El proceso de concentración capitalista no sólo genera la monopolización de los capitales, la fuerza de trabajo, las mercancías producidas y materias primas, los medios de producción –incluida la tierra-, las aguas dulces y las áreas marinas.
La gran burguesía monopolista no sólo se adueña de esos bienes materiales, también se adueña del Estado en desmedro del pueblo y del resto de su propia clase a la que obliga a someterse a sus decisiones haciéndola partícipe de sus políticas.
De tal forma que la burguesía, como clase, sólo se expresa a través de las concepciones políticas, económicas y sociales de la oligarquía financiera constituyéndose en la versión más reaccionaria y retrógrada de las distintas fisonomías que en su historia ha tenido.
A ello se debe que las instituciones sociales y fundamentalmente las del Estado ya no responden a las características de la República dividida en tres poderes independientes, detrás de los cuales las distintas facciones burguesas se alineaban y dirimían sus entredichos y disputas de negocios.
La centralización política es la forma más adecuada al poder estatal de los monopolios financieros. Pero esa centralización política es a imagen y semejanza del poder de la oligarquía financiera, en una palabra, es despótica e impuesta de arriba hacia abajo. Desde las oficinas de los directorios de las entidades monopolistas al Estado y a la sociedad.
En la nota de ayer, destacábamos cómo a través de las cámaras de video implantadas en los trenes quiere ejercerse el control de los trabajadores, lo cual ya está siendo aplicado en los centros fabriles, las empresas en general y en la vía pública de la ciudades.
Es que la práctica de apropiación de las mercancías y de la naturaleza se proyecta hacia el propio ser humano. La burguesía financiera ya no sólo se adueña de dichos bienes y de la fuerza de trabajo de las masas proletarias sino que pretende saber cuáles son los movimientos, la ocupación del tiempo por fuera de sus trabajos, los desplazamientos, el transcurrir de las vidas de los habitantes del país, en pocas palabras: se adueña de las vidas del pueblo.
A ello se debe también la presión impositiva, el control de los gastos de sueldos y haberes, la exigencia de responder de dónde salieron los pesos que están en poder de cada trabajador.
Lo que entra y lo que sale, lo que se cobra y lo que se gasta, el tiempo que dedicamos al trabajo y al esparcimiento, los bienes que adquirimos y los que nunca compraremos.
La dictadura del capital financiero es agobiante y cada vez se violenta más con las mayores aspiraciones democráticas de las masas que, contradictoriamente, la misma necesidad de producción capitalista ha proporcionado como fundamento y actitud de vida cotidiana en el seno de la organización fabril e industrial en general (entendiendo el término industria en el sentido más amplio).
Lo descrito no es más que el reflejo de la imposibilidad de conciliar esos intereses antagónicos que cada vez se alejan más uno de otro, a la vez que en el polo de la oligarquía se reduce a menor cantidad de capitalistas y en el polo de las masas populares se acrecienta en cantidad de personas.
Pero este conflicto social genera gran inestabilidad en el sistema putrefacto y agonizante provocando peleas, profundizando agrietamientos y enemistando entre sí a los dueños del poder.
Por eso es tan cínico el discurso presidencial y de todo funcionario o personaje del sistema cuando nos dicen que aún faltan cosas por hacer o que estamos en el rumbo correcto, etc., queriendo dar la idea de que por el camino que va el país encontraremos nuestra felicidad.
Viendo la realidad social desde este punto de vista de clases, es dable comprender las actitudes sordas, ciegas y desaprensivas del poder estatal y de todos sus personeros así como de los dueños del capital. Pero también las anchas avenidas formadas por esas grietas y contradicciones, a través de las cuales podemos transitar arrancando conquistas con nuestras luchas.
Por eso nuestra opción política como pueblo, para salir de esta situación a la que nos condena el poder burgués está por fuera del mismo y en combate contra el mismo, por medio de la lucha, la unidad y la organización de nuestras fuerzas en forma independiente de todo lo que ellos nos ofrecen. Nuestra posibilidad de triunfo es directamente proporcional al fracaso de ellos.
Toda promesa de cambio que no contemple la lucha revolucionaria y la destrucción de su Estado cada vez más policíaco y opresor, no es más que una promesa vana y mentirosa.
Nuestro destino de liberación está en nuestras propias manos, las mismas manos obreras que todo lo producen entrelazadas con las del pueblo trabajador.