Cuando en los 90 se impuso la política de privatizaciones, recortes y ajustes, que desembocó con la rebelión popular de 2001, previos otros enfrentamientos que protagonizó nuestro pueblo en todo el país, ningún político burgués de aquel entonces se atrevía a cuestionar el papel que el FMI tenía en la aplicación de esas políticas.
El papel de este organismo, ya entrados los noventa y más después, fue declinando aquí y en el mundo visto el curso que imprimía la cada vez mayor trasnacionalización de la economía capitalista mundial, en la que las propias empresas imperialistas, ya instaladas y asentadas en diversas partes del planeta, son las que directamente accionan y operan los resortes de los Estados de cada país para proseguir con la denominada “globalización”, que no es ni más ni menos que la circulación del capital alrededor del mundo a la búsqueda del control de recursos naturales y humanos para continuar con la explotación capitalista. En una palabra, no más gestores ni organismos internacionales que otrora sirvieron pero hoy ya son sólo burocracias que se dedican a realizar alguna declaración altisonante de vez en cuando.
La oligarquía financiera mundial es la que lleva adelante este proceso, sin intermediarios. Así se está viendo en la situación de Europa, en la que ni el FMI ni el Banco Mundial, ni ninguna de las instituciones nacidas luego de la II guerra mundial, están cumpliendo un papel preponderante. Son los Estados imperialistas, las empresas industriales y financieras trasnacionales, los representantes directos de las mismas, los que, desde los puestos claves de los Estados, gestionan y marcan el rumbo a seguir, en función de “salvar” sus intereses, inmersos en una crisis capitalista estructural sin precedentes en la historia.
Es así, que el discurso de la presidenta Kirchner en la Asamblea de la ONU del día de ayer, no es más que una bravuconada que le pega a una institución caduca e inservible, que ni los propios centros de poder capitalista mundial toman en serio a la hora de implementar sus planes.
Cuando en nuestro país Monsanto está a punto de conseguir el control absoluto de las semillas; cuando las mineras trasnacionales continúan diariamente dinamitando nuestra cordillera para saquear la riqueza mineral de nuestro suelo; cuando el CEO de la YPF “nacionalizada” sigue a la búsqueda de “socios” que vendrán a extraer nuestro petróleo después que el pueblo argentino banque las inversiones necesarias; cuando se sigue reprimiendo y corriendo a los pueblos originarios de sus tierras para avanzar con los cultivos de soja, como está escrito en los planes de Cargill y unas pocas más empresas imperialistas, está claro que la soberanía es un concepto que la burguesía argentina, como parte de la oligarquía financiera mundial, ha dejado archivado en algún cajón y que, de vez en cuando, desempolva para hacer politiquería de baja estofa.
Hablar de soberanía “pegándole” al FMI es como hablar de las bondades del transistor en plena época de los chips inteligentes. Con esas declaraciones se dejan contentos a los mendigos progresistas que todavía creen que es posible avanzar con el capitalismo “bueno”, en contra del capitalismo “malo”.
La verdadera soberanía la defiende la clase obrera y el pueblo cuando enfrenta a las corporaciones en el terreno concreto, y poniendo freno efectivo a sus planes de saqueo. Al FMI lo derrotó el pueblo en las calles, como derrotará también a los monopolios y a sus gobernantes, para garantizar la única soberanía posible: la del pueblo argentino movilizado y organizado llevando adelante los destinos de nuestro país para beneficio de las mayorías, contra las minorías explotadoras.