que estaba realizando ejercicios militares en la isla atacada, y que ahora se sumará EE.UU. a esos ejercicios.
El resultado es la amenaza de una guerra en esa región del planeta. Como se viene amenazando en Irán también. En julio de este año el Comandante Fidel Castro advirtió sobre la amenaza de una guerra nuclear. Lo que está sucediendo parece darle, una vez más, la razón.
El imperialismo está viviendo una crisis mundial sin precedentes en la Historia. La llamada guerra de monedas es sólo la punta del iceberg de una guerra comercial y económica desatada ya hace años y que nadie pude detener, pues es la esencia misma del sistema capitalista. Ese imperialismo, expresión de lo más concentrado de la industria y la banca a nivel planetario, es el mismo que fue capaz de desatar dos guerras mundiales para dirimir sus conflictos, dejando como saldo decenas de millones de seres humanos muertos a la vez que destrucción, hambre y enfermedades; los mismos que realizaron todo tipo de invasiones y anexiones durante el siglo XX y lo que va del XXI, siempre alegando lo mismo: Que respondían a ataques previos de los países y pueblos invadidos.
Hoy está más que claro que existen fuerzas desatadas en función de llevar adelante una conflagración para zanjar sus conflictos comerciales y para destruir fuerzas productivas, además de las que a diario se destruyen producto de la anarquía y la rapiña del sistema imperante.
Sin embargo, estemos seguros que será peor el remedio que la enfermedad. Pues los pueblos del mundo están lanzados a una lucha abierta y franca contra las políticas imperialistas y sus crisis, que recaen siempre sobre las masas laboriosas. No existe región del planeta donde no esté expresada, de una u otra forma, esa lucha. Los planes guerreristas van en contra de la corriente mundial y allí radica que podrían significar echar leña al fuego que crece por todo el planeta. El no a la guerra imperialista es un sí a continuar y profundizar la lucha de los pueblos. No debemos permitir que nadie nos desvíe de ese camino.