Un informe presentado a principios de este año por la organización internacional Intermon Oxfam (que ni por asomo propugna un cambio revolucionario) arroja resultados como estos: – Casi la mitad de la riqueza mundial está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante. – En Europa, los 20 más ricos de ese continente igualan los ingresos del 20% más pobre. – El 10% de la población mundial posee el 86% de los recursos del planeta, mientras que el 70% más pobre (más de 3.000 millones de adultos) sólo cuenta con el 3%. – Siete de cada diez personas en todo el mundo viven en países donde la desigualdad se ha incrementado. – En los países nórdicos como Noruega y Suecia, muchas veces presentados como la panacea del capitalismo, la participación en la renta del 1% más rico de la población se ha incrementado en más del 50%. – Existen, oficialmente, 18,5 billones de dólares no registrados y en paraísos fiscales. – En Estados Unidos, el 1% más rico de la población ha acaparado el 95% del crecimiento económico posterior a la crisis financiera entre 2009 y 2011, mientras que el 90% con menos recursos se ha empobrecido en este período. – El mexicano Carlos Slim, considerado uno de los más ricos del mundo, podría pagar los salarios anuales de 440.000 mexicanos con los ingresos que genera su riqueza. – El 1% más rico de la población de China, Portugal y Estados Unidos ha más que duplicado su participación en la renta nacional desde 1980, con perspectivas de que esta situación crezca aun más. – En la India, donde viven 1.200 millones de personas, un poco más de 60 personas poseen en conjunto una riqueza de aproximadamente 250.000 millones de dólares. Estos datos, más allá de lo trágicos que son, ponen de relieve la capacidad del género humano para crear riquezas (ya que las mismas sólo pueden ser creadas por el trabajo humano) lo que significa, ni más ni menos, el capital acumulado y la consiguiente concentración y centralización de esos capitales por parte de la oligarquía financiera mundial. Por lo tanto, no estamos hablando de una calamidad o de un proceso casual que podría ser mejorado; se trata del carácter esencialmente explotador y expoliador del sistema de producción más depredador que la Humanidad conoce: el capitalismo. Este proceso, que en la realidad cotidiana significa la mayor indignidad para el género humano, con sus secuelas de hambres, muertes evitables, guerras, explotación y opresión, es imposible de volver atrás. Estaríamos hablando de la ilusión de que lo concentrado y centralizado por el gran capital algún día, vaya a saberse por qué milagro del destino, pudiera ser «repartido» entre la población mundial para hacer un sistema capitalista más humano. Por el contrario, esto desnuda el carácter verdadero del capitalismo y el cumplimiento de su ley inexorable: la de la máxima ganancia para ser concentrada y centralizada en una ínfima minoría de la clase dominante, la oligarquía financiera. Vale aclarar que ningún país del mundo está por fuera de este proceso de acumulación capitalista, ni siquiera aquellos que hoy son presentados como los que ofrecerían alternativas a esta realidad. Cuando asistimos a la alegría que algunos sienten por la aparición de las «nuevas potencias mundiales» (como China, Rusia o la India por ejemplo) cabe preguntarse si se olvidan de que esos «nuevos» capitalistas que hoy recorren el mundo decidiendo «inversiones» lo hacen con los capitales que han acumulado fruto del sudor y la sangre de sus pueblos y de los pueblos del planeta. Los intentos por descubrir nuevos polos de acumulación capitalista y correr a alinearse detrás de ellos equivalen a dejar a la Humanidad en manos de la clase dominante rapaz que hoy gobierna los destinos de la misma; creer que de la mano de los «nuevos ricos del mundo» vendrán tiempo de bonanza para los pueblos equivale a soñar con un capitalismo que se «descapitalice» y entonces sería pensar en un suicidio del capitalismo. El capitalismo está bien claro que no se suicida, pero los pueblos tampoco. Son y serán los pueblos los encargados de aplicar el golpe mortal al sistema, pero para ello se debe hablar sin tapujos y dejar de sembrar espejismo o quimeras para seguir yendo detrás de los responsables de que el mundo sea un lugar cada vez más injusto e indigno para los seres humanos.