El 2 de abril quedará en la memoria colectiva del pueblo argentino, lamentablemente, ya no sólo como el día en que se “recuperaron” las Islas Malvinas, sino por la tragedia popular que significó el temporal con epicentro en la ciudad de La Plata y alrededores. Los habitantes de esta ciudad vivimos una situación que pensamos sólo se ve en las películas sobre catástrofes, pero dolorosamente, nos sucedió en carne propia : ríos de agua de casi dos metros corriendo con mucha fuerza, arrastrando personas , casillas, autos ,animales, todo tipo de objetos personales; y luego de la tormenta, imágenes desoladoras: cadáveres de vecinos que quedaron atrapados en sus casas, dentro de los autos, pibes y abuelos arrastrados por la corriente, gente llorando desesperada por la pérdida de un ser querido, de todas las pocas pertenencias que pudo reunir en sus años de trabajo, o preguntando e intentando comunicarse (en vano, porque en las primeras 24 hs. luego del temporal era imposible comunicarse por celular con nadie) con familiares o amigos para saber cómo estaban, animales (sobre todo ratas) muertos en las calles, vecinos que sacaban todas sus pertenencias, muebles, ropa, electrodomésticos, etc., intentando secarlos mientras sacaban el agua de sus casas. En lo personal, me atrapó la tormenta en la feria de artesanos, con otros cinco compañeros, que nos fuimos yendo de a uno a medida que el frío y el agua nos empujaba; salí caminando hasta mi casa, hice varias cuadras con el agua más arriba de la cintura, con el carro de mercadería al hombro para que no me llevara la corriente.
Luego, la incertidumbre por los seres queridos, por los compañeros. ¿Cómo estarán? ¿Qué habrán perdido? y lo peor: ¿Estarán vivos? preguntas que nos empezaron a taladrar el cerebro ante la terrible situación. Los que tuvimos la inmensa fortuna de no haber perdido nada, salimos a dar una mano a conocidos y desconocidos: yendo a buscar en camionetas comida, ropa, colchones, lavandina, agua, lo que sea,(en mi caso con compañeros de la Feria) a los centros de recepción de donaciones para repartir a los barrios más afectados, y ahí fuimos testigos de situaciones graves: cada damnificado contaba que, en su cuadra, luego del temporal, había visto o sabía que habían muerto por lo menos cinco o seis vecinos (lo que hecha por tierra las cifras oficiales), y a la vez, denunciaban la desidia del gobierno municipal, provincial y nacional, que no estaba mandando nada (todo lo que llegaba era por ayuda espontánea de la gente, tanto para juntar como para distribuir). Fuimos testigos, además, de cómo en algunos lugares, como parroquias o bancos de alimentos, se iban depositando mercaderías, frazadas, colchones y ropa, «para su mejor registro», mientras que en la puerta la gente reclamaba, desesperada, por las cosas que necesitaba YA (como el caso de la Parroquia San José y el banco de alimentos de Villa Argüello).
Pero dentro de todo este sombrío panorama, un Estado presente para mandar policías y gendarmes para evitar que la gente desesperada acceda a los recursos, pero ausente para realizar obras de infraestructura que prevean una situación de esta naturaleza, para rescatar y asistir (un bombero de Zárate nos contó cómo la autoridades de Defensa civil municipales impidieron por varios horas la entrada de, al menos, quince dotaciones de bomberos de ese lugar, de Tigre, Quilmes, Morón, San Martín, San Fernando y otras localidades del conurbano que llegaron con equipos de rescate a colaborar, impidiendo que se salven quién sabe cuántas vidas) a las víctimas, para brindarles en forma rápida y efectiva los recursos indispensables para la existencia. Es menester poner el acento en la extraordinaria capacidad de nuestro pueblo de organizarse y actuar solidariamente ante la necesidad de sus semejantes, al margen de la estructura burocrática de las instituciones del gobierno en particular y de la burguesía en general.