Nuevamente las campañas electorales nos confirman una realidad: la inmensa cantidad de listas y candidatos es inversamente proporcional a la presentación de ideas que, fuera de toda coyuntura electoral (donde lo único que se busca es lograr un voto más o menos), señalen algún camino cierto de superación de los acuciantes problemas que vivimos como sociedad.
Todo anda mal, aquí y en el mundo, pero se hace como si eso que anda mal fuera una fatídica predestinación a la que nos debemos acostumbrar y, por lo tanto, no debería ser esperable encontrar propuestas para arreglar las cosas. En esta lógica, los procesos electorales calzan como un guante ya que a nadie se le “cae una idea” y el patetismo de las campañas reflejan, precisamente, la falta de contenido de una instancia en la que ya ni siquiera se hacen falsas promesas como era común en otras épocas.
La burguesía dominante ha trabajado muy bien en dos aspectos fundamentales para garantizar su dominación de clase. Uno, es el presentar el capitalismo como el único sistema de organización social posible, a pesar de los desastres humanos y ambientales que está ocasionando en el planeta y de la comprobada ineficacia para cubrir aspiraciones mínimas de dignidad humana. La otra, lo que sería su correlato político, es la presentación de la democracia burguesa, el parlamentarismo, que no es más que la delegación de la representación política y la administración de la cosa pública en manos de los “profesionales” de la política a los que debemos “elegir” cada tantos años y así depositar en ellos el manejo de nuestras vidas presentes y futuras.
Mientras tanto la sociedad, dentro del propio proceso capitalista, experimenta una creciente e inédita socialización de la producción en la que millones de seres humanos participan y garantizan, conciente e inconcientemente, de los procesos productivos cuyos frutos se apropia la oligarquía financiera, cada vez más concentrada. Bien podríamos decir que la sociedad se pone en marcha todos los días gracias a los millones y millones que garantizan ese funcionamiento en el marco del alto grado de organización social alcanzado del que la burguesía participa como clase parasitaria que sólo busca garantizar su ganancia y su dominación.
Entonces nos preguntamos: Si cada día nuestro aporte y sacrificio son determinantes para contribuir a la organización social alcanzada, ¿por qué debemos depositar las decisiones políticas, sociales, económicas en una capa cada vez más fina de la burguesía dominante, minoritaria en toda la línea, para que lleve adelante el manejo de la sociedad?; concebir las formas burguesas de representación política, ¿no es acaso permitir que la burguesía “represente” nuestros intereses como clase y como pueblo, totalmente antagónicos a los suyos?
La participación en el “juego electoral” es la trampa en la que la burguesía dominante quiere que caigamos, pues desde allí no sólo le hacemos el juego a su forma de hacer la política sino también nos alejamos del cuestionamiento irreconciliable a su dominación.
Que las elecciones no desvíen un ápice, de la construcción de la unidad por abajo, que dé cauce político revolucionario a las miles de luchas cotidianas de nuestra clase y nuestro pueblo.