La vuelta al régimen democrático burgués en la Argentina tuvo un carácter esencial: fue producto de la lucha de masas en las calles.
A diferencia de otros países de América Latina, la dictadura militar en nuestro país huyó con la “cola entre las patas”, con unas fuerzas armadas derrotadas política e ideológicamente (derrota de la que no pudieron recuperarse nunca); de esta manera, el pueblo argentino “marcó la cancha” de entrada a los gobiernos burgueses, lo que significó la apertura de un proceso nunca lineal, con altas y bajas en la lucha, con avances y retrocesos en las demandas y reivindicaciones, pero siempre marcado por ese carácter: el movimiento de masas en la Argentina nunca fue derrotado en sus aspiraciones de una vida digna.
Entonces pasaron los diferentes gobiernos y las diferentes etapas. Con Alfonsín se pasó de “con la democracia se come, se cura, se educa” a la “economía de guerra”, las leyes de punto final y obediencia debida después de los juicios a los militares y de las cajas PAN a la hiperinflación. Con Menem la “revolución productiva y el salariazo” se convirtieron en una vuelta de tuerca en la aplicación de los planes imperialistas mundiales en nuestro país, dejando un tendal de desocupación y pobreza en amplias capas de la población. Tras lo cual se retiró con el odio generalizado de todo el pueblo, siendo imposible su regreso a la presidencia. Con el gobierno de De la Rua, los que venían a terminar con el robo y el saqueo al pueblo terminaron siendo los verdugos más implacables, gobernando con Cavallo y terminando escapándose por la rebelión popular de 2001.
Desde esos años hasta hoy la clase obrera y el pueblo sumaron desencanto y traición de parte de la burguesía monopolista y sus políticos de toda laya. Paralelamente, se abrió una etapa de conquistas que ya lleva más de una década, en la que nadie regaló nada sino que cada una de ellas fue arrancada con lucha y enfrentamiento; durante esa etapa la organización del movimiento de masas ha ido en crecimiento y en consolidación, proceso que sigue su marcha ascendente y que comienza a coincidir con las ideas de la revolución.
Como lo afirmamos ayer, los sucesos de las últimas semanas confirman el grado de putrefacción de las instituciones de la burguesía y el nivel de debilidad de la burguesía como clase. El clamor popular es que ninguno de los de arriba se salva del incendio; todos están cuestionados, todos están marcados como inútiles a los que nada les importa la vida del pueblo argentino y para lo único que sirven es para garantizar los negocios de los de arriba.
El “festejo” de los 30 años de democracia encuentra a la burguesía en una crisis irreversible como clase dominante, una crisis en la que demuestra a cada paso su impotencia por domesticar al movimiento de masas y, sobre todo, por ofrecer a la sociedad un proyecto viable y creíble.
Han demostrado que no sirven. Treinta años de lucha de clases nos encuentran hoy en un enfrentamiento abierto contra sus políticas de ajuste, la que se agudizará ahora y en los próximos meses, y la que debe servir para consolidar las organizaciones y las políticas revolucionarias como herramientas que viabilicen la lucha del pueblo para hacer posible la alternativa revolucionaria que oponga al desquicio de la burguesía un camino de lucha revolucionaria que nos libere definitivamente de su yugo.