El gobierno de la burguesía pareciera desesperado para que los días venideros pasasen bien rapidito, en el antitiempo de ser posible, con la absurda idea de que cuando arranque la fiebre mundialista, los problemas que padecemos los trabajadores y el pueblo iban a quedar en un segundo plano. Pero como venimos señalando desde esta misma página, lejos de aplacarse, la lucha de clases recrudece desde el protagonismo del proletariado industrial, que no está dispuesto a ser nuevamente el pato de la boda de los negocios de los monopolios y su gobierno. Desde los trabajadores de los Ingenios en el norte del país, pasando por los trabajadores autopartistas y automotrices del cordón industrial de la Panamericana, hasta los metalúrgicos de Córdoba, jalonan por estos días nuevas jornadas de lucha que echan por tierra cualquier intento de dispersión de la clase dominante.
Y por lo que puede verse, en Brasil tampoco el gobierno la viene teniendo nada sencilla. Esta semana, manifestantes de las comunidades indígenas se enfrentaron violentamente con la policía montada en la capital de Brasil, lo que derivó en que varios agentes quedaran heridos y se cancelara una ceremonia para inaugurar la exhibición del trofeo de la Copa del Mundo. La reacción de los manifestantes movilizados vino luego de que la policía antimotines lanzara a mansalva contra ellos gas lacrimógeno a medida que se acercaban al nuevo estadio de Brasilia, en el que se disputarán algunos partidos del Mundial. Frente al atropello, recogían las latas de gas y las arrojaban de nuevo contra los oficiales, junto con piedras y trozos de madera; a lo que se sumó una dotación de arcos y flechas que lanzaron contra las fuerzas represivas.
Los enfrentamientos concluyeron al anochecer, pero los hechos obligaron a las autoridades a cancelar una ceremonia prevista frente al estadio de Brasilia en la que se iba a exhibir la copa.
El reclamo de las comunidades era por una ley en el Congreso que amenaza con reducir el tamaño de algunas reservas para los grupos autóctonos. Se les unieron otros grupos que protestan contra el hecho de que Brasil sea anfitrión del Mundial.
Y no es para menos, muchos brasileños están en llamas por los miles de millones de dólares que están siendo invertidos en el torneo, porque consideran que –con absoluta razón- esa millonada de plata debería haber sido empleado en mejorar las deficientes condiciones de vida de las mayorías y las urgentes mejoras de los servicios públicos en nuestro vecino país.
Como muestra basta un botón: se denuncia que son más de 15 mil millones de dólares (más del doble de lo empleado en el Mundial pasado, y más de lo gastado en Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntos). Sólo en estadios, Japón y Corea en 2002 puso US$ 3.500 millones; Alemania 2006, 2.200 millones y Sudáfrica 2010 construyó cinco y renovó otros cinco por la suma de 2.000 millones. En Brasil, los 12 estadios costaron casi US$ 7.000 millones, a lo que se suman gastos en “infraestructura de telecomunicaciones” por US$ 8.100 millones.
Impresionantes recursos puestos a favor del negocio de unos pocos, como marca la ley de este sistema perverso.
Más allá de las genuinas pasiones que despierta el deporte más popular del mundo y el amor a la camiseta que todos tenemos, los pueblos no comen vidrio y salen a defender lo que les pertenece y se plantan frente a los atropellos, el saqueo y el despojo.
La pelota está manchada por los negocios de los monopolios.