La lucha de clases es la expresión de la disputa por la distribución de la riqueza. En esa disputa hay dos clases enfrentadas antagónicamente, la burguesía que posee los medios de producción (incluida la tierra) y la de los proletarios, es decir los que, despojados de toda propiedad, deben vender su fuerza de trabajo para poder obtener los recursos para vivir.
Esta lucha es implacable y cuando se habla de la distribución de la riqueza no se hace referencia más que a una correlación de fuerzas entre ambas clases. En la cual, de esa medida entre fuerzas, depende un avance o un retroceso en los porcentajes que cada clase pueda obtener sobre la riqueza producida.
La burguesía, trata de confundir cuando mete la idea de que la distribución de la riqueza es una decisión de gobiernos o de empresarios que “entienden” y voluntariamente resignan parte de lo que se apropian a quienes trabajan. Por eso hablan, repiten, escriben y machacan por todos los medios, que el diálogo y los acuerdos son fundamentales para poder avanzar en la redistribución de la riqueza.
Sin embargo, como comprobamos a diario, nada es más opuesto al mentado diálogo: ellos se quedan con la totalidad de lo producido y a nosotros nos “toca” sólo el salario.
Pero el ser propietario de la tierra y de la totalidad de los medios de producción, le confiere a la burguesía la convicción de que el salario mismo es algo que, si bien le pagan al trabajador, ella debe velar de que no lo malgaste. Ve a la masa salarial también como fuente de su capital.
Así, por ejemplo, todo lo que los trabajadores aportan a las cajas de jubilaciones, pagos de impuestos, etc., la burguesía se siente con derecho a disponer de esa masa millonaria de dinero. Y ahí tiene a su gobierno de turno como el de Cristina Kirchner que cumple a pie juntilla con ese mandato. Saca de los recursos que se descuentan del salario y se los otorga a los grandes capitales a la vez que por su puesto, se los niega a sus verdaderos dueños, los trabajadores activos y jubilados.
También crea impuestos masivos (por ejemplo el IVA y el impuesto a las ganancias) a través de los cuales les saca parte del salario a los trabajadores para poder convertirlo en capital y luego, transformado en subsidios a la “producción” o créditos “blandos”, lo pone en manos de los monopolios para generar más plusvalía.
Hay también otros impuestos tales como los municipales (por ejemplo: alumbrado, barrido y limpieza), o provinciales (por ejemplo: sellados, inmobiliario, etc.). Y todo eso sale de nuestros salarios.
Es decir que ni el salario nos pertenece en este sistema capitalista.
Desde esta visión es que entendemos que la lucha por el salario no sólo corresponde al ingreso que figura en el recibo de sueldo. Se trata también de la eliminación de los impuestos al trabajo (impuesto a la ganancia), eliminación del IVA, el aumento de la jubilación y no permitir que esos fondos se usen para las empresas, etc.
Todo eso es lucha por el salario. Pero además, luchar porque los recursos que obtiene el Estado se destinen a viviendas, salud, educación y en general, lo que los gobiernos denominan “gasto social”. La lucha por obligarlos a un destino determinado de esos fondos es parte de la lucha por el salario. Por eso, la lucha por el salario, así entendida es política.
Esto es la puja distributiva y por eso es lucha de clases. Porque ni ellos van a estar dispuestos a otorgar mayor porcentaje, por el contrario siempre van a intentar disminuirlo, ni los trabajadores se resignarán a una falsa expectativa de que la burguesía y su gobierno le otorguen buenamente una mejor distribución en la riqueza. Pues la historia nos enseñó lo contrario.
A los umbrales de las próximas paritarias, ellos se preparan en largos cabildeos y trensas con los sindicatos más afines con el objetivo de lograr un tope promedio de aumentos de 18%.
Mientras tanto, los trabajadores y, principalmente el proletariado industrial se aprestan a dar duras batallas a fin de romper ese techo y obtener mejores porcentajes.
La iniciativa está de nuestro lado. Es deber de las vanguardias y los revolucionarios avanzar sobre esa iniciativa duplicando la apuesta a fin de ganar esta pelea que tenemos por delante, y que ese triunfo aumente la correlación de fuerzas a nuestro favor hacia las próximas contiendas.