Ya expusimos el viernes pasado sobre los efectos que la devaluación provocó disminuyendo brutalmente el poder adquisitivo de los salarios.
Ahora, volviendo sobre el tema, diremos que la devaluación es la apertura del dique de contención de los precios de las mercancías. O sea, que la misma no es causa de la creciente del río, sino que la creciente del río, obligó (¿obligó?) a abrir el dique.
Ponemos obligó entre signos de preguntas, porque la respuesta hay que atarla a la ganancia de los monopolios. Es decir que los monopolios estaban obligados a abrir el dique, para sostener sus ganancias. Y acá está todo el secreto del funcionamiento de la economía de nuestro país.
Mientras que el orden económico y, con él, todo el orden jurídico y social, se organicen a partir de la ganancia de los monopolios, los argentinos viviremos en el caos de la producción capitalista y todo lo que ella conlleva. Caos social, inseguridad en todos los aspectos de la vida, tendencia a la disminución de los ingresos de los trabajadores y masas laboriosas en general, aumento de la pobreza, etc.
Todo gobierno que se presente como se presentare bajo cualquier nombre o signo (liberal a secas, nacional y popular, progresista, peronista, socialista, radical, nacionalista, o cualquier nombre que utilice) y que se mantenga en el marco de la organización capitalista de la sociedad argentina, miente, engaña y subestima el nivel político alcanzado por el pueblo con quien tendrá que lidiar invitablemente porque ya ha dado sobradas muestras que no está dispuesto a seguir viviendo como hasta ahora.
Lo hecho con la devaluación es el aumento liso y llano de la superexplotación (que no es otra cosa que la extracción de plusvalía). Seguir bajo el gobierno de estos cretinos funcionarios de los monopolios vestidos de políticos profesionales (que cobran coimas, prebendas y favores de la oligarquía financiera o que son parte de esa casta) a cargo del gobierno estatal, nos llevará inevitablemente a la profundización del caos, la imposibilidad de vivir dignamente y la precarización de nuestra existencia diaria, proyectada también en las generaciones futuras.
Nuestra única posibilidad radica en la profundización de la lucha con el objetivo de cambiar el orden social para ponerlo al servicio del desarrollo de las personas y no de los dictados de la ganancia de los monopolios.
Hoy, en lo inmediato, en el plano laboral, tenemos a tiro las paritarias, o sea la lucha por el salario y las condiciones laborales. Lucha que depende de los trabajadores y la contundencia de su presión y movilización y nunca de las negociaciones espurias de las organizaciones sindicales. Esta batalla salarial y todas las batallas por arrancar conquistas para cubrir las necesidades populares (cualesquiera sean) constituyen hoy un problema político que confronta con el interés monopolista del sostenimiento de los niveles de ganancia.
Y eso es un problema político que será permanente -aunque cambien gobiernos- hasta que seamos capaces de llegar al punto de la conquista del poder en el proceso revolucionario que ya ha comenzado, para disponer de los medios de producción sociales (fábricas, tierra, medios de transporte, caminos, servicios de energía, etc.), y de toda la fuerza social productiva y lo generado por ella, a favor de la satisfacción de nuestras necesidades y aspiraciones como pueblo.
De allí, la necesidad de que todas nuestras luchas, (por eso decimos que no hay luchas pequeñas) las hagamos con la vista puesta en la preparación de las fuerzas populares capaces de lograr esa meta liberadora, unificando todas las fuerzas populares en una sola fuerza política y orgánica basada en la propia movilización, la autoconvocatoria y el ejercicio de la democracia directa, metodología impuesta por las más amplias mayorías desde hace ya muchos años.
El Llamamiento del 17 de agosto (ver en esta misma página) es un aporte a ese camino de unidad, camino que, a través de diversas vertientes, va transitando el pueblo argentino.