El sistema capitalista está parado sobre un mar de contradicciones que, en la medida en que avanza su desarrollo, se van profundizando irremediablemente y van generando las condiciones materiales para su propia destrucción.
En una situación política en que la burguesía no tiene posibilidad alguna de engañar a las masas trabajadoras y populares, y éstas avanzan en forma ofensiva contra las políticas del Estado al servicio de los monopolios, el desarrollo de esas contradicciones se acelera de una forma agudísima como ocurre actualmente en nuestro país.
Hemos asistido, en los últimos días del año pasado y el mes de enero de este año en curso, a un aumento masivo de precios en bienes y servicios que provocó el adelgazamiento de nuestros bolsillos a niveles insostenibles.
Pero, contrariamente a lo que podría pensarse, esto no se debe más que a una movida obligada de la burguesía monopolista y su gobierno. De ninguna manera se trata de una estrategia pensada y elaborada en las oficinas de los monopolios y bancos a fin de plasmarlas en un papel de instrucciones para que el gobierno títere las aplique.
Se trata más bien, de un manotazo de ahogado, de un golpe desesperado del boxeador que está arrinconado en la esquina a punto de ser noqueado.
Y como toda acción desesperada a fin de curarse en salud o más bien en vida (porque salud es lo que precisamente le falta a este sistema en descomposición), entierra más al gobierno en el pantano de sus mentiras indisimuladas y al poder burgués en el laberinto de sus contradicciones cada vez más profundas.
En medio de los aumentos generalizados de precios y del descontento y el estado de ánimo que ello generó en la población, el gobierno promonopolista debió retroceder y decretar el aumento del 20% en el piso del impuesto al salario y el aumento a las jubilaciones. Ambas medidas irrisorias y que no solucionan nada la situación del magro bolsillo popular.
Todo el mundo, rápidamente, se dio cuenta, que si se aplica la línea política que lleva adelante el gobierno de no homologar aumentos que superen el 25% en las paritarias, estos incrementos serán absorbidos irremediablemente por el impuesto al trabajo y serán decenas de miles de trabajadores los que se sumarán al pago de dicho impuesto, viendo mermados sus ingresos. O sea que los aumentos en paritarias serán una baja de su poder adquisitivo. A la vez que los jubilados y pensionados (con aumento y todo) tendrán, en definitiva, un poder de compra inferior ya que no cubren ni por asomo los aumentos de precios anteriores.
La crisis que esto genera no sólo se ve en la bronca y la generalización de los reclamos de aumentos en todos los sectores populares sino, además, en las propias alturas del poder en donde las distintas versiones de la CGT están unificando su discurso, algo impensado hasta hace pocos días atrás en donde los desencuentros y ataques personales entre sus dirigentes eran moneda corriente: Moyano contra Caló, éste contra Barrionuevo, Yaski contra De Michelis, etc. Y, esto, lo sabemos, no es más que lo que expresa la presión que viene de abajo, ya que los personajes mencionados siguen siendo, cada vez más, celosos custodios de los intereses monopolistas.
Por su parte, De Mendiguren, está “preocupado” por la inflación y podríamos pensar que esto es parte de su cinismo que lo caracteriza. Sin embargo y, a pesar del cinismo que tiene como buen burgués, realmente le preocupa la inflación. Porque contradictoriamente, la inflación no es deseada por ningún monopolio, pero es el mecanismo al que acuden para sostener su tasa de ganancia depreciando el salario. Tal es el encierro que tiene la burguesía.
Una vez hecho esto pretenden que el mundo se detenga y que nada se mueva. Entonces salen a “controlar” los precios de los supermercados…¡por dos meses! Más o menos el tiempo en que van a decidirse los aumentos en paritarias.
Y a esto le llama el gobierno de Cristina Kirchner, “medidas populares y nacionales”.
Si bien la burguesía se desespera por controlar, aunque no puede como lo hemos planteado, los mecanismos de su sistema en putrefacción, menos puede controlar, aminorar, suavizar o impedir, la persistente y generalizada lucha de los trabajadores y el pueblo que seguirá el indudable curso de dirigirse hacia la conquista de mejores condiciones de vida obteniendo un aumento de 40% que los proteja contra la inflación desatada y un sueldo básico de $ 7.000 que le permita adquirir una canasta familiar.
Este es el único camino que llevará a conquistar nuestra ansiada libertad contra el ahogo insoportable al que nos somete este oprobioso sistema capitalista.