Cuando arrecia el enfrentamiento entre los desposeídos, los expoliados, los que viven de su trabajo contra los hacedores de negocios, los dueños de todo, los explotadores, se producen cambios fundamentales en las actitudes de uno y otro sector que muestran las motivaciones esenciales que los movilizan y los enfrentan entre sí.
La lucha entre las clases, al profundizarse, va haciendo caer velos y decoraciones que, en momentos de menos tensión, aparecen a primera vista tapando la verdadera esencia de los contendientes.
Así, del lado de la clase obrera y el pueblo, despuntan con fuerza las mejores características esenciales de la humanidad: la solidaridad, la unidad, la lucha por la dignidad, el apego a lo más profundo de los sentimientos y características humanas que fusionan al Hombre con el resto de la naturaleza, al tiempo que se desembarazan de características impuestas por siglos de mala educación provenientes de la cultura y las concepciones de la clase burguesa.
Del lado de la burguesía imperialista, se cae a pedazos la capa de maquillaje con la que se presenta en sociedad y aparece visiblemente lo peor de su esencia: el odio a las masas, el interés más despiadado por negocios antihumanos, los medios que justifican el fin, todo lo que puede hacerse para defender la obtención de capitales a costa de cualquier cosa, al tiempo en que se caen a pedazos los maquillajes y velos que, a través de discursos mentirosos tales como la defensa de los intereses populares o nacionales tapaban, con apariencia agradable, el verdadero rostro de los negocios despiadados.
Ejemplos de esto último es lo que ha ocurrido con la iniciativa de los pueblos contra los monopolios, en este caso, de la megaminería.
Atildados funcionarios y su corte de comunicadores sociales salieron a decir claramente que no hay otra manera de transformar la naturaleza más que provocando daños “colaterales”. Una expresión tan utilizada por los invasores imperialistas cuando bombardean una población afirmando que para atacar un objetivo militar es inevitable provocar “daños colaterales”. Primero nos quieren convencer que las bombas tienen la precisión de un bisturí. Y luego, ante la tierra arrasada, nos tratan de convencer que se trata de “daños colaterales” que era inevitable generar para atacar el supuesto mal.
Haciendo gala de la más recalcitrante defensa de la ley del valor, nos dicen y repiten que si queremos progreso, algo se debe destruir. Con ese argumento, han “defendido” la megaminería con su envenenamiento de la tierra, el despilfarro del agua y la destrucción de sus fuentes, la agresión a la vida humana y la naturaleza en general. Para ellos, la reducción de costos para aumentar sus ganancias es el objeto supremo al que hay que someter todos los procedimientos.
Si hay que sacrificar vidas humanas, recursos naturales, medio ambiente, hipotecar el futuro para las generaciones venideras y otras cosas para reducir costos, todo es válido.
Tal es la forma de ver el mundo de los negocios que tiene la burguesía.
Ése es el presente que nos plantean y el futuro que nos prometen. He ahí la esencia de su pensamiento.
¡No todo es para todos! Nos dicen impunemente.
Por eso, para la mayoría de las personas que vivimos en este país, los obreros, los trabajadores en general, las poblaciones oprimidas por el poder burgués, la batalla entablada contra la megaminería no es más que la expresión de una lucha más profunda y más amplia contra todos los monopolios con su plan de “progreso con destrucción”. Nada bueno nos proponen para vivir en el presente y el futuro. La ley del valor, es decir, la reducción de costos para las ganancias, no es ninguna perspectiva para el ser humano.
Nuestro camino es opuesto y antagónico. Es el que hemos emprendido a través de la lucha, la organización y la defensa de la vida.