Y todos los precios se siguen disparando hasta las nubes. Como regalo de los monopolios a los trabajadores, el 1° de Mayo aumentó el combustible un 3,8%, que sumado al 5,4% de abril, al 6,1% de marzo al 6% en febrero y 7% en enero, nos llevó a una inflación que de lo que va del año supera con creces el 28,3%, y que de seguir así superará este año el 60% o más; y esto siendo esquemáticos, porque nadie sabe lo que pasará el mes que viene. Pero el aumento de los combustibles no es cualquier aumento. Es el indicador que rodea todas las necesidades básicas porque con él se disparan los precios del transporte de las mercaderías, sumado a la cantidad de innumerables insumos que utiliza la producción. Es decir, más allá de las mentiras a las que nos tienen acostumbrados con palabras difíciles los economistas y periodistas especializados, la Historia siempre fue igual: la real inflación del país fue que con los aumentos de los combustibles la disparada de los demás precios resulta inevitable. Ahora bien, no hicieron huelgas, ni cortaron rutas, ni tuvieron conciliaciones obligatorias, ni procesamientos, ni dilatadas discusiones, como sí hacen los gobiernos «populares» con el salario de los trabajadores, que incluso si se logra un aumento mayor de lo que los monopolios ya habían estipulado, el Ministerio de Trabajo se pavonea con no homologarlo. Eso, lógicamente, está más que claro. Pero también es cierto que en el marco de este nuevo golpe artero al bolsillo de la clase obrera y el pueblo, este fue un 1° de Mayo que, aunque aparentemente intrascendente, trae consigo un mar de fondo donde lejos de los festejos del Día del Trabajador innumerables sectores de la clase obrera preparan sus armas por abajo para dar respuestas contundentes a la embestida de los monopolios de achatar más los salarios. Miles de pequeños encuentros de obreros y trabajadores asalariados se dieron cita este fin de semana discutiendo cuestiones que hacen a la unidad y la organización para la lucha. El hartazgo de los aumentos, el soportar la súper explotación, sumado a las amenazas de despidos y suspensiones por reacomodamiento de los monopolios con el único objetivo de producir lo mismo o más con menos gente, está llegando a un límite que ya sobrepasa la bronca de los trabajadores pues talla de lleno en la dignidad. Los monopolios y sus gobiernos, el único lenguaje que entienden es la lucha franca y combativa. Es en ese escenario donde ellos si quieren obtener más ganancias, tendrán que navegar. La lucha de clases se tensa y en dicho ejercicio los nubarrones amenazantes presagian duros enfrentamientos que les embarrarán la cancha a sus planes profundizándoles aún más una crisis política que ya les resulta inmanejable.