El discurso y los actos de cinismo no son suficientes para ocultar la facilitación de la rapiña que el gobierno otorga a la oligarquía financiera a fin de que ésta, a costa de las vidas, la tierra, el agua y todos los elementos naturales, realice sus negocios y aumente su acumulación capitalista.
Ayer, 14 de abril, día de las Américas, la comparsa de Cristina Fernández de Kirchner organizó otra puesta televisiva en escena en la que se destacó la mención a los pueblos originarios, etc., etc.
Mientras tanto, los sectores representantes de pueblos originarios provenientes del Chaco, conjuntamente con organizaciones de desocupados y sectores empobrecidos por este sistema excluyente, regresaron dos días antes de la fastuosa puesta en escena que mencionamos, con la promesa, por parte de las autoridades del gobierno nacional, de resolución de los problemas de vida que vinieron a reclamar durante más de un mes de acampe en la Plaza de Mayo, sin que nadie del Estado moviera un dedo por ellos durante ese tiempo.
Los mismos denunciaron que se sintieron nuevamente engañados, porque los funcionarios del Chaco no respondieron a sus demandas.
Es que no le alcanza a la oligarquía financiera disfrazarse de trajes multicolores con toques “nativos” para esconder la voracidad que mueve todas las resoluciones políticas estatales en pos de apropiarse de todos los territorios a los que se pueda extraer riquezas, aunque ello se haga, tal como en su momento lo hicieron las huestes de Julio Argentino Roca, a costa de la sangre de sus habitantes que las ocuparon por años y años.
Las diferencias entre el mencionado general y las “huestes” monopolistas sólo están en las formas pero no en los contenidos finales.
El mencionado general encabezaba la empresa de matar y desalojar “indios” a fin de que la naciente oligarquía terrateniente se apoderara privadamente de los territorios, que esas comunidades ocupaban, bajo el argumento de expandir las fronteras de la nación. Hoy, los monopolios de la oligarquía financiera se apoderan, también a sangre y fuego, de los territorios para explotarlos de múltiples maneras según las vertientes del capital monopolista que representan. A unos les interesa la propiedad misma de la tierra y a otros les basta con la explotación de la misma aunque no ansíen el título de propiedad. Es que para la propiedad capitalista desarrollada, la propiedad de la tierra no es fundamental para el desarrollo de sus negocios. De esto dan fe, por ejemplo, los cinco o seis monopolios que concentran el comercio de toda la producción granaria del país, las mineras, las petroleras, etc.
Mediante una forma u otra, la explotación de los recursos para la obtención de ganancias o el fin de la especulación por sus reservas mineras, acuíferas, o simplemente inmobiliaria, implica el desalojo y la expulsión de sus habitantes sean estos pueblos originarios o “criollos”.
Las comunidades originarias Wichis, Qom, Mocois, Mapuche, etc., lo mismo que la población trabajadora y pueblo en general tienen a un enemigo común a enfrentar tal como lo venimos repitiendo en esta página.
El problema es de clase, porque la clase obrera urbana, la pequeña burguesía ciudadana, y pueblo laborioso en general de la ciudad y del campo, como los oprimidos por el capital, sector que engloba a los pueblos originarios, sufren las políticas expoliadoras que el Estado y su gobierno de turno aplican a favor de una minoría parasitaria, la oligarquía financiera.
Esto no sólo da sustento a la iniciativa de unidad política del “Llamamiento del 17 de agosto” que ha parido haciéndose visible en el plano nacional el 22 de marzo próximo pasado y en la ocupación de la Plaza de Mayo a la que aludimos al principio de esta nota, sino que constituye la necesaria alternativa política y orgánica que debemos desarrollar a fin de corporizar la fuerza capaz de profundizar la disputa del poder a la oligarquía imperialista.
Los Roca del presente, llámense Kirchner, Eurnekian, Grobocopatel, quienes cruzan sus intereses con los Rattazzi de Fiat, Chevron, GM, Toyota, Barrik Gold, Cargill, etc., deberán enfrentar no sólo a los pueblos originarios sino a todo el pueblo laborioso argentino que no sólo les disputará la tierra, sino todo el poder político e institucional a fin de destruir los jirones del sistema capitalista que aún sobrevive a pesar de su crisis estructural, para instalar una sociedad socialista a través de la cual desarrollar una vida comunitaria digna para cada habitante de nuestro pueblo.
El fantasma del “indio” conocido como Arbolito quien, al mando de su malón, ajustició por mano propia al Coronel Rauch, a quien Roca trajo de Alemania para su “conquista del desierto”, aparece obstinadamente en las acciones que el pueblo desarrolla en cada instancia de sus luchas, recordándole a la oligarquía financiera cuál será su destino inevitable.