La lucha revolucionaria en la Argentina se encuentra en una etapa de crecimiento constante, con importantísimas experiencias que se vienen realizando a lo largo y a lo ancho del país y que aportan al proceso de acumulación de fuerzas que crece y crece sin cesar.
Precisamente, esa acumulación comienza a tener picos de lucha que indican cambios cualitativos, los que muchas veces no son advertidos tan rápidamente. Tanto la clase obrera como otros sectores del pueblo protagonizan luchas en las que se ejercita la democracia directa, se experimenta la capacidad de la organización de masas para disputar poder concreto en el terreno concreto, se avanza en la estabilización de esas organizaciones las que comienzan a convertirse en referencia política de las masas en el lugar donde se desarrollan; en una palabra, la experiencia concreta de las masas en estas prácticas (que en su esencia encierran un cuestionamiento abierto a las formas democrático burguesas) abre enormes perspectivas de crecimiento para la lucha revolucionaria, la lucha por el poder político para la clase obrera y el pueblo.
Ante esta situación objetiva, la burguesía en su conjunto intenta una defensa cerrada del sistema. Para ello ensaya todo tipo de iniciativas las cuales, una tras otra, van sucumbiendo principalmente por la desconfianza y la deslegitimidad que los de arriba tienen ante los de abajo. Esto es una cuestión que desgarra de a poco al sistema, lo carcome, hace que esas iniciativas se transformen en políticas de coyuntura permanente que van detrás de los problemas y, por lo tanto, no cumplan su objetivo.
En este sentido, la consolidación del Llamamiento 17 de Agosto en los distintos puntos del país como una política revolucionaria de masas, para todo el pueblo, es un avance importantísimo que se ha dado en la lucha de clases en nuestro país.
Y, como decíamos más arriba, la burguesía comienza a acusar el golpe tomando iniciativas que van a apuntar a desviarnos de los objetivos revolucionarios para llevarnos a políticas electoralistas, políticas que no plantean una ruptura con la democracia burguesa y por lo tanto, y en el mejor de los casos, dejan la lucha revolucionaria para mejores momentos.
Entonces, las políticas y las ideas de la revolución son la pata que completa la mesa del proceso revolucionario. La práctica y la acción de masas, revolucionaria en los hechos y en su esencia, para alcanzar objetivos políticos que cuestionen y disputen el poder a la burguesía deben contar con ellas en todo momento.
La acción es el terreno más fértil e indispensable para la penetración de las ideas, pero éstas no las generan el movimiento por sí mismo sino que deben ser planteadas por las fuerzas y organizaciones revolucionarias en forma permanente. Las mayorías populares harán la revolución y esas mayorías deben ser destinatarias de las políticas revolucionarias, las que organicen y orienten la lucha de clases que todos los días protagonizan nuestra clase obrera y el pueblo.