Puede parecer difícil, en pocas palabras, definir con precisión el momento político que estamos viviendo. Pero es necesario intentarlo.
En primer lugar: la crisis de los monopolios. Fundamentalmente política, una crisis de dominación profundizada por el estado de auge de movilización y lucha de masas (a nivel planetario), que les impide imponer, ya sea a través del engaño o de la violencia, sus nefastos planes.
En segundo lugar: la rebelión obrera y popular. Una disposición a la acción masiva y directa, un protagonismo colectivo que desafía los marcos del control social, del parlamentarismo, de las negociaciones espurias, con auténticos ejercicios de poder.
En este marco, la clase obrera argentina (por su nivel de experiencia en la lucha y por la consolidación de sus organizaciones independientes de base) está jugando un papel de vanguardia en la lucha de clases mundial, afianzando los caminos de la unidad entre los trabajadores y de éstos con el pueblo.
¿Qué distingue esto de las luchas obreras anteriores, qué rasgos presentan sus manifestaciones? El primer elemento evidente es su desconfianza.
A la ya tradicional desconfianza a las mentiras y lamentos de las empresas y al Estado “árbitro” en las disputas del capital-trabajo se le ha sumado una franca desconfianza a las gremios, confederaciones y a toda la camarilla sindical, visualizada como socios abiertos de las patronales. En contraposición, el segundo elemento es la confianza. Confianza en las propias fuerzas, confianza en que con disciplina se pudo arrancarles las conquistas a empresas, Estado y sindicatos.
El tercer elemento es la base de esa confianza. La convicción de que son posibles las conquistas, por la debilidad política de esa santa alianza, por sus contradicciones y vacilaciones. El cuarto elemento es la forma de cimentar esa confianza. La consolidación de organizaciones independientes rompió el cerco de las demandas económicas tuteladas por el orden institucional, y con la metodología de la autoconvocatoria, los conflictos toman contenido político, ganan las calles, derriban el aislamiento, toman estado público y permiten avanzar en la unidad.
Cuando los de arriba ya no pueden gobernar como antes, porque los de abajo no están dispuestos a soportar esa situación, y las acciones de masas se extienden y masifican, estamos frente a una situación revolucionaria.
Esto no quiere decir que la revolución está a la vuelta de la esquina ni que está predeterminado que la situación desemboque por sí misma en una revolución. Estamos diciendo que se ha abierto una brecha, que se ha movido el piso de la lucha de clases.
Esta situación fomenta el surgimiento de una nueva vanguardia, una vanguardia ávida de nuevos horizontes, de objetivos superiores a la hora de la lucha, que no se conforma con migajas y maquillajes, y persigue cambios verdaderos. No existe espacio para plantear “terceras posiciones”.
Desde esta experiencia, se está en condiciones de ponerse al frente no sólo de la propia clase obrera, sino de aglutinar políticamente a todas las fuerzas populares enfrentadas a la dictadura de los monopolios.
Este es el carácter sustancial del momento político que estamos transitando: la consolidación de una vanguardia obrera y popular en medio de un movimiento de masas dispuesto a la acción contra los abusos y privilegios de una minoría explotadora y opresora.
Que este camino se profundice a nivel nacional, que se funda en un solo puño toda esa potencia transformadora, es hoy la gran tarea que los hombres y mujeres del pueblo que aspiramos a una vida digna en nuestro país, tenemos por delante.