Todos sabemos que el 21 de marzo comienza el otoño, que el 21 de junio el invierno, que el 21 septiembre la primavera y que el 21 de diciembre el verano.
Así están establecidas las cuatro estaciones y todos sabemos sus diferencias y sus características.
Pero en la vida es más difícil precisar cuándo termina una y comienza la otra, porque los signos de la desaparición de la vieja estación son contemporáneos con los signos de la nueva. Y más complejo aún si observamos cómo se interrelacionan entre sí.
Los viejos conocedores del campo nos hablan de la importancia de las últimas heladas,
las heladas tardías, para que la naturaleza explote en primavera.
Todos vemos cómo aparecen los brotes que luego serán ramas pobladas de hojas y más tarde flores y frutos. Esos pequeños brotes contienen en su seno toda la potencia transformadora.
La sociedad y su transformación también se mueven al ritmo de la naturaleza. También tiene sus leyes, las leyes de la materia. Que estamos viviendo una época de cambios no es secreto para nadie, no es un invento de los mayas y su calendario.
Pero es fundamental definir qué época es la que estamos viviendo porque el riesgo es entrar al verano tejiendo pulóveres de lana, o más peligroso aún, entrar al invierno con remera y ojotas.
Hay dos elementos claves para evaluar el momento político: la situación de la clase dominante y la situación de la clase dominada.
La dominación de los monopolios está en crisis. Ellos no pueden avanzar con el engaño, con las promesas de un futuro mejor, son incapaces de resolver las más mínimas exigencias de vida. La anarquía, que es producto de su afán de más y más ganancias, provoca una desestabilización permanente. Sobran los ejemplos desde la tragedia de Once hasta el desastre de la megaminería. Todos somos testigos y víctimas.
Su impudicia y su avaricia ya no se toleran, ni aquí ni en ningún lugar del mundo.
Tampoco pueden recurrir a la violencia cuando son millones los que están en las calles, desde Tinogasta en Catamarca hasta Grecia.
Su poder está asentado en pies de barro y es ahí, en sus pies, bien abajo, donde está instalada su descomposición.
La concentración los enfrenta y nadie quiere ser el pato de la boda, sus guerras son abiertas y sus disputas están a la orden del día, al punto tal que mutuamente se acusan de monopolios. Es tal el tembladeral, que la crisis en un lugar se lleva puesto lo que habían edificado en otro, como en el juego de la oca, avanzan un casillero y retroceden dos.
Por su parte la situación de masas no deja de agravar sus pujas, profundizando la lucha inter-monopólica.
En un estado insurreccional que se generaliza y se extiende por todo el mundo, con manifestaciones masivas y contundentes, irrumpe la acción de los trabajadores.
Hay fenómenos que aún no conocemos, que aún no se manifiestan en toda su magnitud, pero ya existen: la organización independiente, la organización de base del movimiento obrero a nivel mundial.
Nuestro país está a la cabeza de este desenvolvimiento y no es un dato menor. Aquí sí se manifiesta, aquí ya ha asomado y la importancia que esto tiene para los trabajadores de todo el mundo es algo que debemos destacar y asimilar: estamos jugando un partido en muchas canchas, y cada ataque amenaza a varias defensas. La rebelión a la superexplotación y a la indignidad recorre las fábricas, los centros laborales, no puede ser contenida ni por las corruptas dirigencias sindicales ni por los gobiernos de turno más allá de disfrazarse de nacionales, populares, americanistas, o de lo que sea.
Nada podrá ya detener lo que los pueblos del mundo tomaron en sus manos: la lucha y la construcción de un futuro con una vida digna.