El sistema capitalista mundial está llevando a la Humanidad al desastre. Nunca como en estas épocas las consecuencias de un sistema explotador, expoliador, rapiñero, guerrerista y reaccionario habían llevado al ser humano y a la Naturaleza a sufrir la amenaza de la extinción misma. El grado de deterioro en las condiciones de vida de los pueblos del mundo (incluidas las grandes metrópolis) y la falta de perspectivas de progreso para los mismos es una cuestión que aparece en el primer orden del día; al punto que estas cuestiones no pueden ser soslayadas ni escondidas ni por la propia clase dominante.
Esto no quiere decir que el sistema capitalista esté a punto de caer. Para ello, es necesario que se le oponga un proyecto superador que actúe como faro de las aspiraciones más sentidas por las masas populares y a las que el capitalismo hoy no puede satisfacer. Precisamente aquí se encuentra el vértice de un debate que, en etapas de crisis mundial como las que se atraviesan, se convierte en un debate indispensable para encontrar la salida que el capitalismo como sistema de organización social niega a los pueblos.
El reformismo y la revolución, entonces, vuelven a tomar dimensión principal, en otra etapa de la vida de la Humanidad. No estamos afirmando que los debates que hoy se presentan entre ambas concepciones sean iguales a los de principios o mediados del siglo pasado, mas su esencia sigue siendo la misma desde la perspectiva de qué camino es el adecuado para la vida de los pueblos.
La burguesía sabe y conoce mucho sobre esto; por lo tanto, muchos de sus más lucidos intelectuales y políticos ya no cumplen el absurdo papel de hacer apología abierta del sistema. Por el contrario, son críticos de las “consecuencias no queridas” del capitalismo pero su primera arma y estrategia es atacar a la revolución. Desde lo más burdo que significa despreciar sin más las experiencias socialistas iniciadas con el triunfo de la revolución rusa, hasta los más sesudos planteos acerca de que la revolución social podría ser posible una vez que el capitalismo agote toda su energía y posibilidades de desarrollo.
Este último aspecto es el más peligroso y dañino dado que es sostenido por muchas fuerzas y organizaciones que se autoproclaman revolucionarias.
El mismo niega por completo el problema de la toma del poder político por parte de la clase obrera y las mayorías desposeídas. Este tema tan crucial y candente hoy retoma gran trascendencia nuevamente porque lo que está en juego es el futuro de la Humanidad. Como lo decimos al principio de esta nota, nunca como antes el planeta y todos los que lo habitamos hemos estado tan cerca de su destrucción como en estos tiempos. Entonces las estrategias que se tomen para hacer frente a esta realidad están enmarcadas en una emergencia como nunca antes conocimos.
La burguesía monopolista conoce muy bien sobre detentar y defender el poder político. Luego de los procesos de masas ocurridos desde principios de los 90 hasta principios de 2000 en América Latina y las llamadas “primaveras árabes” a partir de 2011 , la clase dominante supo leer la realidad; conciente por un lado que no había propuestas revolucionarias capaces de cuestionar su poder y conciente también de no poder seguir con las políticas que las masas en las calles hicieron tambalear y caer a sus gobiernos, entonces trazó políticas de “nuevo cuño” que con discursos de “izquierda” mantuvieron incólumes su dominación de clase. Hasta se atrevieron a planteos “socialistas” que, en los hechos, no modificaron las estructuras de explotación montadas durante siglos. Esta claridad que tiene la clase burguesa a la hora de defender sus intereses, no la tienen los que se plantean caminos alternativos que terminan legitimando la dictadura del gran capital en contra de los intereses históricos de la clase obrera y el pueblo.
La toma del poder político es la única vía para poder llevar a cabo una auténtica revolución social, dado que todo camino que se proponga cambios sin cambiar el poder de la dominación clasista significa retrasar las soluciones urgentes que como Humanidad necesitamos. La lucha por el poder es la ruptura irreconciliable con los enemigos de la Humanidad, es despojar a la burguesía de todos los resortes políticos, económicos, jurídicos, sociales, culturales y terminar con ella como clase explotadora y parasitaria.
Los revolucionarios no estamos para endulzarle el oído a las clases dominantes hablando el idioma político que ellos desean o aceptando las reglas de juego que ellos proponen. Muy por el contrario, los revolucionarios estamos para desafiar y proponer políticas que apunten al corazón de la dominación de la burguesía, a la disputa del poder político para destruir su Estado y sus instituciones y erigir, desde un nuevo Estado proletario, la construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados.