Bien sabido es que cuando se desata la lucha de masas, en el fragor de ésta, resulta más dificultoso reflexionar sobre lo más profundo de las causas, de los efectos nuevos que generan los fenómenos, y el devenir de nuevas causas producto de tales efectos. Por lo general es una práctica que se suele hacer cuando se dan los remansos del enfrentamiento. En el durante, nos avasallan la cantidad de problemas inmediatos y no nos permite elevar la mirada.
Hoy vivimos un momento histórico, donde el fragor de la lucha comienza a ser constante, y si no nos paramos desde el proyecto estratégico revolucionario, nos puede costar caro o traernos importantes desviaciones hacia el economicismo, y por lo tanto, caer en el reformismo, por quedarnos, simplemente “observando deslumbrado” el fenómeno.
El movimiento constante de la lucha de clases, en momentos resulta imperceptible, en momentos virulentos con todo su esplendor. Es la manifestación dialéctica de la lucha de clases, que sólo es explicable si estamos parados sobre una estrategia de poder revolucionario que facilita en los momentos álgidos definir las respuestas coyunturales y las tácticas políticas concretas acertadamente.
En la lucha los cambios son constantes y se transforma en un deber revolucionario leer constantemente dichos cambios, lo cual arma y fortalece las tácticas que nos aproximen y sumen a la estrategia; ésta, objetivo final, pero al mismo tiempo guía y epicentro de todo lo que se realice desde la política, organización y metodología. Todo gira en torno a dicha estrategia, y entonces sí, ante los momentos álgidos podremos responder y actuar sin dudas ni temores a equivocarnos, pues no se está “improvisando”, y las decisiones que se tomen tendrán la firmeza coherencia necesaria porque partimos de la convicción que se tiene del proyecto político estratégico. Y ahí es donde aparece en blanco sobre negro, lo revolucionario de lo oportunista y reformista.
Se pueden cometer errores porque nada es lineal, pero si se parte de la estrategia dichos errores de apreciación táctica no alterarán en nada la estrategia, en todo caso se aprenderá del error por la experiencia.
Las metodologías autoconvocadas que han ido adoptando las masas en nuestro país desde el Santiagueñazo hasta ahora ha sido una expresión de las masas como forma de organización y lucha, que en algunos casos ha durado sólo horas (por un reclamo puntual) hasta intrascendente desde lo formal; en otros casos se ha expresado con una masividad y contundencia política golpeando los poderes emblemáticos de la burguesía, que a más de un “pensador” lo ha dejado con la boca abierta sin hallarle explicación. Si hay algo que fue vilipendiado y criticado fue la autoconvocatoria, sin tan siquiera interpretar de qué se trataba (obviamente, en el fondo, porque se parte de una subestimación a la capacidad de las masas). Entonces, el reformismo y el oportunismo la atacaron de mil formas, catalogándola de espontaneista, de que venía un manijazo atrás de algún político burgués, y vaya a saber uno cuántas estupideces juntas. La cuestión es que sobre todo a la llamada “izquierda” le resulta inaceptable sentirse sobrepasada por las masas y no poder tener el “control” de las mismas. Por lo tanto atacar la autoconvocatoria no sólo resulta más fácil sino que responde a sus propias estrategias (ojo!!!, todos los partidos poseen una estrategia, claro que depende de qué interés de clase representa), y si las estrategias son “las súper estructuras hacen los cambios y los pueblos participan”, o dicho en otras palabras: “el sujeto de cambio en la Historia es el partido”; obviamente con la autoconvocatoria se traspapela la estrategia.
Ahora bien, cuando partimos que la revolución es una obra de las masas movilizadas y en ella las ideas revolucionarias que orientan y dirigen (y atención aquí: dirigir no es suplantar, apropiarse, poner el aparato) en función de una estrategia de poder de la clase obrera y el pueblo, la ecuación es otra, y ahí sí podemos afirmar que en estos momentos se está dando una situación inmejorable para la revolución, porque las luchas autoconvocadas e independientes de todas las estructuras institucionales del sistema se están incrementando en un grado superior a las experiencias autoconvocadas anteriores. Se están dando mayores y mejores formas de organización, se incrementa la unidad del pueblo, y el ejercicio de la democracia directa pasa a ser comprendida como un acto de poder de las masas por sobre todos los intentos de quebrar, dividir y confundir la lucha. Aquí surge un nuevo elemento que se constituye en esencial en la lucha por el poder, y es que desde la autoconvocatoria ya no sólo está el cuestionamiento y repudio a la institucionalidad burguesa en su más amplia gama, sino que aparece la conducta activa de nuevas ideas políticas para derrotar la política de los monopolios, y ello incluye la suplantación de la democracia burguesa por la democracia directa ya como forma institucional nueva del pueblo.
En esta nota no citamos las expresiones puntuales. Estas brotan como hongos por todos lados y narradas ampliamente en nuestras páginas y en muchas otras de otros revolucionarios; y a pesar del silencio de los medios de desinformación de la burguesía ya la autoconvocatoria es la expresión mayoritaria como práctica de la lucha de nuestro pueblo. El problema es caracterizarla en política donde corresponde.
Concluyendo, parándonos desde la confianza y admiración a la tenaz lucha de nuestro pueblo, podemos afirmar que hoy la lucha de clases en Argentina ha dado una vuelta de tuerca más, donde las ideas y metodologías revolucionarias nos obligan a llevar con más fuerza que nunca las ideas revolucionarias al seno de las masas. La autoconvocatoria lejos está de quemarle los papeles a nuestra estrategia; confiamos plenamente que cuando afirmamos que la revolución es la obra cúlmine de las masas para romper las cadenas que nos oprimen, con sus prácticas más las ideas de la revolución, entramos en una extraordinaria etapa de cambios que empujan inequívocamente hacia un quiebre en la correlación de fuerzas a favor de la revolución.