Como es tradicional frente a la llegada de las fiestas de fin de año, las patronales armaron sus propias “festividades”, invitando a los trabajadores a un agasajo formal. Desde su punto de vista, la pretensión siempre es limar las rispideces que se hubieran sucedido en el año que termina y/o sucederán o en el año que viene.
La mayoría de las veces «la fiesta» se corona con unas palabras de algún directivo que apela a la “buena voluntad” de los trabajadores y al “empeño” que le pone empresa, asegurando que “el crecimiento está asegurado»… En casi todos los casos se plantea algo por el estilo o de modo parecido.
Pero a veces pasa lo contrario, y el discurso patronal se transforma en un lamento por el mal pasar de sus negocios y al mismo tiempo en una súplica de paciencia y entendimiento de los trabajadores. Tanto en uno como en otro caso, la “buena voluntad” de los trabajadores es decisiva, de ahí que apelen a ella de forma incisiva y hasta el hartazgo.
En un escenario que intenta confraternizar antagonismos cada ves más agudos entre trabajadores y patrones, pretendiendo que aquello de «la gran familia» no sea olvidado, las patronales llevan las de perder, pues sus agasajos cada vez son más rechazados y ninguneados por los trabajadores; un verdadero embole en donde prácticamente se ven las caras los propios directivos o se transforman en decididos actos de rebeldía; donde ya no cuadran ni los versos, ni las pompas, ni las súplicas, ni siquiera las felicitaciones, que de vez en vez, dejan caer algunos gerentes.
Tampoco el manipuleado sorteo de electrodomésticos, que es utilizado para retener a los trabajadores el mayor tiempo posible, puede a esta altura de la lucha de clases limar, ni por un instante, la bronca que anida en el seno de la clase obrera.
Hay una fábrica que queda en La Matanza, provincia de Buenos Aires, y produce colchones. Durante todo el año, los obreros vieron pasar máquinas nuevas que se instalaban y comenzaban a duplicar la producción. “Gracias” a ellas, los trabajadores se vieron presionados a acelerar los ritmos de trabajo y terminar extenuados. La productividad aumentada al 50% de un momento a otro, tan pronto la maquinaria nueva estaba presta a funcionar; pero el salario aumentado en mínimas e irrisorias cuotas de entre 3 y un 10%.
Tal era el año que habían soportado los trabajadores que el “saldo” de paciencia estaba agotado. Llegado el 21 de diciembre, viernes al medio día, la empresa llama a los trabajadores avisando que se les daría “un agasajo”, desde las 12 horas no se trabajaría más, pero que había que compensar esas cuatro horas hasta las 16 (que es la hora de salida), trabajando el lunes 24 hasta el medio día…
Para la empresa era un gran negocio, pues cambiaba 4 horas del viernes por 6 horas del lunes. Luego de cambiarse, hicieron pasar a los trabajadores a un salón y unos mozos repartían canapés, saladitos, etc., pasado un rato un sólo interrogante atravesaba el ambiente: ¿Esto nos van a dar de comer?
Instantes después, un directivo sube al escenario y apelando como siempre un discurso de súplica les dice a los trabajadores que este fue un año malo para la empresa, que sepan tener paciencia bla, bla, bla… En medio del silencio por la hipocresía del tipo y oyendo semejante mentira, se escucha una vos gruesa desde el fondo del lugar que dice… ¿y el asado para cuando? La respuesta que recibió del directivo fue, que no iba a haber asado. El obrero que hizo la pregunta retrucó: entonces me voy a la mierda de acá. Se dio media vuelta y se fue.
Lo siguieron casi la totalidad de los trabajadores, catapultados por el rechazo y la bronca contra la patronal.
El salón quedo casi vacío; y los canapés, flotando en las bandejas como una burla despiadada evocando a «la gran familia ausente». El lunes 24, sólo se presentaron 5 obreros a trabajar.