“Los pueblos no creen en lágrimas” es la frase que mejor le cabe a nuestro pueblo y su clase obrera. Un pueblo que sólo se detuvo un instante en su larga historia para llorar a sus patriotas, sus héroes y mártires desde el comienzo de sus tempranas luchas desde hace más de cien años, para luego, junto a sus vanguardias, levantar sus banderas de redención humana.
Muy lejos de las trampas, encerronas y engaños tendidas por la burguesía desde siempre e intensificadas durante estas últimas casi cuatro décadas, por el camino de la lucha y movilización, las clase populares comenzaron a transitar la senda que le permita dar ese salto hacia delante en la historia y terminar con el régimen de explotación y opresión a que nos condena la burguesía monopolista.
En miles de luchas, donde más de una vez hubo que detenerse por un instante a velar muertos, en una permanente y gigantesca construcción colectiva en los más disímiles y periféricos escenarios de nuestro país, se ganó la autoconvocatoria y su democracia directa -piedra angular del futuro orden revolucionario- y, desde allí, a la cimentación de la alternativa política liberadora que encarna el Llamamiento 17 de agosto.
Hoy la clase obrera y los trabajadores empiezan a ocupar el papel demandado por el pueblo y entre ambos, en una fusión unitaria y necesaria, comienzan a consolidar la alternativa política revolucionaria de unidad capaz de comenzar a doblar el rumbo de la historia.
Porque la consigna ampliamente difundida, “los caídos no se lloran, se remplazan” no está compuesta de palabras vacías, por el contrario, constituye el imperativo de la historia de los pueblos que luchan y transitan el camino hacia su liberación del yugo de la explotación y la miseria. Los revolucionarios caídos que son muchos más que los que se recuerda cada 24 de marzo, marcaron el rumbo que debemos seguir hacia el socialismo.
La memoria está en los genes de los pueblos. Recurrir a la memoria es un acto natural de todos los seres humanos oprimidos para saltar nuevos obstáculos que la burguesía les impone en el camino hacia la conquista del poder.
Con la lucha cotidiana se van produciendo nuevos hechos e incorporando nuevas voluntades al torrente revolucionario, grabando nuevos surcos que imprimen nuevas memorias. El pueblo argentino no cree en lágrimas ni en los llamados a tener memoria, dirigidos a las amplias mayorías populares que guardan en sus cueros las marcas de la miseria y la explotación. Es que nuestro pueblo no requiere de dueños ni custodios de la memoria, que parecen no entender que los caídos son hijos de este pueblo que ha tomado sus banderas.
Porque en sus actos cotidianos las mujeres y hombres que se enfrentan a la oligarquía financiera lo hacen parados desde su memoria de clase, desde su historia de opresión popular, desde la proyección a futuro que significa alzar las banderas de cada uno de los caídos y transformarla en acción, unidad y revolución.